Los últimos tiempos han sido turbulentos en Turquía. Uno de los motivos han sido los rumores que han corrido sobre la fragilidad de la salud del presidente Erdogan, ya que, además de no haber asistido a la COP26 en Glasgow, no se le ha visto en público a lo largo de varios días, dando con ello pie a múltiples especulaciones en medios de comunicación tradicionales y en redes sociales acerca de una grave enfermedad que lo pudo llevar a hospitalizarse.
Un video que circuló en las redes el 29 de octubre, día de la Celebración de la República, mostró a Erdogan confuso, sin saber hacia dónde dirigirse y caminando con dificultad. Poco después hubo, incluso, afirmaciones de que el mandatario podría haber muerto.
Nada de esto se ha confirmado, pero mientras tanto las emociones han sido de alto registro, tanto entre sus seguidores incondicionales como entre sus enemigos políticos, los disidentes, los presos en las cárceles y los exiliados. Mientras que para muchos hubo preocupación y angustia, para otros tantos nació la expectativa de que la desaparición del líder pudiera dar paso a un distinto capítulo en la vida de Turquía, una nueva época que permitiera al país abandonar la ruta populista y autocrática transitada por Erdogan desde hace años. Desde luego, las comunicaciones oficiales han negado la existencia de problemas de salud en el presidente, pero, de cualquier forma, el asunto generó bastantes olas en el ánimo popular, olas que se han incrementado con otras sacudidas sociales
Una de ellas ha sido producto del anuncio de que el escritor Orhan Pamuk, único turco que ha recibido el Premio Nobel de Literatura, está enfrentando una investigación judicial, lo cual no es la primera vez que sucede, ya que en el pasado experimentó algo similar por haberse referido al genocidio armenio perpetrado por el Imperio otomano en los albores de la primera guerra mundial. En esta ocasión, una corte de Estambul le levantó cargos de haber insultado al fundador de la República Turca, Kamal Ataturk, en su más reciente novela titulada Noches de plaga, cuya acción se ubica en 1901 en una isla del Mar Egeo azotada por una pandemia que obliga a su población a tomar medidas de cuarentena.
De acuerdo con la acusación a Pamuk, el personaje de la novela de nombre Kamil funge como una parodia de Ataturk, por lo cual se notificó a la fiscalía que Pamuk debía ser procesado con base en ciertos artículos del código penal que protegen la imagen de Ataturk y los símbolos nacionales de Turquía. Se demandó igualmente, que la novela fuera retirada de la circulación. De inmediato, un sinnúmero de artistas, abogados, intelectuales y activistas de derechos humanos han salido en defensa de Pamuk. El pianista Fazil Say expresó al respecto: “Es una desgracia para el país, es ignorancia total y primitivismo. Lo que se le está haciendo a uno de los más conocidos autores en el mundo nos remonta a tiempos oscuros”.
Otro episodio emblemático del descontento que prevalece en amplios círculos de la ciudadanía turca, más allá de la inconformidad generalizada por la crisis económica que vive el país, ha sido la alta prevalencia de la violencia de género, lacra que ha aumentado desde que, de manera arbitraria, Turquía abandonó en marzo pasado la Convención de Estambul de la que el país era signatario.
La citada Convención, que entró en vigor en 2014, constituye un compromiso de proteger a las mujeres de la violencia y el abuso, de perseguir a los acosadores y de promover políticas públicas destinadas a empoderar a las mujeres. De ahí que en los últimos ocho meses el maltrato y la violencia contra ellas hayan empeorado, con 309 feminicidios en ese lapso, según la Plataforma Detendremos los Feminicidios. La gota que desbordó el vaso del hartazgo popular, por la irresponsabilidad y negligencia del gobierno en ese tema, fue el reciente asesinato, mediante el uso de una espada, de una mujer arquitecta de 28 años de edad.
En consecuencia, se han registrado amplias movilizaciones feministas que acusan al gobierno de crear una atmósfera que ha hecho cada vez más fácil práctica y legalmente, atacar a mujeres, en buena medida porque las políticas públicas para evitarlo se han desmantelado y se registra una vergonzosa tolerancia de las autoridades hacia quienes cometen esos crímenes.
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