Siria ha sido desde hace más de tres décadas, una nación que ha ejercido un poder extraordinario sobre su vecino libanés. Lo ocupó militarmente a lo largo de 30 años para después intentar seguir controlándolo por medio de sectores políticos y sociales libaneses afines a la agenda de Damasco y de sus socios iraníes. Tales sectores, en especial el movimiento Hezbolá, apegado al chiísimo, han funcionado siempre en coordinación con el régimen de Al-Assad, al cual le deben buena parte de la hegemonía que ejercen en el escenario libanés, donde cristianos, sunnitas y parte de los drusos han quedado en franca desventaja. Por ello no es extraño que a partir de las revueltas sirias en contra de Al-Assad, Líbano esté experimentando convulsiones y cambios que se han manifestado no sólo en choques armados entre libaneses pro-sirios y anti-sirios —que dejaron 15 muertos hace algunos días—, sino también en movimientos de su liderazgo político, que intenta reacomodarse a las nuevas circunstancias regionales derivadas del cataclismo sirio.
En este contexto, cabe destacar la visita que recientemente realizaron a Arabia Saudita el presidente libanés, Michel Suleiman, y el ex primer ministro Saad Hariri, quienes se entrevistaron con el monarca saudita, férreo opositor de Al-Assad. Esta reunión, igual que la que sostuvo en Estambul el primer ministro libanés, Najib Mikati, con el primer ministro turco Erdogan, también hoy enemigo del dictador de Damasco, se organizaron con el objeto de discutir la estrategia a seguir para evitar que Líbano se contamine de la violencia en Siria y pueda al mismo tiempo aprovechar la coyuntura para zafarse de la influencia perniciosa que Damasco ha tenido durante tantos años en Líbano en detrimento de su soberanía y su equilibrio interconfesional. De hecho, el gobierno libanés, encabezado por la dupla Suleiman-Mikati está preparando la llamada Conferencia del Diálogo Nacional a celebrarse a partir del 11 de junio próximo en el Palacio de Baabdá, a fin de discutir y establecer los mecanismos para evitar que la inestabilidad de Siria se extienda a Líbano.
Uno de los efectos ya visibles de la declinación del poder sirio en el escenario libanés es sin duda el cambio en la retórica tradicionalmente incendiaria del Hezbolá. El líder máximo de esta agrupación, Hassan Nasrallah, en su discurso emitido con motivo de la conmemoración del aniversario número 23 de la muerte del Ayatolá Jomeini, mostró una inusual moderación al referirse a su férreo opositor, Saad Hariri, al tiempo que llamó a sus seguidores a evitar la violencia callejera. Aún más, Nasrallah aceptó participar en la planeada Conferencia del Diálogo Nacional, señalando que esperaba que ningún partido la boicoteara.
Hezbolá se halla ahora a la defensiva y temeroso de perder terreno como resultado de la crisis que agobia a su gran padrino de Damasco, y en ese sentido ha optado por incorporarse al diálogo nacional para reacomodar sus fichas de manera tal que no pierda demasiado poder. Habrá que ver cuáles serán los resultados del Congreso y cómo reaccionará Hezbolá ante uno de los puntos de discusión ya incluidos en la agenda y que constituye quizá el tema más delicado que enfrenta a la agrupación de Nasrallah con el resto del gobierno libanés: el poderoso arsenal de armas hoy en manos del Hezbolá, el cual el gobierno libanés pretende quede de ahora en adelante bajo su control. Así las cosas, Líbano vive ahora dentro de una coyuntura especialmente trascendente y plástica en la cual existe tanto la posibilidad de verse arrastrado a una desastrosa espiral de violencia como contagio de lo que ocurre en Siria, o bien puede maniobrar para establecer nuevas y más equitativas reglas del juego político y militar interno gracias a que el régimen de Damasco lucha por su sobrevivencia y es, por tanto, ya incapaz de seguir manipulando impunemente a su vecino.
Fuente: Excelsior
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