¿Qué pasa en Argelia?

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Es difícil saber cuándo comenzó la inestabilidad política que padece Argelia. Hasta abril de 2019, en que renunció a presentarse por quinta vez a las elecciones presidenciales, Abdelaziz Buteflika venía gobernando el país desde 1999 en compañía de una élite política y militar que controlaba –y sigue controlando– la economía, las instituciones políticas y el aparato de seguridad y defensa. Bueno, en realidad lo controla casi todo.

El estallido social, con alborotos y manifestaciones, que se produjo cuando Buteflika anunció su candidatura terminó provocando la renuncia del viejo líder, pero no un cambio de régimen. Fue necesario todo un mes de manifestaciones todos los viernes y seis días consecutivos de movilizaciones por todo el país, pero especialmente en Argel, para que el general Gaid Salah retirase su apoyo al presidente y precipitase así su abandono del poder. Sin embargo, esto no aplacó la ira popular. Se tomó como una medida cosmética que pretendía fingir un cambio total para que, de hecho, nada cambiase. No en vano el general –de 79 años– es un miembro destacado de esa élite que ha venido controlando Argelia desde la independencia. La postergación de las elecciones previstas para el 18 de abril hasta el 12 de diciembre no logró que las movilizaciones acabasen por agotamiento de los descontentos. La oposición está muy dividida, pero el poder no ha conseguido sofocar los tumultos.

Tampoco han funcionado las detenciones de opositores y líderes sociales, ni los arrestos de periodistas y blogueros, ni el despliegue policial so pretexto de mantener el orden público. El pasado mes de noviembre, la Unión Europea condenó “enérgicamente las detenciones arbitrarias e ilegales, las interpelaciones, las intimidaciones y los ataques a periodistas, sindicalistas, abogados, estudiantes, defensores de los derechos humanos y la sociedad civil, así como a todos los manifestantes pacíficos que participan en las manifestaciones pacíficas del Hirak”, el movimiento de oposición que reclama una mayor democratización y apertura de las instituciones.


El 70% de los 41 millones de argelinos tiene menos de 30 años. La tecnología digital, que impulsó la Primavera Árabe, sigue brindando a los activistas una herramienta formidable. Los vídeos de las detenciones y las multitudes en marcha han creado toda una retórica de la protesta que simboliza el Hirak. Quizá sea exagerado decir que pretende una revolución, pero desde luego no se conforma con cambios superficiales.

Las elecciones de diciembre las ganó Abdelmayid Tebún, un tecnócrata (fue ministro de Vivienda y Comunicaciones, e incluso fugazmente primer ministro en 2017) detrás de cuya candidatura algunos veían la mano de Salah. Sin embargo, el casi octogenario general falleció el día 23 del mismo mes. Según fuentes oficiales, la causa de la muerte fue un paro cardiaco. Fallecido el militar que sostenía a Tebún, es imposible predecir cuánto va a durar en el cargo el recién elegido presidente. La participación en las elecciones no llegó al 50%. El Frente de Liberación Nacional se ha hundido.

Por lo pronto, van para ocho meses de protestas en Orán, Chlef, Constantina, Mostaganem, Tizi Ouzou, Tlemcén… En algunos sitios llevan incluso más tiempo manifestándose de forma regular contra la corrupción y la arbitrariedad de las autoridades. El Hirak es una fuerza que no ha logrado vertebrar una alternativa de gobierno, pero tampoco ha tenido hasta el momento posibilidades reales de alcanzarlo en un sistema dominado por la élite gobernante. Hay quien plantea una II República como forma de refundación política de un sistema que parece insalvable. Desde luego, ni la represión ni el agotamiento parecen haber hecho mella en los opositores.

La parálisis económica es evidente. Argelia es el quinto importador de armas del mundo, pero sus reservas de divisas han caído los últimos quince años desde los 200.000 millones de dólares a los 65.000 que atesoraba en 2019. A pesar de disponer de petróleo y gas –según la Corporación de Reservas Estratégicas de Productos Petrolíferos (Cores), España compra el 51% del gas que Argelia exporta–, carece de los recursos para hacer las inversiones necesarias en exploración y producción de hidrocarburos. Esto es letal en una economía poco diversificada y refugiada desde hace mucho en el proteccionismo. La nueva Ley de Hidrocarburos ha sido un intento de romper esa espiral proteccionista y abrir el mercado a las empresas extranjeras, pero los opositores la han visto como un intento de vender los recursos naturales del país en beneficio de la élite gobernante. La inestabilidad política está alimentando la parálisis económica.

Argelia está atravesando un periodo de gran turbulencia política. No se sabe qué saldrá de ella. Hasta el momento, los islamistas no tienen un papel predominante en las protestas. Sin embargo, sí cuentan con apoyos internacionales, experiencia y el rigor religioso para ganar influencia.

Habrá que estar muy atentos.

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