En una sesión de educación del Holocausto que tuve con chicos de preparatoria me preguntaron ¿los nazis estaban locos? Mi respuesta inmediata fue “no”, lo cual escandalizó a muchos de estos muchachos ¿cómo es posible que una persona dentro de sus cabales haga los que los nazis hicieron?
Creo que es conveniente plantearnos seriamente esta pregunta ¿estaban locos? ¿no será que eran unos psicópatas no diagnosticados? o tal vez ¿estarían drogados?
La respuesta a todas las preguntas anteriores es un no rotundo. No estaban drogados, ni padecían enfermedades mentales, eran hombres y mujeres conscientes de sus acciones y convencidos, en mayor o menor medida, de lo que estaban haciendo.
Entonces, ¿porqué cometieron aquellas atrocidades?, los ojos expectantes de estos jóvenes me dolieron. Cómo explicarles lo qué es capaz el hombre, sin desanimarlos o deprimirlos. Lo único que llegó a mi mente fueron las palabras de mi padre, “porque no cuidaron su corazón” y verdaderamente lo creo.
Las imágenes históricas, no solo de la Shoá sino de tantos conflictos bélicos, son desalentadoras. El hombre ha ido guerra tras guerra, siempre peleando por el poder y dañando al otro con excusas patéticas y aún después de prometernos que nunca más dejaríamos que aconteciera otro genocidio, las matanzas y las batallas siguen y nosotros caemos en la creencia de que no podemos hacer nada contra una maldad tan agobiante.
La realidad es que sí podemos combatir el mal desde donde estemos. Los nazis cayeron en la agresión y la brutalidad porque gradualmente se acostumbraron a la violencia, hasta que fueron incapaces de percibir que sus actos los convertían en algo peor que bestias. No debemos acostumbrarnos a cometer o recibir malos tratos, expresiones de violencia, rencor u odio. Son sentimientos que envenenan el alma y corrompen el corazón.
Las pequeñas acciones importan, ningún nazi se encontró llevó a cabo las matanzas de un día para otro. Fueron esas pequeñas palabras de odio, de antisemitismo y de desprecio lo que los corrompieron y permitieron que se “prepararan” para el deber al que fueron enviados. ¿Para qué nos estamos preparando nosotros?
Cuidemos nuestro corazón de las malas palabras, del comentario discriminatorio, de todo aquello que no construye y preparémonos para un mundo donde el amor, la fraternidad y la empatía sean los valores que lideren nuestras acciones.
También, tomemos la iniciativa. Esta pandemia ha destapado la pobreza que hay en nuestro país y en nosotros mismos y “nadie es tan pobre que no pueda dar nada”. A veces somos pobres de alegría, pobres de entusiasmo, pobres de generosidad. Trabajemos en nuestras pobrezas y ayudemos a quien más lo necesita, esto acrecienta nuestro espíritu y ayuda a cuidar nuestro corazón, que con la convivencia y al procurar al otro se nutre de valores que nos enriquecen como personas y nos vuelven más humanos.
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