Los derechos humanos están instituidos en el papel pero no están integrados en nuestra escala de valores y no son parte de nuestra identidad. El respeto mutuo y la tolerancia son cualidades humanas que no han sido suficientemente desarrolladas. Nos gusta que nos respeten pero nos cuesta trabajo respetar al otro.
Ese otro es variado, pueden ser personas de otras generaciones, de religión o nacionalidad diferente, de ideología diferente, de color de piel distinto etc. Cada persona, según su edad y cultura, tiene una forma diferente de aprehender el mundo. Se habla constantemente de la sabiduría de los adultos mayores pero no se busca entenderla y de la misma manera la crítica a los jóvenes es platica constante entre los mayores.
En este momento estamos viviendo un momento histórico en que el número de adultos mayores aumenta constantemente; envejecemos cada minuto ganando años y por otro lado la esperanza de vida se ha alargado. Se requiere mayor educación para lograr un cambio de actitud hacia la vejez. Paradójicamente se habla de esto tanto en congresos como en conferencias referentes al tema pero todo queda en el papel y no en las acciones.
Por ejemplo, en muchas instituciones de salud en que piden ser atendidos se les hace subir y bajar muchas veces sin considerar su estado físico; los jóvenes usan los elevadores sin respetar las necesidades de estos viejos que tienen menos capacidad que ellos para hacer uso de las escaleras. Son pocas las escuelas en que buscan a ancianos para sensibilizar a los pequeños ante esta realidad de la vida.
Así, los niños van creciendo haciendo suyo ese prejuicio a la vejez que tiene que ver con temores a esa etapa de la vida a la cual todos los que no se mueren jóvenes tienen que llegar. Hay que valorar la dignidad humana, la experiencia adquirida y no los valores de fuerza y belleza externa solamente.
Ese respeto del cual se hace alarde, hay que transformarlo en acciones y amor hacia ese grupo de gente que nos dado mucho de lo que somos. En un congreso donde se invitaron a grupos de adultos mayores y estudiantes de las áreas sociales, se pudo ver que saliendo de la plática que sugería ese respeto, los jóvenes corrían para ganarles el lugar a los mayores sin importarles que estos pudieran ser lastimados en la carrera; también existía el peligro de que al derramar el líquido algunos pudieran ser quemados. La contradicción fue notoria porque lo que se escuchaba en las conferencias, no era parte del quehacer diario. No siempre se respetan las canas, un bastón o una persona que camina lento aunque racionalmente se piensa que eso es lo que se hace.
Hay muchos viejos que viven solos por diferentes motivos; la familia ha migrado, se han muerto o simplemente se perdió contacto con ellos. Nos enfrentamos a una cultura donde la necesidad de sobrevivir sobrepasa todo lo demás. Por otro lado, el tamaño de esta ciudad ha dificultado que los familiares se visiten y convivan como se hacía antes.
Algunos viejos están desesperados; una mujer se suicidó dejando la siguiente nota: Ya no puedo seguir viviendo en este infierno en que se ha convertido mi vida. Nadie se percató de su muerte hasta varios días después; no se percibieron muchos indicios de que Leonor había existido y había muerto. ¿Qué ha pasado en esta sociedad?
Sin embargo, es importante insistir en las diferencias que hay entre los jóvenes y los viejos: cada uno ve las cosas de acuerdo a la cultura social en que le tocó vivir. A los mayores les tocó vivir una época en que ser joven no tenía el valor ni el mérito actual; se pensaba que la juventud era una enfermedad que se curaría con el matrimonio; diferente del momento actual en que se sobre valora la fuerza, la belleza externa y la lozanía de esa edad. Esto implica una falta de empatía mutua.
Así como los jóvenes no comprenden las reacciones de sus viejos, estos son en ocasiones, demasiado críticos con la cultura de ellos. Los menores ponen poco empeño en comprender que los abuelos crecieron en una época en que el teléfono era él único medio de comunicación y que cuando surgió la televisión fue todo un evento maravilloso; las reuniones se hacían en casa de aquellos suertudos que ya tenían televisión.
Esto explica un poco el hecho de esa tecnología en que los jóvenes de ahora se desarrollan escapa del mundo de sus mayores; he escuchado a quienes se enojan por el excesivo uso de aparatos que los jóvenes usan y esa forma de mandar mensajes no entra en su marco referencial. El mundo de las redes sociales no lo viven como las nuevas generaciones. Lo mismo podemos decir de la libertad que ellos gozan y del cambio de valores. Este entre otras cosas marca un gran precipicio entre ellos.
Lo ideal es que cada uno trate de entrar un poco en el territorio del otro y así disfrutar tanto del mundo de los viejos como el de los jóvenes ya que ambos tienen su propio encanto, respetando el lugar que cada quien ocupa. Podemos aceptar esta diferenciación y buscar nuevos modos para integrar y armonizar nuestras vidas cotidianas. Hablando y preguntando podemos enriquecernos y aumentar las posibilidades reales. El mensaje sería beber de la cordura y sabiduría de algunos viejos y de la inquietud creadora de algunos jóvenes. Esta comunicación podría darle un mejor sentido al mundo desencantado que nos está tocando vivir y gozar al reír juntos las diferentes experiencia de cada uno.
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