Mi recuerdo de Itzjak Rabin, de su vida, su muerte y del duelo nacional

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Hoy viernes 4 de noviembre, se conmemora un nuevo aniversario del asesinato del Primer Ministro Itzjak Rabin, cometido por un judío extremista el 4 de noviembre de 1995. Ya 27 años sin él.

Recuerdo el espanto al confirmarse que alguien había disparado a Rabin. Al informarse que el atacante había sido un judío. El horror de saber que estaba grave. Y el llanto que cortaba la respiración al salir Eitan Haber, Director de la oficina del Primer Ministro y su veterano y más cercano colaborador, a la entrada del Hospital Ichilov de Tel Aviv y leer el terrible comunicado que había redactado poco antes con la ayuda del entonces ministro Yosi Sarid: “El gobierno de Israel comunica con estupor, con  gran pesar y profundo dolor, la muerte del Primer Ministro y Ministro de Defensa Itzjak Rabin”.


Yo no estaba allí personalmente. No había ido esa noche a la manifestación “Por la paz y contra la violencia” en la plaza que hoy lleva el nombre de Rabin pero que en aquel momento se llamaba “Kikar Maljei Israel”. Pero tuve claro de inmediato que esa noche comenzaba una nueva era en el Estado de Israel.

Recuerdo la sensación de orfandad de aquellos días. El silencio en las calles. La gente hasta manejaba más despacio. Casi no se tocaba bocina, así lo sentí yo. Parecía que después de haber pasado lo peor, todos sentían que hay que ir pisando con cuidado. Y con la excepción de los extremistas felices por el asesinato, la aplastante mayoría de la población de Israel, también quienes habían discrepado con su política en el proceso de Oslo, estaba de duelo. Recuerdo los coches que por los pegotines en sus ventanas podían claramente identificarse como habitantes de los asentamientos o quienes les apoyaban, que también tenían esa tira horizontal autoadhesiva que había llegado a todos a través del periódico Yediot Ahronot, con la frase “Shalom Javer” (Adiós amigo), que el Presidente Bill Clinton, con el rostro triste y lleno de dolor había dicho en la Casa Blanca al salir a la prensa tras enterarse del asesinato de Rabin.

Y el día del funeral, kilómetros de ciudadanos haciendo cola, en silencio, como si esto fuera Suecia y no Israel, esperando su turno para pasar junto al féretro y presentar sus respetos. “Estoy avergonzado”, decía el cartel que un hombre religioso, con expresión llorosa, llevaba en camino al ataúd. “No matarás”, era la frase que acompañaba uno de los dibujos colocados como despedida a Rabin. Allí estaban todos, laicos y religiosos, israelíes nativos y quienes llegaron de distintos confines del mundo a sumarse al sueño de generaciones, ese sueño que fue posible gracias precisamente a héroes como Itzjak Rabin que dedicó su vida a luchar por Israel.

En las largas filas, el pueblo de Israel se despedía, agradecía. Padres que traían a sus hijos pequeños para que entiendan el peligro de la violencia. Para explicarles qué es democracia. Nos acercábamos a entrevistar y había gente que no lograba responder porque abría la boca y comenzaba a llorar.

Recuerdo la silenciosa y potente marcha con los restos de Rabin en camino al cementerio en el Monte Herzel de Jerusalem. Al pueblo dándole el último adiós. Al Rey Hussein de Jordania y al Presidente Husni Mubarak de Egipto en la primera fila. Al Presidente Clinton repitiendo con evidente congoja lo que había dicho en la Casa Blanca la noche del asesinato : “Shalom, javer”, Adiós amigo. Y las palabras de la nieta Noa Ben-Artzi que sin parar de llorar decía que ella quiere hablar de su abuelo.

El verdadero legado

Mucho se habla hoy de su legado, un término problemático creo yo cuando se espera que el pueblo todo condene su asesinato. Claro que su opción de marchar por el camino de intentar lograr la paz con los palestinos y su éxito en firmar la paz con Jordania, son parte clave de su legado. Pero sobre parte de ello, el proceso de Oslo con los palestinos, no se puede esperar que haya uniformidad de ideas. Fue un proceso polémico, discutido hasta hoy. También grandes demócratas israelíes del otro lado del espectro político israelí, gente de posiciones nacionalistas y conservadoras, quieren la paz, pero discrepaban con aquel camino.

Duras protestas contra Rabin y el proceso de Oslo en diferentes partes de Israel. Lo demonizaron, presentándolo como terrorista árabe.

 

Rabin no era ni un santo infalible, ni una figura perfecta. Pero era un político convertido en estadista, que decía la verdad a la gente en forma directa, no andaba con vueltas y no mentía, un gobernante que pensaba primero en el bien del país y el pueblo y no en el provecho propio. Claro que se recordará siempre que fue el Primer Ministro que murió asesinado. Pero lo que lo distinguió no fue su muerte sino ante todo su vida. En mi opinión su principal legado fue su liderazgo íntegro y derecho, pensando  no en las próximas elecciones sino en las próximas generaciones. Un líder que se hacía responsable de todos sus actos y se presentaba siempre a reportar a la ciudadanía, para la cual sentía que trabaja y a la que se debía.

Recordarlo sólo por el proceso de Oslo, sea por las críticas que éste merecía o por los elogios por la búsqueda de la paz, sería minimizar su historia, su vida dedicada a la seguridad de Israel. Como Comandante en Jefe de Tzahal lo preparó para la victoria en la Guerra de los Seis Días y fue el liberador de Jerusalem. Como Ministro de Defensa y Primer Ministro, jamás dejó de interiorizarse en todos los detalles de los operativos de seguridad antes de aprobarlos y cuando los soldados ya habían vuelto del mismo. Jamás responsabilizó a otros por lo que él había decidido.”Yo tomé la resolución, yo me tengo que hacer cargo”, recalcaba. Con simpleza, con firmeza, como un servidor del pueblo.

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