Los Judíos de Sicilia, una historia oculta

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La historia de los judíos de Sicilia es muy antigua y la dispersión ha hecho que se fragmente en una multiplicidad de memorias y recuerdos de innumerables territorios y espacios de los que a veces ignoramos hasta su existencia.

Argentina, como país receptor de una afluencia migratoria muy grande y de carácter muy variado, ha recibido una numerosa población de origen italiano, el mayor aporte de todas las nacionalidades de las que aquí llegaron, entre ellos gran número de sicilianos y napolitanos, tanto es así que el apodo generalizado que se utiliza para denominar a todos los italianos es la abreviatura de napolitano, “tano”. En general y salvo en casos muy específicos nadie relaciona a algunos integrantes de este grupo como posible poseedores de una lejana ascendencia judía. Ha habido desde tiempos muy lejanos una importante presencia judaica en toda Italia, pero que en el caso de Nápoles y Sicilia ha sido cuidadosamente borrada y ocultada. Contrariamente a lo que ha ocurrido con España, donde ese pasado judío no ha podido ser negado, y donde mucha población no puede desmentir la presencia en su pasado de lejanos ancestros judaicos.

La presencia judía en Sicilia y Nápoles fue mucho mas antigua que en la Península Ibérica, su expulsión se produjo en el año 1493 por una orden del Rey Fernando de Aragón, el Católico.


En regiones de Italia se registra una presencia aun mas remota, fueron los judíos de la Apulia y de Calabria los que en el año 383 de nuestra era protestaron a viva voz por la pérdida de sus privilegios a manos del emperador Valentiniano II, el nivel de sus quejas estaba avalado por el peso de su número y sus riquezas. Los historiadores dan cuenta de la existencia de una numerosa colonia judía en Pozzuoli, lo mismo que en la Pompeya destruida por la erupción del Vesubio, donde parece ser que había un barrio judío importante.

En el período anterior al 70 de la era común, cuando fue destruida Jerusalem, numerosos judíos fueron traídos como esclavos por Tito a Italia. Un número muy grande de ellos fue llevado a Tarento y Otranto, la proporción de esclavos volvió a aumentar con las revueltas en Judea del 115 y 135 de la era común.

En Salerno existió una famosa escuela de medicina, que si no fue fundada por judíos, tuvo numerosos profesores y estudiantes de ese origen. Minuciosas investigaciones determinaron la existencia judía en numerosos poblados italianos y en otros sicilianos tales como Capua, Brindisi, Venosa, Lavello, Matera, Gaeta, Caserta, Sessa, Aversa, Teano, Sorrento, Alife, Sanseverino, Nocera, Eboli, Cosenza, Squillace, Reggio, Catanzaro. La historia de los judíos de Sicilia es la historia de una vida judía totalmente desaparecida y negada, pero también de los lugares de origen de numerosos inmigrantes sicilianos llegados a la Argentina.

En 1411 la población judía había aumentado en gran número con la nueva llegada de judíos provenientes de Francia, del Imperio Germánico y de España, por las fuertes persecuciones antijudías. En Siracusa había una importante población de origen judaico, la pruebas de la existencia de esa comunidad desaparecida con la expulsión, se encontraron con el hallazgo de los restos de una antigua sinagoga dentro de la iglesia de S. Filippo Apostolo alla Giudecca (judería) donde se pudo identificar perfectamente una mikve y otra, aun mas antigua, fue hallada en la iglesia de San Giovanni. Todas estas mikves fueron utilizadas posteriormente como cisternas de agua por la población que desconocía su origen y de acuerdo con los estudios pudo comprobarse que habían sido construidas de acuerdo a las normas judías más rigurosas, demostrando de este modo la presencia judía en Siracusa desde tiempos muy remotos…

Cuando llegó la orden de España de que los judíos debían convertirse o marcharse el rabino Mosè Abbanascia dijo: “Dejaremos y para siempre, esta tierra donde nacimos, donde nacieron nuestros padres, donde nuestro pueblo ha sentido menos que en otros lugares el dolor del exilio”. Estos judíos de Sicilia, arraigados desde tiempos antiguos padecieron el mismo dolor del destierro que los judíos españoles. El reino de Aragón tenía posesión de gran parte de Sicilia, y cuando se expulsó a los judíos de España, gran parte de las comunidades judías sicilianas sufrieron el mismo destino.

Se ha obtenido una información bastante pormenorizada de la vida cotidiana de la época, en realidad de varios siglos, porque en la Guenizá de la Sinagoga del Cairo había numerosa correspondencia proveniente de la región del Mediterráneo. Según una práctica del judaísmo, no puede ser destruido o tirado ningún texto donde se halle escrita la palabra Dios, la Genizá es un espacio que puede estar en una sinagoga o en el cementerio donde los judíos depositan o entierran todos los textos en desuso, sagrados o seculares. Es así como pudimos enterarnos entre otras cosas de que existía una familia judía llamada Ben Yijú, que fue deportada de Sicilia por los invasores normandos en 1148. Abraham Ben Yijú se mudó a la India, a Mangalore, porque era mercader, desde allí escribía a la familia que vivía en Messina (Sicilia). En otra carta puede leerse cómo un judío de Messina escribió desde Egipto pidiendo 20 denarios a sus padres para invertirlos en mercancías que vendería a su retorno, allí había estudiado con Maimónides y con un famoso juez judío, Isaac B. Sasun en el Cairo.

Del mismo modo, nos enteramos que los judíos sicilianos realizaban el tráfico mercantil en el Mediterráneo, exportando coral y algodón siciliano, cuero y queso, desde Messina y desde Siracusa llevaban grandes hormas de queso para Alejandría y Egipto, de donde traían terracota, arroz, índigo y lino.

Los judíos pagaban sus tributos como todos, pero debían prestar servicios personales a la cámara real pues eran siervos reales. Una tarea exclusiva de ellos era la costura y el bordado del estandarte de la galera del comandante de la flota real. La lengua que hablaban y escribían era una mezcla de hebreo y árabe.

En 1901 se produjo un derrumbe en un viejo monasterio de Santa Bárbara y allí se descubrió una inscripción que había pertenecido al interior de una sinagoga. Cuando la descubrieron estaba en la cocina del monasterio decorando una fuente de agua, allí estaba escrito un texto de homenaje a su memoria: “Se presentó en juicio, ante la misericordia divina en la reunión de las almas- Azaria di Minisci, hijo de Salomon di Minisci…” la inscripción era en realidad la escritura de un testamento, donde se detallaba con todo cuidado cómo se entregaría una donación, cada año a partir del 1450. A través de este texto se pudo saber que llamaban a la sinagoga Bet Keneset o Kenisat, a la sinagoga de Taormina la llamaban Bet Keneset Tabarnim o Kenisat Tabarmin, y a la Sinagoga de Messina la llamaban Kenisat Massini.

Los judíos recibieron a lo largo de su historia crueles ataques, y las acusaciones habituales, cada vez que esto sucedía los castigaban, cercenándoles derechos adquiridos o quitándoles hasta sus lugares de culto; esto fue demostrado con el descubrimiento de que la capilla de la Virgen de la Candelaria, en Messina, había sido una antigua sinagoga incautada a los judíos.

Esta judería rivalizaba con la de Palermo, sus rabinos eran los únicos que estaban en contacto con los Gueonim de Babilonia. En el Archivo de Messina se han hallado numerosos documentos relativos a la vida cotidiana de los judíos. En ellos puede verse que constituían sociedades con cristianos, comerciaban seda, uva, cebada y esclavos. Se hallaron actas de separación matrimonial, letras de cambio, certificados de impuestos hereditarios.

También se encontraron documentos del año 1200 en monasterios y aun en actas notariales privadas.

En estas comunidades había numerosos médicos, uno de los más conocidos fue Mosé de Bonavoglia, médico de la corte y diplomático. Su nombre hebreo era Moshe Heftz. Hubo importantes sabios especializados en temas bíblicos; había maestros en el arte del tejido, una de las especialidades mas caracterizadas desarrolladas por estos judíos, elaboraban paños, seda y terciopelo, también eran excelentes orfebres.

A menudo se les imponían tareas humillantes, obligándolos entre otras tareas, a desempeñarse como verdugos, un trabajo considerado infamante por toda la población.

Luego de la expulsión en 1492, los judíos partieron hacia Calabria, Nápoles y a Roma. Pero la mayoría de la población judaica fue hacia Estambul, donde cada grupo proveniente de la misma región en Sicilia tenía su propia sinagoga. Un rabino, Elia Mizrahi hablaba de una comunidad siciliana organizada y numerosa para fines del Siglo XV. Lo mismo ocurrió en Salónica, donde las comunidades se dividían en Sicilia Nueva y Sicilia Vieja y donde los hijos de los de los exiliados adaptaron gradualmente los rituales de España y a pesar de que por un largo tiempo mantuvieron la memoria siciliana, finalmente esta se perdió.

Otros lugares adonde se desplazaron fueron a Albania, Arta, Triccala, Castoria y Partazo en Grecia, Damasco en Siria, Jerusalem y Safed en Palestina. Otros fueron a Bulgaria y varias islas del Mediterráneo, como Rodas y Chipre. Los apellidos y las denominaciones son el testimonio de los orígenes de sus portadores.

En Adrianópolis (actualmente Edirne, Turquía) había sinagogas llamadas Mesina, Puglia y Calabria. A la isla de Corfú llegaron sicilianos y gente de la Apulia, puglieses, hablaban el dialecto siciliano y el de la Puglia, al que unían el griego, luego terminaron hablando en el elegante estilo veneciano. Estos judíos en Piazza Venecia tenían privilegios negados al resto de sus correligionarios. Cuando los judíos fueron expulsados de Venecia, en 1571, el decreto no incluyó a los judíos de allí y de Corfú.

No todos los judíos sicilianos se exiliaron, algunos se quedaron convirtiéndose al cristianismo, pero esto no implicó la solución de sus problemas. Los consideraban falsos cristianos, “marranos”. La Inquisición encarceló a 1449 personas, y condenó a 441 a ser quemadas en la hoguera.

Muchos de los apellidos que los conversos no abandonaron figuran en los archivos inquisitoriales: Barone, Campagna, Constantino, Amato, Marino, Mazza, Romano, Staiti, Bonfiglio, Birgandi, Bruno, Bonanno, etc. Uno de estos conversos fue Guglielmo Raimondo Moncada, nacido en Agrigento, que partió de Messina en 1470 para estudiar en Roma, protegido por algunos nobles por ser considerado una personalidad extraordinaria. Pero cuando estuvo a punto de ser ordenado Obispo, cayó en desgracia por la frecuentación de ciertos ambientes intelectuales romanos, estudiosos de la Cabala.

En el seminario arzobispal de Messina se ha conservado una inscripción funeraria, en letras hebreas, que tiene en el centro un escudo que reproduce un león rampante, con un estandarte y dos estrellas, pertenece al mes de diciembre de 1635, año en que no existía ningún rastro de presencia judía en la ciudad. El texto dice que “El anciano y respetabilísimo BMR (abreviatura en hebreo que quiere decir Ben Moreh Ha Rav, hijo del Rabino) Abraham Finzi, de Bendita Memoria, llamado a lo alto el miércoles 12 Kislev 5396. Sea devuelta su alma al árbol de la vida”.

Parece ser que aunque los conversos fueron muy numerosos, muchos lo fueron solo en apariencia, practicando el judaísmo secretamente, trasmitiéndolo de padres a hijos, por lo menos durante el siglo posterior a la Expulsión. El modo en que se borró en Sicilia todo resto de presencia judía fue mediante la violencia y las persecuciones sistemáticas e implacables, porque no ha quedado ninguna leyenda, ninguna tradición popular, ningún relato literario, ninguna obra histórica local que hablara de los judíos de Sicilia.

Con la retirada de los españoles y a pesar de que hubo autorizaciones por parte de reyes y emperadores e intentos de judíos de establecerse en la región, las persecuciones de la iglesia fueron consecuentes en su crueldad. En 1741, hay un relato del Rav Ismaele Sanguinetti que contó que había un oficial en Mesina encargado de reprimir todo intento judío de retornar a su antigua tierra.

EXPULSIÓN 1492

*Recordar a estas comunidades desaparecidas cumple con el objetivo de recuperar una vieja memoria perdida para los judíos y para los que no lo son el de provocarles el cuestionamiento y la interrogación sobre su propio pasado, sobre sus orígenes e identidad, tal vez esto ayude a atemperar sentimientos antisemitas y racistas, manifestados con mucha frecuencia, eliminando injustificados odios y reparando algo del mal que han ocasionado y continúan causando.*

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