Los violadores de cementerios

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Al parecer, arrepentido por el escándalo público que su acción y la de sus amigos ha suscitado, un joven vándalo de los que profanaron en Francia el cementerio judío de una población del norte del país confesó a la policía que pensaban que el lugar estaba en desuso, dejado de lado por la mano de Dios, abandonado. Dado el cruel ensañamiento con las lápidas y los mausoleos-de familias de antigua raigambre en Francia-, cuesta mucho creer en esa burda mentira, aceptar un comentario tan estúpido. Se trata, obviamente, del viejo veneno europeo llamado antijudaísmo, todavía operativo y agazapado para otro asalto sobre víctimas inocentes. También los agentes de la Inquisición española se empeñaban en abrir tumbas para constatar cómo, de qué modo había sido enterrado el difunto sospechoso de judaísmo. El sanbenito podía vestir, en algunos casos, a muertos en avanzado estado de descomposición. Esa intrusión en los camposantos hebreos es cíclica también en la Argentina, pero para robar los bronces y los objetos de valor que los cirujas, desarrapados entre los desarrapados, venden luego como chatarra. Para ellos incluso los pobres muertos judíos son ricos.

Esa negación del mal es del mismo carácter que el que muestran aquellos que reducen las cifras de los asesinados en el Holocausto, entre ellos Abu Mazen, doctor en mentiras y pamplinas por una universidad rusa. Piensan que minimizando la tragedia le quitan fuerza, relativizan su alcance y significado. Sabemos que los nazis pavimentaron muchas entradas a los campos de concentración con lápidas hebreas que para ellos eran nada, pues su criterio materialista y utilitario, su ideario racista había despersonalizado antes al pueblo del Libro: sus miembros no eran seres humanos verdaderos así como tampoco contenían nada importante las tumbas que los chicos franceses removieron, quebraron y dispersaron en cientos de trozos con una furia para nada inocente. El pasado íntegro habla por ese acto, y la tan bien consideraba educación francesa debería apurarse en ganar la batalla de la información antes de que los horrores pretéritos se conviertan en calamidades futuras. Eso, si Europa logra darle la vuelta a la tortilla. Las flores depositadas en el lugar en el que cayó abatido el asesino danés de origen árabe muestran que para muchos se trata de un héroe, alguien al que hay que honrar. ¡Por Dios santo! Si eso es libertad de expresión olvidemos siquiera la más mínima solución al creciente yahadismo y sus brazos en el hampa, nada puede hacerse en sociedades que lo permiten todo amparadas en la creencia de que el bien supremo es el multiculturalismo. Ser tolerantes con los asesinos y los familiares que los suben a los altares es no tener nada que defender y por lo que luchar.

Las leyes y su relación con la justicia no son suficientes, sobre todo no lo son para los que se comportan según la Sharía y califican a todo lo no musulmán como infiel. Se necesitan expulsiones, destierros, privación de ciudadanía y por último patitas a la calle para siempre. Eso de escupir la mano que te da de comer, deshonrar una y otra vez al país de acogida debe acabarse para siempre. A medida que pasen las semanas y los meses se verá cada vez más claro que el camino a seguir es el que ha escogido Egipto para defender a sus ciudadanos: tú degüellas a los míos y yo te borro del mapa. Tú me avergüenzas una y otra vez ante el mundo y yo dejaré de tener la menor piedad por tu suerte.


Mario Satz

Acerca de Mario Satz

Poeta, narrador, ensayista y traductor, nació en Coronel Pringles, Buenos Aires, en el seno de una familia de origen hebreo. En 1970 se trasladó a Jerusalén para estudiar Cábala y en 1978 se estableció en Barcelona, donde se licenció en Filología Hispánica. Hoy combina la realización de seminarios sobre Cábala con su profesión de escritor.Incansable viajero, ha recorrido Estados Unidos, buena parte de Sudamérica, Europa e Israel.Publicó su primer libro de poemas, Los cuatro elementos, en la década de los sesenta, obra a la que siguieron Las frutas (1970), Los peces, los pájaros, las flores (1975), Canon de polen (1976) y Sámaras (1981).En 1976 inició la publicación de Planetarium, serie de novelas que por el momento consta de cinco volúmenes: Sol, Luna, Tierra, Marte y Mercurio, intento de obra cosmológica que, a la manera de La divina comedia, capture el espíritu de nuestra época en un vasto friso poético.Sus ensayos más conocidos son El arte de la naturaleza, Umbría lumbre y El ábaco de las especies. Su último libro, Azahar, es una novela-ensayo acerca de la Granada del siglo XIV.Escritor especializado en temas de medio ambiente, ecología y antropología cultural, ofrece artículos en español para revistas y periódicos en España, Sudamérica y América del Norte.Colaborador de DiarioJudio, Integral, Cuerpomente, Más allá y El faro de Vigo, busca ampliar su red de trabajos profesionales. Autor de una veintena de libros e interesado en kábala y religiones comparadas.

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