Testimionio de mi voluntariado en Israel

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Han pasado varias semanas desde mi regreso de Israel, de esa aventura en la que nunca pensé tendría el valor de embarcarme junto con otras 100 personas maravillosas de muchas partes del mundo, todos impulsados por el sentimiento de que podíamos y debíamos hacer más. Recibidos por familias increíbles en sus casas, mis anfitriones fueron un regalo, que me abrieron su hogar y compartieron su manera de ver y vivir la vida, enriqueciéndome de manera impresionante para vivir esta experiencia.

Fuimos guiados por la organización argentina “La Casa”, voluntarios con un corazón enorme que pusieron todo su esfuerzo, dedicación y empeño para que cada día contara, regalándonos la oportunidad de dar en los lugares donde hacía falta. He pasado por varias etapas en mi corazón desde mi regreso. Primero, la necesidad irrefrenable de compartir lo vivido, de platicarle a todo aquel que quisiera escucharme lo que viví, lo que vi y sentí. Esto trajo la realidad de que todos preguntaban “¿cómo te fue? ¡Cuéntame!”, pero no todos estaban tan conectados con lo que pasaba. Otros no tenían la paciencia, el tiempo, la fuerza o el valor para escucharme, sin importar si eran cercanos o lejanos. Cada uno, al comenzar, ponía una barrera distinta. Algunos pedían respuestas no tan largas ni explícitas, ni tan crudas ni difíciles. Cada cabeza es un mundo, y cada uno vive, lucha y lidia con la guerra como puede, como sabe y como siente. Muchos dejaban de escuchar, hacían como que escuchaban sin escuchar, tenían cosas urgentes que hacer, cambiaban de tema, y los más honestos me pedían que parara, que ya no podían ni tenían el valor de seguir escuchando.

Fue frustrante y triste ver que no tenía el foro que necesitaba, que no podía expresar todo lo que traía dentro. Hasta que comprendí y acepté las limitaciones de cada persona, encontré la paz. Aprendí a compartir fragmentos de mi experiencia con aquellos dispuestos a escuchar, ajustando mis relatos a lo que estaban preparados para recibir. Escuchándolos a ellos fue cuando pude empezar a liberar poco a poco lo que tengo dentro.


Algunos necesitaban escuchar las cosas duras, otros historias referentes a los secuestrados, algunos se interesan en política, otros en los milagros, la agricultura, los Jayalim, y la mayoría sonreía y asomaban lágrimas de sus ojos cuando concluía que lo mejor de todo fue ver la fuerza y unión de Am Israel, la fortaleza y resiliencia de los Israelís, el ímpetu por salir adelante, la seguridad de que no hay otra opción más que ganar, ¡Yajad nenatzeaj!

La alegría de ser parte de un país único, con personas inigualables, donde todos somos uno y nos preocupamos y somos responsables unos de otros, cada uno desde su trinchera.

¿Cómo entender o explicar lo que se vive? , esa unión entre la tristeza profunda y la fuerza, orgullo y alegría de ser Am Israel, esa fuerza con la que salen adelante que encontré en cada una de las personas con las que platiqué, escuché, conviví, vi y abracé. Vivir el sentido del deber me marcó para siempre.

Me siento conectada de una manera que no imaginé, encontré una felicidad profunda al trabajar la tierra de Israel, ese desierto que a fuerza de trabajo y ayuda divina se convierte en lo que es hoy. No cabe la alegría en mí, es imposible no sonreír al revivir con todos mis sentidos los momentos en que estuve cosechando, el olor y sabor de las mandarinas, la sensación de estar subida en la escalera arriba de un árbol arrancando pomelos, la mordida fresca y crujiente de un pepino recién cortado, el olor de la hierba arrancada que dará lugar a una nueva cosecha, el sonido en mi mente de la canción “Tov lehodot la H” rodeada de mi amiga y cuñada, mis cercanas y queridas que son como hermanas, de tener, BH, la oportunidad de compartir con ellas, será sin duda uno de mis momentos felices para recordar. Y es inexplicable, estaba a mitad de la guerra, en medio de una tragedia tal y con el corazón
completamente lleno, pero eso es Israel, eso es estar ahí, una combinación excepcional, que solo ahí, solo en ese momento, solo viviéndolos se entiende.

Viví cada día un remolino de sensaciones. Viví en Israel todos los sentimientos, los más intensos que he sentido en mi vida: la tristeza, el dolor profundo, la frustración, el enojo, la resiliencia, el orgullo, la alegría, la plenitud, la felicidad, el sentido de pertenencia y del deber, la responsabilidad.
Al encontrarnos con todos aquellos que nos compartían sus experiencias , a pesar de lo vivido, lo trágico y lo duro de haber perdido seres queridos, de ver la muerte y la tragedia con sus propios ojos, de luchar, de ser víctimas, soldados, héroes, abulos, padres, madres, hijos, hermanos, amigos; todos ellos que vieron morir a sus seres queridos o tienen a alguien herido, alguien que es sobreviviente, me impacto profundamente Ver cómo todos ellos concluían diciéndonos: “Tiene que ser fuertes en todo el mundo, sentirse orgullosos de ser judíos, son
privilegiados de serlo y debemos permanecer unidos para salir victoriosos”, nos impulsaban a vivir en Israel, ¡Am Israel Jai! Inexplicables esas palabras, en verdad, inexplicable y solo en Israel se puede experimentar esa conexión única.

No entiendo con mi mente, no existe con la razón comprender de dónde viene esa fuerza. ¿En qué país del mundo, en qué nación se les ocurre a miles de voluntarios de todos lados ir a ayudar en esos momentos a mitad de la guerra? Solo en Israel.

Me preguntan si sentí miedo, pero el último de todos los sentimientos que sentí ahí fue miedo a que me pasara algo, a las alarmas o los misiles. Inexplicable, sentí muchas cosas, pero miedo, poco, a veces; cualquier otro sentimiento era más fuerte. Ni siquiera en los momentos de correr al refugio en mitad de la alarma. Mi manera de explicar lo que se siente es con el recuerdo que tengo, donde estamos en una base militar, a pocos cientos de kilómetros de la franja de Gaza y nos suena la alarma. Corremos al miklat y, en medio de todo, nos ponemos a
cantar y a saltar, cantando con alegría canciones de fe completa, creencia en D-os y unión.

¿Cómo expresar lo vivido solo con palabras?
Para esto solo tengo una explicación: somos hijos de D-os, Él nos da esa fuerza. ¡Am Israel Jai!

Me tocó vivir momentos y vivencias diferentes. Pude ver y hablar con familiares de secuestrados, escuchar sobre la ayuda y unión de los israelís y judíos de la diáspora para apoyar a quienes se quedaron sin hogar.
Ser testigo del testimonio de un héroe, un soldado responsable de la seguridad de Sderot que defendió la ciudad y a sus habitantes, poniendo su vida en riesgo. Verlo herido todavía de un balazo en el hombro y escucharlo, ver su cara de dolor al contarnos lo que vivió, frenándose para respirar mientras recordaba para poder continuar hablando, todavía herido, muy pronto aún, sin haber sanado el alma, con la esperanza e inseguridad de poder lograrlo algún día.

¡Que H lo ayude! Un héroe de carne y hueso, como tantos otros.
Escuchar al Rab Ronen encargado de recibir los cuerpos que llegaron el 7 de octubre al lugar donde les hacen las pruebas de ADN y reconocimiento, donde los preparan para ser enterrados, fue desgarrador. Ver el dolor profundo en su corazón. Él, que no había visto un muerto nunca en su vida y que en un día vio las peores escenas que nadie imaginó jamás, nos decía que no pudo llorar durante semanas. ¿Cómo seguir adelante? ¡Emuna y nada más!

Nos aseguraba que esas eran las puertas del shamaim, porque ahí llegaban todos los jayalim que se iban directo al gran edén por morir al kidush H”. Él mismo nos llevó a una bodega con cientos de sefer tora, listos para ser restaurados y llevados a cada base militar. ¡Qué contraste y qué unión de cosas que pensaríamos tan distintas, qué Am Israel! Escuchar al Rab Doron Pérez que tiene un hijo que continua secuestrado y otro herido, el cual
se casó 10 días después del 7 de octubre, fue una muestra de fé y fortaleza inimaginable. Nos relató que decidieron no posponerla, ya que necesitaban alegrías y momentos para festejar. Ufff, qué fuerza encontramos en él. Nos enseñó que se pueden vivir los dos sentimientos de tristeza y felicidad, con la misma intensidad sin que uno anule al otro. Nos platicó que ellos hicieron aliyá y nos enseñó que cuando uno hace aliyá, lo tiene que hacer convencido, en pareja, tomar la decisión, ya que si él y su esposa no hubieran estado de acuerdo y convencidos de que Israel es su lugar, no habrían podido soportar esta tragedia.

Tuve la experiencia de estar en casa de mi cuñada que vive en un ishub en los territorios ocupados, donde la seguridad es mayor porque están rodeados por árabes, aunque no pensé que fuera real, dentro se siente completamente seguro. Conocimos a sus amigas y amigos que son jayalim y tuvimos la suerte de que ese fin de semana estaban de regreso con su familia en su casa,después de varias semanas. Pude convivir con ellos, ver su realidad, fue sorprendente y enriquecedor. A pesar de estar en el frente de batalla, de un día antes comandar a más de 100 jayalim, cuando estos jayalim llegan a su hogar, son hijos, esposos, padres, ponen la mesa, recogen los platos, juegan con sus hijos. Pude ver el cómo las parejas se ponían al corriente, como convivían entre familia y amigos, como vivían estas dos vidas que es una misma, tan distante de nuestra realidad en México. Nunca voy a olvidar la escena cuando vi que la metralleta que deben tener los soldados en todo momento, la guardaba
debajo de la carriola de su bebé. Para mi realidad, eso no combina, para ellos es el pan de cada día, eso es su normal y nadie más que yo se inmutó, nadie más lo vio como algo fuera de lugar. Así como nadie se sorprende de ver mujeres, hombres viejos y jóvenes, religiosos, religiosas y seculares cargando por todas las calles su metralleta o su pistola. En contraste con mi realidad, eso les brinda seguridad. A diferencia de aquí en México, un arma nos da miedo, nos pone en alerta sobre quién la porta, representa una amenaza, un peligro.

Ahí es protección, quien la porta nos quiere defender y tiene pleno conocimiento de cómo usarla. Todos estamos conscientes de que unos están dispuestos a dar la vida por los otros, no importa quienes sean mientras pertenezcan a nuestra red invisible pero más visible que nunca del pueblo de Israel.

Otra vivencia difícil fue ir al entierro del hijo de la familia de corazón, la familia por elección y dedicación de mi cuñada. Fue un día muy duro, escuchar y sentir el dolor de madre, de esposa fue desgarrador. ¿Cómo no dolerse?, al sentir y abrazar a sus seres queridos, donde no hay palabras que alcancen, donde nos damos cuenta que tienen otra manera de vivir el dolor, no por ello menos intensa, pero sí distinta la forma en la que lidian y salen adelante ante las pérdidas y el dolor. Ese sentido del deber con el que crecen , esa sensación de responsabilidad y obligación de hacer lo correcto, no se compara ni se mide con nada físico.

Claro que les duele, profundamente, pero es un dolor unido al orgullo de ser tan cercano, a un jayal que dio la vida por un ideal, por salvar a todos, por cumplir con su deber. Ufff, no hay palabras que lo expliquen.
Escuchar sin estar preparada de que seríamos testigos de un testimonio de una sobreviviente que fue secuestrada junto a los hijos de su vecina asesinada, de quien presenció el fin de la vida de un amigo médico que llegó a su casa para protegerla, para acompañarla y que no estuviera sola. La llevaron a Gaza y luego fue puesta en libertad. Un testimonio difícil de presenciar, muy difícil. Recordar su cara, escuchar su voz, sentir su dolor es inexplicable. Le
pido a H que la ayude a salir adelante de todo lo que vio y vivió, a encontrar consuelo por toda la gente que perdió.

Otro momento importante que me marcó fue haber estado en el Kotel el viernes en la noche en Shabat, rezando junto con muchas chicas hermosas la tefila cantada de Shabat, en un momento esperanzador, lleno de conexión, agradecimiento y alegría. Rezando, cantando y bailando todas juntas y a todo pulmón la tefila. Y de pronto, la alarma sonó. Primero, la sorpresa de lo inverosímil, de lo increíble y contrastante, el miedo en las caras a mi alrededor, la incertidumbre de no saber qué hacer o a dónde ir. Corrimos a un lugar cercano, un hueco
entre dos paredes dentro de los límites del lugar de rezo del Kotel, que decidimos sería una buena opción (lo inventamos). Tras nosotros, varias de nuestras compañeras de rezo se apretujaron con nosotras en ese pequeño espacio donde sabíamos que era solo H quien nos protegería, que ese lugar era más un refugio emocional que físico. Comenzamos a cantar un Tehilim. ¡Qué fuerza nos da la tefila, qué puede darnos valor y llenarnos el corazón cuando se quiere vaciar por lo vivido! Después de unos minutos, poco a poco, empezamos todos a regresar. Ahora era otro sentimiento el que nos embargaba, nos sentíamos vulnerables en el lugar más sagrado, rezábamos volcadas en esta otra realidad que se está viviendo, más con dolor y preocupación, unida a la esperanza, rogando a H que llegue el Mashiaj y que, por favor, ponga fin a todo este dolor, a esta guerra.

Hoy que ha pasado el tiempo y puedo unir esa vivencia en una sola, me doy cuenta de que recordando ese momento mi tefila ahora es más fuerte. Puedo ver y juntar todos mis sentimientos, transportarme al Kotel, oler su aroma a gente haciendo tefila, mucha gente.

Sentir la temperatura fría y la textura suave de cada piedra, la visión los colores y las personas, todas nosotras con la certeza de que H es uno, quien gobierna. H” tiene poder sobre todo. Y nos dio el poder a nosotros, con nuestra tefila y nuestros actos, de transformar la realidad. Todos podemos hablar con Él, hay quienes agradecen lo que tienen y no tienen, quienes ríen y lloran de alegría, quienes piden, pero también quienes lloran de frustración, de dolor de la pérdida o de no conseguir lo que necesitan, sea paz, tranquilidad, novio, dinero, beraja, alegría, etc. Hay quienes reclaman y se enojan y necesitan desahogarse para encontrar consuelo. Todas hemos sido cada una. Todo se vale, porque sabemos que H es uno y su nombre es uno. Que es misericordioso y justo, a pesar de que no lo entendamos, que no nos guste o que no estemos de acuerdo, tenemos la certeza de que es Él con quien tenemos que hablar.

Definitivamente, la experiencia me tocó en lo más profundo. Me ayudará el resto de mis días a pedir de otra manera, recordando los dos sentimientos que viví ese día en el kotel en uno solo. Los cuales me hacen más fuerte.
Recuerdo con felicidad mis momentos frente a la playa, sintiendo la brisa del mar y la arena, viendo las olas y la mano de H en los hermosos paisajes que hizo para nosotros. ¡Qué regalo divino! El mar, mi escenario favorito. Y en Israel. ¡Felicidad!

Pasear por Mahane Yehuda con sus colores, sabores y olores también llena mi corazón y brillan de emoción mis ojos de todo lo que ven. De mis lugares favoritos del mundo, vibrante, lleno de gente. Otra cara de Israel en su máxima expresión. ¡Qué alegría caminar en sus pasillos, comprar en sus tiendas, oler sus especias, saborear sus comidas, escuchar su música y vivir su energía! Otra vez mi alma plena.

De las cosas que recuerdo con cariño y que llena mi corazón de satisfacción son todos esos abrazos recibidos y dados, todas esas palabras de sorpresa y agradecimiento de quienes escuchaban que estábamos ahí solo para ellos, para apoyarlos, para decirles que no están solos, que podremos en la diáspora estar lejos en kilómetros pero estamos cerca en nuestros corazones, siempre, los tenemos en nuestros rezos, niños y adultos se preocupan por ellos. Y ahí estábamos nosotros, 100 extranjeros, pero locales, para apoyarlos y agradecerles lo que hacen por nosotro, porque proteger Israel es proteger a todos los judíos de la diáspora, sentí su sorpresa y agradecimiento, de que estamos con ellos para cargar juntos esa responsabilidad, claro cada uno desde donde puede, desde donde le toca, pero estamos ahí.

Siento nostalgia por regresar, un orgullo de ser parte, de pertenecer, con una mezcla de consuelo y tristeza de no estar ahí. Esa es nuestra casa, nuestro lugar, hay tanto en nuestra mente que nos detiene fuera y es duro sentir el deber de irme para allá y sentirme atada por lo que me detiene aquí. Definitivamente, Israel, los israelís se quedaron grabados en lo profundo de mi alma como jamás pensé que pasaría. Necesito regresar, todo el tiempo pienso en estar ahí. Estoy de vuelta en Mexico y en mi casa con mi familia pero una parte de mí se quedó ahí y
reclama por mi.

Me siento feliz y agradecida por tener la oportunidad de hacer este viaje, pero sobre todo por
haberme sentido llena. Y aprendí varias cosas de mí misma:
– Creí que iba a dar, pero a pesar de haber sido voluntaria toda mi vida y saber lo que uno
recibe cuando da, no imaginé lo llena, plena, agradecida y feliz que me sentiría al dar tanto en
estas dos semanas. Regresé con mucho más de lo que pude dar.
– Superé mis miedos, pero sobre todo aprendí que soy lo que quiero ser, que lo que me limita
es lo que creo que soy, lo que me digo, y si cambio ese discurso puedo hacer lo que desee y
convertirme siempre en una mejor persona y lograr todo lo que quiera. Solo tengo que
proponérmelo y hablarme con las palabras adecuadas. Si puedo, siempre puedo, soy lo que
decido ser.
– Es posible sentir un dolor profundo y una gran felicidad al mismo tiempo. Un sentimiento no
elimina al otro. Somos capaces de sentir todo muy intensamente al mismo tiempo sin que uno
disminuya al otro.
– Las imágenes más fuertes, las que no podré olvidar para bien o para mal, son las que reflejan
el corazón, el alma de las personas. Dolor, fortaleza, orgullo, cansancio del alma, felicidad,
sentido del deber.
– Aprendí otra cara de la felicidad, me sentí completamente plena al estar en el lugar correcto,
en el momento correcto, haciendo lo correcto.
Gracias D-os, por darme esta oportunidad. ¡Am Israel Jai!

1 comentario en «Testimionio de mi voluntariado en Israel»

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