Migración

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Provengo de familias de migrantes. Mi abuelo paterno dejó Polonia después de perder dos hermanos en un campo de batalla; su padre le dijo que no podría resistir perder a un hijo más y le dio unos ahorros con la recomendación de que avisara a qué país llegaría. Decidió ir a uno llamado México porque hasta allá se había trasladado la familia de su novia, mi abuela.

Del lado materno la historia es muy similar, abuela y abuelo llegaron de Polonia y de Rusia con rumbo a los Estados Unidos, en ese entonces una nación que simbolizaba la esperanza de una mejor vida y estaba formada por miles de migrantes de todo el planeta que buscaban el sueño de la prosperidad, pero una exitosa miscelánea puesta en el camino a la estación de trenes de Monterrey les impidió completar sus planes y se quedaron aquí. No entraré en detalles sobre sus historias, porque se parecen mucho a las de miles de migrantes que han llegado a esta tierra generosa. Son historias de esfuerzo, trabajo duro, ahorro, búsqueda de oportunidades, educación dentro y fuera de casa, solidaridad y respeto. Es decir, la historia de cualquier persona que debe abandonarlo todo por la ilusión de vivir con dignidad, ahí donde pueda existir un espacio por pequeño que sea.

Ha pasado un poco más de una semana de la crisis política más importante en fechas recientes con nuestro vecino en el norte. Si bien históricamente la relación nunca ha sido fácil, ahora la amenaza era la imposición de tarifas de un cinco y hasta un 25 por ciento a cualquier producto que exportáramos; siendo nuestro principal socio comercial en un mundo globalizado, se trataba de una sentencia de muerte a nuestra economía.


Una hábil negociación evitó por 45 días estos aranceles y, de acuerdo con la declaración televisiva del presidente de los Estados Unidos, apenas el viernes por la mañana, México está cumpliendo con su parte más rápido de lo esperado.

De inmediato, la innegable victoria del gobierno federal mexicano fue criticada por sus opositores y descalificada como un arreglo conveniente para nuestro país. Como suele suceder al paso de las horas, cuando las quejas políticas se agotaron, comenzaron los mensajes de preocupación por el impacto que tendrá la presencia de migrantes, en su mayoría centroamericanos, en nuestro país y de ahí a los llamados abiertamente xenófobos en contra de alojar a quienes buscan ingresar a la nación más poderosa del planeta. Digo que es usual, porque el miedo hacia quienes llegan de fuera no es novedoso, igual que no lo son los intereses que mueven el discurso contra la migración y su objetivo real: la división. Sin embargo, México es un caso atípico en este odio disfrazado de nacionalismo. En la mayoría de nosotros no permean las mentiras que necesita el racismo para florecer y, aunque clasistas y muchas veces discriminadores, somos una sociedad abierta al extranjero, amable con quien llega de fuera y solidario con las personas que necesitan de nuestra ayuda.

Afirmo lo anterior, porque he podido verlo en incontables momentos. Uno reciente, la primera caravana de hermanos centroamericanos que llegaron al estadio deportivo Jesús Martínez Palillo, en la Magdalena Mixhuca, Ciudad de México. Ahí arribaron cinco mil personas que necesitaban agua, comida, techo y abrigo (empezaba el frío).

Además de ser una de las experiencias más enriquecedoras de mi vida, tuve la oportunidad de hacer por otras personas lo mismo que muchos hicieron por mis cuatro abuelos en su momento y esa es una oportunidad que se presenta pocas veces en nuestro camino. Ya hemos visto hasta dónde pueden llegar las políticas que criminalizan a los migrantes. Podemos ver el apoyo que alcanzan acciones que representan nuestra peor cara como especie, sólo por los réditos que brinda el miedo a un grupo, o a varios, con poder.

No obstante, es importante recordar que este país también es una nación formada por migrantes y que sus momentos más memorables han sido precisamente aquellos en los que abrió sus brazos a otros. Nada más preguntemos, ahora en su 80 aniversario, a esa gran comunidad española-mexicana que tanto ha enriquecido a nuestra nación.

Por eso creo que nosotros los ciudadanos debemos enfocarnos en las formas en que podemos ayudar para que nadie tenga que abandonar su tierra a la fuerza y que, si lo hace, sea por elección. Tenemos un territorio grande, en extensión y en corazón, para apoyar a muchos que lo necesitan, esa es la realidad, no importa lo que digan los promotores del miedo.

Acerca de Luis Wertman Zaslav

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