Reencuentro con el pasado

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Al conmemorar este año el Shoa, reeditamos una colaboración que apareció en la revista “Foro” en el mes de noviembre de 1992, pues además hay sucesos en la vida que no podemos darle una explicación lógica.

Esta historia después de más de 60 años con un final imprevisto, vale la pena contarla.

Abraham y Dina Buchwalter, fueron invitados al Congreso Mundial Judío, que se llevaría a cabo en Bruselas, Bélgica. Éste se llamó “Todos los hombres son hermanos” “Antisemitismo y prejuicios en un mundo cambiante”. Al evento asistieron el Príncipe de Bélgica, Presidentes, Ministros, Cardenales y prominentes líderes comunitarios. También se hizo presente en la televisión (vía satélite), el Primer Ministro israelí Itzjak Rabin, quien desde Israel contestó preguntas al público asistente. Como primera actividad del programa, se conmemoró la primera deportación de los judíos de Bélgica y de otros países europeos, que se organizó en un parque en el que se había esculpido un monumento consistente en un muro de mármol, grabado con 25 mil nombres en orden alfabético de los que murieron en Auschwitz y en los demás campos de exterminio.


Abraham y Dina, así como otros delegados de diferentes países, se sorprendieron de la solemnidad del acto. Las banderas ondeaban en la tarde gris que amenazaba lluvia. La entrada de un grupo de sobrevivientes vestidos con el uniforme original que usaron durante su confinamiento, ya descolorido y raído por el tiempo, hizo bullir sentimientos encontrados en los corazones de los ahí presentes, causando el impacto que se buscaba para concientizar al mundo de la época que nos ha tocado vivir.

Después de algunos discursos, a continuación fue invitado un jazan (cantor) que con voz privilegiada entonó “Al Malei Harajamim” y fue tal la emoción al escucharlo que los delegados se compenetraron con su mensaje de dolor. Abraham escuchaba atento los rezos por los difuntos, parado cerca del muro curvo, cuando… una fuerza extraña le hizo dirigir su mirada a éste resbalando lentamente por los nombres grabados y ¡ahí estaba el nombre de su padre!

La sorpresa fue inenarrable, pues nunca se imaginó que el nombre de su progenitor estuviera entre los nombres grabados en el muro. ¿Por qué en ese momento en que se recordaba a los muertos y su posición fortuita en el lugar, le permitió verlo? La mente de Abraham voló muy lejos, a la época de su niñez en Viena…

Recordaba la invasión alemana a Austria donde residía su familia. Un día cuando su padre regresaba de las ocupaciones laborales fue atacado por jóvenes nazis, acontecimiento que lo hace decidirse a abandonar Viena, eligiendo Bélgica, pues pensaba que Hitler invadiría solamente la parte oriental de Europa por haber más judíos en aquellos países y no así a Bélgica, Francia y Holanda.

En esos tiempos todavía era posible viajar en ferrocarril y así lo hicieron hasta la frontera, donde fueron detenidos por carecer de papeles de identificación. Se los habían quitado cuando Austria fue invadida, por lo que se consideraban apátridas. En ese momento un policía fronterizo, vio que la madre en la solapa de su abrigo llevaba un valioso prendedor, se acercó y dirigiéndose a ella le dijo: -¡Qué bonito!, apresuradamente la señora se lo ofreció como regalo. De buena gana el oficial lo aceptó y Abraham, que observaba atentamente la escena, dirigiéndose al guardia le dijo: -¿Para qué lo quieres si es de pura hoja de lata? Esta aseveración viniendo de un niño tan pequeño le causó gracia y con una sonrisa sin más cortapisas, los dejó cruzar la frontera.

Más adelante encontraron a un guía que de forma ilegal los introdujo a Bélgica. No obstante pasaron momentos de angustia y desesperación. El padre varias veces estuvo ante el paredón, pues fue acusado de espía, acusación muy difícil de defender, pues hay que recordar que no tenía identificación y además no sabía el francés, salvándose milagrosamente.

En el largo camino a pie, atravesando bosques y senderos escondidos, llegaron cansados a Amberes; ahí se instalaron en un sótano por ser un lugar econó-mico y empezaron a hacer una vida más o menos normal. Sus padres encontraron pronto trabajo y Abraham (único hijo) ingresó a estudiar en un Jeder (escuela religiosa judía). Esa situación no duró mucho, porque a todos los judíos de ese rumbo los llevaron para concentrarlos en un castillo.

El lugar estaba rodeado de extensos campos donde los pusieron a trabajar la tierra. Inexplicablemente algún tiempo después, los dejaron marchar para continuar su peregrinar hacia Francia. Recuerda que el camino estaba lleno de cadáveres de personas y animales, además de muchas maletas abandonadas. Era un espectáculo dantesco, los aviones alemanes bombardeaban todos los caminos sin cesar, logrando una total masacre de gente que huía buscando refugio para salvar sus vidas.

La familia Buchwalter decidió regresar a Bruselas, que era el lugar donde originalmente habían pensado quedarse, al darse cuenta que los alemanes ya estaban en Francia. Pasaron un sinnúmero de dificultades, pero al fin llegaron, encontrando un cuarto modesto y posteriormente trabajo para el padre y lugar donde estudiar para Abraham.

Por segunda ocasión trataron de acomodarse al nuevo medio, pero también Bélgica había sido invadida y la situación era realmente angustiante, con leyes que hacían la vida de los judíos intolerable. Al poco tiempo su padre pierde el trabajo y a él lo expulsan de la escuela. Los obligan a usar la estrella amarilla y en los tranvías no les es permitido sentarse adelante, sólo en la parte posterior. perdiendo poco a poco la dignidad de seres humanos.

Un día aparecen en toda la ciudad anuncios para los judíos que desearan trabajar, pidiendo se registraran en la oficina de policía. Mucha gente se presentó en el lugar, entre ellos el padre de Abraham. Al poco tiempo vinieron por él los alemanes y lo mandaron a Francia a trabajar, desapareciendo sin dejar huella.

Una noche su madre fue visitada por un sacerdote que le propone esconder al niño, con la única condición de que no se investigara en donde lo tendrían. Abraham acepta irse con el cura, pero viendo a su madre tan acongojada le promete escribir a casa de la vecina, para que supiera de su paradero. Abraham junto con otros niños que habían sido citados en una esquina, son recogidos por una mujer que los condujo al ferrocarril. Durante el trayecto se les aleccionó para que por ningún motivo descubriesen su identidad judía. El final del viaje fue un convento de monjas, donde le cambiaron el nombre por el de Alphonse Van Hoof.

En el convento le enseñaron la doctrina cató-lica y por haber estudiado la Biblia en el Jeder, pronto sobresalió en esa materia, nombrándolo monaguillo. El convento estaba situado cerca de un centro ferroviario y carbonífero muy importante, por ello era constantemente bombardeado por los aliados. Los habitantes del convento tenían que refugiarse la mayoría de las noches en el sótano y afortunadamente el lugar no fue tocado por las bombas. Más tarde supo que por las noches en la azotea, había sido instalado un radio de onda corta, manejado por partisanos quienes guiaban a los aviones amigos hacia los objetivos. Durante el día algunos alemanes se acercaban al convento para regalar golosinas a los huérfanos.

Abraham nunca perdió el contacto con su madre y al término de la guerra ella fue a buscarlo. El Bar Mitzvá, lo hizo junto con otros trece niños en la gran sinagoga de Bruselas. En la ceremonia asistió el sacerdote Dunant, quien fue el que salvó a Abraham y a otros 4 mil niños judíos (el gobierno de Israel ha plantado un árbol en el bosque de los justos, que rodea el museo Yad Vashem, en Jerusalén, para honrar a este gran hombre de noble corazón). Poco tiempo después a esa memorable ceremonia, Abraham y su madre emigran a México. Bruscamente Abraham es sacado de los pensamientos que repentinamente habían pasado por su mente, viendo que el Presidente de la Kehilá de Bruselas, quien estaba próximo a la pareja, quien había escuchado sus manifestaciones de asombro, le preguntaba: ¿Tienen conocimiento que aquí en Bruselas, en el Ministerio del Interior, hay un departamento donde tienen archivados los documentos detallados de cada judío belga y de otros judíos muertos en diferentes campos de concentración? Por lo que ellos respondieron que no tenían ni la más remota idea de que existiesen esos documentos, por lo que al día siguiente, intrigados y ansiosos se presentaron a investigar, si entre esos documentos estuviera el nombre de su amado padre.

Fueron recibidos amablemente por la Directora del Departamento, a quien le dieron todos los datos necesarios de identificación. Pasados algunos momentos angustiosos que les parecieron eternos, la mujer regresó con un legajo en las manos, explicándoles lo que en ellos había escrito. Esos documentos eran mudos testigos de la triste suerte de su progenitor. El pasado y destino de su padre de pronto se les reveló. Con intensa emoción la escucharon, no pudiendo dar crédito a lo que estaba ocurriendo, se imaginaban estar en un sueño que dolía profundamente.

Se enteraron de que el Sr. Buchwalter trabajó cuatro semanas en Francia, después lo enviaron a Málines, donde había un cuartel enorme en el que concentraban a todos los judíos. Los alemanes tenían órdenes terminantes de deportar a mil judíos cada tercer día a los campos de exterminio. De Málines lo enviaron a trabajar en unas minas de carbón de nombre Joslowisi, trabajo infrahumano que al poco tiempo lo venció por lo que posteriormente lo mandaron en el convoy XVII, 468 el 31 de octubre de 1942, hacia los hornos crematorios.

Junto con la documentación vieron la credencial con la foto de su padre que descubría el terrible truco de mentes enfermas y satánicas. La misma se expedía con el fin de saber quienes eran y en donde vivían esos infelices judíos que inocentemente acudieron a registrarse en ese fatal día con la idea de obtener trabajo, sin sospechar que al ir a registrarse, firmaban su sentencia de muerte. En el documento también estaba escrito el número que le habían tatuado en el brazo (72299), infame método con que a los prisioneros les quitaban su identidad humana. Por último supieron que murió en las cámaras de gas el 8 de diciembre del mismo año a la edad de 44 años.

El conocimiento de todo lo que contenían estos papeles los dejó mudos de tristeza y dolor. Ese trágico sino, los transportó a vivir junto con el padre, sus últimos trágicos días. Al mismo tiempo un escalofrío recorrió sus cuerpos al percatarse de los minuciosos registros y la sangre fría con que hasta el detalle los habían realizado. La atmósfera se llenó de fantasmas y la voz de Abraham se quebró por el llanto, envuelto en un silencio de profunda tristeza.

A su regreso a México, Abraham se sigue preguntando: ¿Por qué los sucesos se enlazaron entre si? ¿Fue el destino? o ¿Fue el padre, que regresó del más allá y tomó a su querido hijo de la mano para que se enterara de su trágico y terrible fin?… ¡Descanse en paz!

Acerca de Bertha Neuman

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