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Adolfo Ruiz Cortines
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Veracruz, Ver., 30 de dic. 1889 – México D.F., 3 de dic. 1973
Presidente constitucional (1 de dic. 1952 – 30 de nov. De 1958)
Con el advenimiento del primer Adolfo en la segunda mitad del siglo XX a la presidencia de la República, prácticamente se inician mis experiencias y recuerdos desde la ciudad capital, residencia que hasta la fecha tenemos la mayoría de los miembros de la familia.
Recuerdo con claridad, que uno de los impresionantes mítines de su campaña a la presidencia, se realizó en la monumental Plaza de Toros México, que distaba escasamente dos cuadras de casa de mis padres en la Colonia de los Deportes; en aquel entonces una zona escasamente poblada, entre la plaza citada y el estadio de fútbol (al norte), la avenida Insurgentes (al este), el así conocido Parque Hundido (al sur), y al poniente, colindante con lo que serían las importantes arterias llamadas Patriotismo y Revolución.
Desde temprana hora de la tarde, hasta bien entrada la noche, todas las calles y banquetas de la colonia fueron invadidas por lujosos automóviles, de los cuales bajaban hombres bien trajeados; en gran número calzando botas vaqueras y finos sombreros de ala ancha tipo tejano. A muchos de ellos se les notaba que en los cinturones portaban impresionantes revólveres o escuadras con cachas bellamente adornadas con filigranas de plata y oro. Todos ellos lucían en la solapa de sus sacos, el inconfundible emblema del Partido Revolucionario Institucional; en algunos casos se hacían acompañar por damas lujosamente ataviadas con alhajas y estolas. En resumen una típica muestra de la clase gobernante de nuestro país, que con el tiempo, tan sólo cambiaron su apariencia en el vestir, sus distintivos en las solapas y la forma moderna de protegerse mediante los conocidos “guaruras” que tanto han proliferado en todo el país.
Cosa distinta -aunque con el tiempo no ha cambiado- resultaba el aspecto de la gran cantidad de personas que bajaban de camiones y autobuses foráneos, que llevaban en sus costados letreros y mantas con los nombres de varios sindicatos, y desde luego, la efigie con el nombre del candidato, en ese caso la de don Adolfo Ruiz Cortines. Con el pasar de los años y siendo esta una clásica forma operativa del PRI en el poder, comprendería el significado del calificativo “acarreados”, que lógicamente en aquellos momentos de gran poder y solemnidad, ningún medio periodístico se atrevería a usar en sus notas o artículos políticos.
Recuerdo también que, ya fuera por su edad (pues pasaba de los 60 años, siendo además el último presidente nacido en el S.XIX), o por su apariencia y solemnidad (pues vestía elegantemente con sombrero y característica corbata de moño, además de que pocas veces se le veía sonreír), a don Adolfo cuando se le mencionaba, siempre se le anteponía el “Don”, algo que en los sexenios posteriores cayó en desuso. En varias ocasiones -ya habiendo dejado la presidencia- junto con mis amigos de barrio que solíamos pasear en bicicleta hasta la Ciudad Universitaria, tuvimos la oportunidad de verlo caminar por la avenida Insurgentes Sur, curiosamente sin ninguna escolta que lo acompañara.
En contraparte a la presidencia de Miguel Alemán, con la de Ruiz Cortines México obtuvo mayor honestidad en los manejos de la administración pública. Una de sus metas fue la de cerrar las heridas profundas que estaban causando la corrupción, con una mayor vigilancia hacia sus secretarios y austeridad en todo lo que se emprendía, empresa que en parte logró, aunque su misma esposa se vio involucrada en un escandaloso sorteo fraudulento de una lujosa casa completamente amueblada en las Lomas de Chapultepec, un lujoso automóvil y una pequeña avioneta, cuyos supuestos beneficios se destinarían a las obras de la Catedral de Toluca.
No obstante su ejemplo y disciplina como gobernante, en 1954 no pudo sostener el equilibrio sano de las finanzas, por lo que el país sufrió otra macro-devaluación de su moneda, que estaba en $8.65 por dólar, pasando a un memorable $12.50; paridad que afortunadamente duraría sin cambios por los 25 años siguientes. Pero don Adolfo también lució un lado positivo como legislador, ya que mediante algunas reformas constitucionales otorgó a las mujeres la igualdad plena como ciudadanas y derecho de votar y ser votadas en todo tipo de elecciones. También dio los primeros pasos para la democratización del país con el establecimiento de ciertas garantías, mas sin embargo, al igual que sus homólogos compañeros de partido que ocuparon tan distinguido nombramiento, incrementó paralelamente y al mismo tiempo los mecanismos que le daban al ejercicio del poder un mayor control político y fuerza financiera, mediante estratégicas empresas estatales de explotación de recursos y prestadoras de servicios.
Poco antes de dejar el cargo sexenal, tuvo que lidiar con varios disturbios originados por maestros y ferrocarrileros; problemas que solucionó con mano dura y lujo de violencia oficial. Sin embargo, cuando deja el poder, literalmente se retira de la política y vida pública, actuando en sus últimos 15 años de vida, con discreción y sin escándalos. Indirectamente con su ejemplo, marcaría por muchos años -sin ser una regla escrita- la costumbre de que: “todo ex presidente mexicano debería de hacerse a un lado, guardando silencio para siempre”.
- Adolfo López Mateos
Atizapán, Edo. De Méx., 26 de mayo 1909 – México, D.F., 22 de sept.1969.
Presidente constitucional (1 de dic.1958 – 30 de nov. 1964).
Tras una larga lista de posibles candidatos a la presidencia de la República, que le fue presentada a Ruiz Cortines por el presidente nacional del PRI, en donde no aparecía el nombre de su secretario del Trabajo, por considerar que no tenía experiencia política, el último veracruzano en ocupar la presidencia manifestó que eso no importaba y que sería bueno investigara la posibilidad de su tocayo López Mateos.
En una siguiente reunión privada, el presidente del tricolor le respondió lo mismo del secretario que deseaba investigar don Adolfo (el viejo), agregando que ni siquiera consideraba tuviera seguidores en el partido. El presidente alzó la voz y le dijo que López Mateos era “el Bueno” y dio la orden de “destaparlo” cuanto antes. El general Olachea con voz algo débil contestó: “Si señor presidente, mañana mismo”. Con los ya famosos dedazos de los presidentes en funciones, el Licenciado en Derecho Adolfo López Mateos ocuparía la silla de los ungidos, con una mínima experiencia política, que contrastaba con su perfil juvenil (tan sólo 39 años de edad), su fama de buen trabajador, deportista, magnífico orador e intelectual mexiquense.
Curiosamente en su pasado, que desde luego se ocultó por mucho tiempo, figuraba su participación en las juventudes socialistas y su incondicional apoyo a José Vasconcelos en su campaña a la presidencia en contra del candidato oficial Pascual Ortíz Rubio. Poco después al ser completamente derrotado Vasconcelos por el aparato gubernamental de Emilio Portes Gil, varios de sus partidarios -incluso el joven Adolfo- fueron perseguidos, por lo que tuvo que huir a Guatemala. Pero en el México de aquellas épocas las cosas cambiaban y como su geografía, en lo político también era contrastante. Resulta que a su regreso de Guatemala y después de varios puestos públicos en el Estado de México, llegó a ser senador de la República por el mismo partido que lo había señalado en el pasado como traidor a la causa.
Ya “destapado” Adolfo el joven, inició su campaña en la ciudad de Querétaro y desde entonces, según se afirma, sufría los trastornos cerebrales provocados por el taponamiento de unas venas del cerebro, sintiéndose mal con fuertes dolores de cabeza, que al pasar el tiempo le daban más seguido. También dicen sus biógrafos que debido a su problema de salud, fue que depositó muchas de sus actividades de la presidencia en su secretario particular Humberto Romero Pérez y el de la presidencia Donato Miranda Fonseca.
Durante el régimen “Lópezmateista” se nacionalizó la industria eléctrica, se declaró el dominio de la nación sobre la plataforma continental y el espacio aéreo; se dieron soluciones a varios problemas agrarios; se creó el ISSSTE y se establecieron los dispositivos legales y orgánicos de varias instituciones al servicio de la nación. En el plano económico fue positivo su mandato, llegando a entrar los valores emitidos por el estado mexicano a los mercados internacionales. Logró la construcción de varias presas importantes y carreteras. En el marco de la educación, su legado también fue positivo, estableciendo el reparto de desayunos escolares, la construcción de un número considerable de nuevas aulas, inauguró la Unidad Profesional de Zacatenco y los magníficos museos de Antropología e Historia en Chapultepec.
Recuerdo que ALM fue el iniciador de los viajes presidenciales al extranjero, renovando lazos de amistad en los cinco continentes. Con Cuba se mantuvo firme con las relaciones del nuevo gobierno socialista, no obstante las presiones que ejercía el gobierno del vecino país del norte. Obtuvo además para Cuba en Punta del Este, Uruguay, que no fuera excluida de la OEA. Promovió la iniciativa de una América, por lo menos latinoamericana y del Canadá desnuclearizada, por medio de la firma del Tratado de Tlatelolco. De los E.U. obtuvo la devolución del Chamizal y como capitalinos nos mantuvo sorprendidos con toda una gama de visitas de jefes de estado, como: la de Charles de Gaulle, John F. Kennedy, la reina Juliana, el mariscal Josip Broz “Tito” y negoció la obtención de la sede para la siguiente olimpiada.
En general fue un mandatario querido por la mayoría, proyectando como pocos presidentes que le siguieron, una imagen muy positiva del país en el extranjero. Tuvo como todos, varios defectos y debilidades pocas veces ocultadas que no llegaron a escandalizar a la población, y también -sobre todo al principio de su mandato- problemas de orden con obreros del ramo ferroviario, pero al igual que sus anteriores, pudo reprimirlos con firmeza y a tiempo de que fueran incontrolables.
De su período sexenal guardo en lo particular muy buenos recuerdos, ya que en el mismo se desarrolló mi adolescencia, con nuevas obligaciones, satisfacciones y amistades, tiempo que por lo general uno mantiene todavía frescos en etapas posteriores de la vida. Recuerdo por ejemplo que, gracias a unas queridas amistades, que a su vez eran maestras y amigas de Avecita López Sámano (la hija única -por lo menos oficial-del presidente en funciones), tuve la oportunidad de ser invitado a la fiesta en que se celebrarían sus 18 años de edad, fiesta que se realizaría en Los Pinos.
Fue la primera vez que entraba a los jardines y casa oficial presidencial. Despojados de la formalidad, nerviosismo e impresión inicial, la velada -con todo y Show a cargo de Marco Antonio Muñiz- resultó muy amena y alegre. Todos nos divertimos bailando hasta altas horas de la noche, incluso lo hice con la agasajada, cuya sencillez, magnífico trato y grandes ojos verdes aún recuerdo. A la mitad de la fiesta y poco antes de la citada variedad, bajó lentamente por unas largas escaleras su señor padre, con cierto semblante de seriedad o molestias físicas (que por entonces nadie de los presentes imaginamos). Al retirarse a sus habitaciones, cuando Marco Antonio terminó su intervención artística y casi sin cenar, el señor presidente, con la afabilidad que lo caracterizaba, saludó de mano a todos los invitados.
Nunca me imaginé que pocos años después, en la administración del Lic. Díaz Ordaz, visitaría a “plain soleil”, con lluvia o frío cada domingo y por todo un año, los jardines y el cuartel interior de Los Pinos, ya no como invitado especial nocturno, sino cumpliendo con mí servicio militar como sargento segundo del Cuerpo de Guardias Presidenciales.
Continuará…
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