Tánger y la historia del Profeta Elías cabalgando un toro

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Para Manoli Egea y Manuel Oliver, con agradecimiento.
A Selena Simonatti, la Dama Toscana.
A Lydia Sanz de Soto, el fervor y la añoranza de Tánger.

Estaba yo una tarde en la Sala Cervantes de la Biblioteca Nacional de Madrid investigando sobre asuntos judíos, cuando Selena Simonatti, una hermosa toscana de negros cabellos cobrizos, con la mejor de las sonrisas, me sugirió que escribiese sobre Tánger, donde yo había asistido días antes a la boda de un compañero con una tangerina, estudiosa de la comunidad judía.

Tingis, Tingi, Tanjah, Tinge o Tinga, Tánger ¡Qué bellos nombres! Tánger, Tinga… repito estas palabras con cadenciosa armonía y una serie de experiencias, vividas unas, literarias otras… Jean Genet, Samuel Beckett, Jane Bowles, Truman Capote, Gertrude Stein, Tennessee Williams… se agolpan atropellada y tumultuosamente en mi cerebro.


¡Ah, el alba del mar iluminada por la luna! ¡Esos atardeceres con olor a resina de los esbeltos cipreses en un océano de aguas plateadas! ¡Y qué decir del agradable aroma balsámico de los majestuosos cedros que pueblan Monte Viejo… Esa hermosa visión de un estrecho donde bulliciosas corrientes se confunden y abrazan y donde los barcos, en vómito suave, dejan escapar sus humos en el horizonte azul.

¡Qué tienes Tánger que tu nombre invoca ya el placer de recordarte y de amarte, mostrando cómo se nos puede mostrar a los mortales eso que se llama alegría, vencedora efímera del tiempo!

De las historias, saberes y sabores de la ciudad nos da sobradamente cuenta el excelente libro que nos escribió Eduardo Jordá (Tánger. Editorial Destino), que por largo tiempo anduvo sabiamente vagando por los pagos de Tánger y hasta bebiendo de sus lenguas hechas cantos.

Festejando el enlace matrimonial de la novia, su nutrida y afectuosa familia, -entre el yuyú ululante de los días de fiesta que brota de la garganta de un grupo de mujeres- sacrificó un toro, y este hecho hizo que viniese a mi memoria el hermoso poema de Paz Díez-Taboada sobre el astado de la leyenda de Hervás:

Junto a la fuente, madre,
el toro rompe el hilo
que entre las piedras mana.
El toro, madre,
corona su testuz
con flores de la jara.
En la dehesa, madre,
que el furor de sus pasos
tozudo castigaba.
El toro, madre,
embridado su ímpetu
por la sierpe de plata.
Era en la sombra, madre,
un monte sin perfiles
el toro y su destino.
El toro, madre,
junto al recuerdo oculto
de aquel viejo rabino.

Sobre la presencia del Pueblo del Libro en estas tierras tangerinas, Maguén-Escudo, revista venezolana, hace casi dos décadas, publicó lo siguiente:

“Tánger, Rosa de los Vientos. El puerto de Tánger da la bienvenida al África Noroccidental. Su judeidad conoció el máximo esplendor entre las décadas de los años treinta y cuarenta, cuando su población alcanzaba los quince mil habitantes. La comunidad poseía ya 18 sinagogas, de las cuales 16 estaban ubicadas en una misma calle conocida como Calle de las Sinagogas. En el Shabat y en las festividades no se veían automóviles y cerraban los comercios mayormente concentrados en el Zoco Chico.

Entre los personajes más ilustres que díó  la judería tangerina, resaltan por su erudición los rabinos Mordejai Bengio, Benshimol, Yehuda Azancot, Mordejai Encaoua, Habit Toledano, Yamín Cohén. Por su prosa literaria, los escritores Jacobo Bentata, Carlos Nesri y Abrahan Laredo, autor de Memorias de un viejo tangerino, Les noms des juifs du Maroc, ensayo onomástico sobre el origen de los apellidos. En medicina, los doctores Güita, Mani, Amselem y Morelly; Y en las finanzas, los bancos Hassan Abensur y Pariente, que posteriormente se establecieron en Suiza. Entre las familias más notables destacan los Laredo, Salama, Bendrao, Toledano y Hasan. En la actualidad, la población judía de Tánger es de 180 almas, informan Luis Tangir y Moisés Elbaz, secretario general y tesorero de la Comunidad Judía de Tánger, en una mayoría pertenecientes a la tercera edad, de los cuales, alrededor de 60 residen en el Ancianato. La comunidad subvenciona los gastos de un casi 60 % de los correligionarios en temas de vivienda, alimentación, medicina y salud, mediante fondos que provienen del American Join, donativos voluntarios del usufructo de los bienes comunitarios.”

Recuerdos… recuerdos que nos vienen ahora de mi paisano Tiburcio. Convencido este hombre de su carácter divino -actitud a la que somos muy propensos los extremeños- profirió aquellas palabras que rezuman profunda misantropía: “De qué alturas, de qué gloria he sido arrojado sobre esta mísera gleba para convivir con bípedos acéfalos…”.

Y se ha fraguado la fábula de haberse arrojado a las aguas revoltosas del estrecho, apareciendo más tarde los calzoncillos prendidos de una roca marina próxima a las Cuevas de Hércules. Aunque evidentemente los dioses no deben usar calzoncillos, indumento éste, en cambio, si portado, supongo, por Paul Bowles, -esposo de Jane y divino Júpiter de Tánger-, cuando en una hermosa primavera norafricana recorrió a pie en compañía de Ginsberg y Burroughs estos parajes de ensueño.

Y a propósito de otro toro, hace unos años, estando en las Navas del Marqués, tuvimos una extraña visión en sueños. Y es que se nos apareció en el Bosque de los Justos, Elías, el profeta de Fuego, cabalgando un miura, embridado éste por una enorme culebra viva. Y de nuevo vino a nuestra mente el hermoso poema de Paz, que no nos resistimos a transcribíroslos:

Duermen siglos oscuros en el valle
donde la fuente mana. Rubios clavos
sujetan la negrura que alimenta
los sueños infinitos.
Inclina el toro su testuz –la luna
cuelga en la cuerna el nácar de su velo–,
y suena un gorgoteo como un salmo,
mientras bebe la fiera
sus porciones de plata.
¿Quién la vio relucir su piel zahína?
¿Quién la sintió pasar al toro negro?
¿Quién contempló la furia del astado,
embridado su cuello
con anillos de muerte?
Cantó tres veces el cuclillo oculto,
abrió la aurora sus rosados dedos
y el reptil se lanzó –perfil de rayo–
sobre la vieja piedra en que refulge,
como un verso encendido,
el nombre del Rabí.

Vuelvo a la isla, a esta isla, rodeada de un piélago de leyendas y sueños que es la Biblioteca Nacional. Frente a mí, hermosamente encuadernada de atavío verde oliva, “Ángel Terrible de la Belleza”, Selena Simonatti, la Dama de Pisa, cuya sonrisa de esfinge luminosa me recuerda a la de una doncella hebrea vislumbrada en esta biblioteca de agua, olores y piedra que es Tánger, la ciudad que, como diría Esquilo, lleva consigo “el infinito sonreír de las ondas del mar”.

Tánger, venero de poesía y vida. Singladura de un viaje hacia el cual conduce la Biblioteca nacional. Tánger nos acogerá, ahora y siempre, con el corazón y las manos calientes. Shalom.

Antonio José Escudero Ríos, Gran Maestre de la Orden Nueva de Toledo, Anno Templi DCCCXCV.

5774/2013

 

Acerca de Antonio Escudero Ríos

Nació en 1944 en Quintana de la Serena, Badajoz. Hizo las carreras de Filosofía y Publicidad en Madrid en donde reside desde 1960. Es editor literario e investigador de Judaica. Ha realizado ediciones facsimilares de la Guía de los Perplejos, el Cuzarí y de la obra de Isaac Cardoso. Dirigió las Jornadas Extremeñas de Estudios Judaicos en Hervás, en 1995, con Haim Beinart. Fue Director de las Actas del mencionado Congreso, publicadas en 1996. Colaborador en las revistas judías Raíces, Los Muestros, Maguem y Foro de la vida judía en el mundo, entre otras publicaciones. Creador, junto a otros entusiastas, de la Orden Nueva de Toledo, Fraternidad dedicada a la defensa plural de Israel y el Líbano cristiano, así como combatir el antisemitismo. Ha plantado miles de árboles, y construido, con Don Jaime Botella Pradillo, un jardín dedicado a los Justos de las Naciones en Las Navas del Marqués, en tierras de Castilla.

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