(En defensa de Israel y de la civilización judeo-cristiana)
Carta a mi amigo Antonio Escudero Ríos, amigo y defensor como yo, de Israel
Querido Antonio:
Dos han sido las grandes dictaduras asesinas del siglo XX. El nacional socialismo alemán de Hitler y el marxismo-leninismo soviético de Lenin y, sobre todo del mayor asesino de la historia, Iósif Vissiarónovich Dzhugashvili, el llamado Stalin.
Para juzgar los crímenes nazis se constituyeron, tras la Segunda Guerra Mundial, los Tribunales de Nüremberg, donde siniestros personajes como Hans Frank (el carnicero de judíos de Cracovia) Wilhem Frick, Alfred Rosenberg o Julius Streicher, además de otros seis canallas más de su misma contextura moral, fueron condenados a la horca y colgados en un cadalso de madera construido al estilo americano. Los verdugos fueron el sargento mayor John Woods y el policía militar Joseph Malta, del Ejército de los Estados Unidos. Esto sucedía en el día 16 de octubre de 1946 en el Gimnasio de la Prisión de Nürenberg. Cierto que se libraron tal vez otros peores, entre ellos el malvado lugarteniente de Hitler, Hermann Göring, al ingerir la noche anterior una cápsula de cianuro potásico. Pero al menos los horrendos crímenes del nazismo fueron sancionados en una cierta ejemplar medida.
Por el contrario, tras más de medio siglo, continúan indemnes los, sin duda más graves en número, asesinatos del comunismo sovietico. Y no sólo de éste, sino de cuantos otros han causado, en muchos otros lugares del mundo, las dictaduras comunistas, con sus corolarios de un antisemitismo profundo. Ya Stalin fue un antisemita visceral, utilizando siempre términos despectivos hacia los judíos.
Y eso, no sólo clama al cielo, sino que reclama urgentemente, en justicia, la constitución de otro Tribunal, similar al de Nürenberg. No es una más, sino sin duda la mayor incoherente injusticia de la Historia, que, habiendo al menos igualado el comunismo a los nazis, tanto en vileza como en horror, la Humanidad haya permenecido pasiva ante semejante lacra. Las cuentas no cuadran en manera alguna si se considera que, además de las conocidas purgas estalinistas y de la aterrorizada Casa del Río, sede de la flor y nata del Ejército soviético (donde cada semana desaparecía un alto mando, sin que pudiera saberse nunca más del mismo), tan sólo en el genocidio de Ucrania, en el hodolomor de 1931 a 1933, aquel sistema infame -el Imperio de Mal, como lo llamó certeramente Karol Wojtyla- mató de hambre a más de siete millones de seres humanos.
Este monstruo no ha muerto. Su viedntre aún es fértil y aquí, en nuestra querida Sefarad, tenemos muestras de la persistencia de su infamia.
Desde Las Navas del Marqués, tan cerca de Ávila, en nuestro común y singular amor a Israel, recibe mi más afectuoso abrazo.
6 de Septiembre de 2016
Luis Madrigal Tascón
Abogado del Ilustre Colegio de Madrid
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