El pueblo libanés está llamado a las urnas para el día de mañana, 15 de mayo, a fin de elegir a un nuevo parlamento que estará integrado por 128 curules. Se trata de los primeros comicios después de las protestas populares masivas de octubre de 2019, a las que siguió un deterioro brutal de las condiciones del Estado libanés, que, para colmo, recibió un golpe casi mortal con la catastrófica explosión en el puerto de Beirut en agosto de 2020. A pesar de que los libaneses en el extranjero ya emitieron su voto en proporciones considerables el 6 y 8 de mayo, registrándose 225 mil sufragios en la diáspora libanesa, hay pocas esperanzas de una nutrida afluencia de votantes y de que el resultado de estos comicios logre sacar al país del hoyo en que se encuentra.
La crisis económica es a tal grado profunda, que 75% de la población se ubica debajo de la línea de pobreza, con posibilidades de que las elecciones puedan verse trastornadas por el desabasto de electricidad, que se ha convertido en uno de los peores dolores de cabeza para la población. El caos que prevalece en el funcionamiento general del país, se refleja también en el cuadro que ofrece el abanico de los partidos políticos presentes en las boletas, con mil 43 candidatos distribuidos entre 103 listas electorales.
El perfil de la sociedad libanesa ha sido siempre complejo por el mosaico étnico y religioso que lo integra. Cristianos de diversas denominaciones, musulmanes sunitas, chiitas y drusos continúan apegados a sus lealtades locales, conformando bandos proclives a alianzas cruzadas que se van modificando a medida que los pragmatismos del momento los van favoreciendo.
Los 15 años de guerra civil de la nación (1975-1990) fueron testigos de múltiples bandazos que le imprimieron a esta larga y sangrienta contienda una ruta, por demás confusa y accidentada, con el agregado de intervenciones extranjeras (Siria, Israel, tropas de la ONU, palestinos, franceses y estadunidenses), cuya injerencia produjo un entramado caótico de intereses del que sólo después de una larga devastación y pérdida de vidas y recursos, se pudo salir mediante la intervención de Arabia Saudita, promotora, en aquel entonces, del llamado acuerdo de Taif.
En las elecciones de mañana, de nueva cuenta los partidos en competencia poseen un marcado componente étnico-religioso, en cuanto a su identidad. Está, por ejemplo, el cristiano Libre Movimiento Patriótico, dirigido por el yerno del actual presidente, Michel Aoun, aliado curiosamente con el Movimiento 8 de Marzo, compuesto por los partidos chiitas Hezbolá y Movimiento Amal. Se trata de un bloque al que se acusa de ser el mayor responsable de la aguda crisis que ha hecho de Líbano prácticamente un Estado fallido. Se presenta igualmente el partido Fuerzas Libanesas, encabezado por el cristiano Samir Geagea, a quien Hezbolá acusa de colaborar con Israel. Sobre todas estas agrupaciones y líderes pesan acusaciones locales e internacionales de inmensa corrupción.
Los sunitas están mayormente agrupados en el llamado Campo 14 de Marzo, muy debilitado desde el retiro de Saad Hariri y de varias otras figuras tradicionalmente muy activas en la política. El actual hueco en la representación sunita es claro, como lo han sido en estos últimos tiempos los esfuerzos de Arabia Saudita y Kuwait por tratar de fortalecer a ese bando, a fin de contrarrestar el poder que ha conseguido acumular Hezbolá, máximo representante del chiismo libanés y protegido privilegiado de Irán. Para nadie es un secreto que Hezbolá es un ahijado de Teherán, desde donde fluyen dinero y armas que han convertido a ese organismo, ejecutor frecuente de acciones terroristas, en la principal fuerza conductora de los destinos del país, con su propio aparato militar, más potente, sin duda, que el propio ejército libanés.
Si bien el sistema político del país de los cedros está desde hace mucho gravemente enfermo de una corrupción endémica, buena parte de la crisis libanesa actual ha sido atribuida al aventurerismo, belicosidad y manejos turbios de Hezbolá, a quien las investigaciones señalan como el mayor responsable de la explosión en el puerto de Beirut en agosto de 2020. El cuadro que ofrece la competencia electoral de mañana apunta a que justamente Hezbolá maniobrará con todas las herramientas que estén en su poder para mantener su hegemonía. Lo cual sugiere más de lo mismo a futuro y, por tanto, nulas posibilidades de que Líbano pueda superar en el corto plazo la decadencia en la que hoy se encuentra.