El libro Las siete cajas (Circe) es la arqueología de una legado familiar en las manos de una mujer que, repentinamente, encontró kilos de información -documentos, fotos, pasaportes, libretas, ficherosen su casa. Algo debía hacer, se dijo a sí misma, y finalmente en 2010 comenzó a clasificar, estudiar, entrecruzar y escribir una historia que la llevó a encontrar familiares diseminados por Alemania, Israel, Estados Unidos, Argentina, Canadá y República Checa.
Sontheimer nació en 1946 en Barcelona, fue criada en el catolicismo de la España de Francisco Franco, sabía vagamente desde los 18 años que tenía antepasados judíos y nada más. Sus padres, Rosa y Conrado, judíos alemanes que viajaron antes de la guerra a España, se convirtieron por razones de supervivencia y mantuvieron en estricto silencio una trama familiar atravesada por los horrores del nazismo, una omisión que duró hasta el fin de sus vidas.
Pero un día, Dory encontró siete cajas -un nada casual número cabalístico derivado de la menorá, el candelabro hebreo de siete brazosque le marcaron el camino a su identidad y el desgarro y la expoliación de su familia. “Conocer la historia fue un shock para mí y vivirlo a través de mi familia mucho más. Tuve necesidad de plasmarlo, transmitirlo y entenderlo para mí misma”, dice a Télamde visita por Buenos Aires para presentar su libro.
Esa necesidad “vital”, como la define, tiene que ver con conocer su raiz “saber de dónde vengo, quien soy, porque estoy aquí, donde están los míos, los vivos y los muertos”, cuenta Sontheimer quien durante su investigación y, tras la publicación y revuelo del libro en España, se pudo reencontrar con parte de esa familia.
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Télam: ¿Por qué sus padres nunca le contaron sobre las cajas?
Dory Sontheimer: Porque quisieron guardar la historia y pensaron que dependía de mí lo que hiciera después, pero evidentemente no las mostraron antes porque era una forma de protección. Ellos pasaron mucho miedo después de la guerra civil española y durante la Segunda Guerra, fueron años durísimos y el miedo quedó dentro de sus cuerpos. Fue miedo y protección, por eso decidieron guardar la historia, ese es el mensaje.
T: ¿Cómo encaró la investigación?
DS: Primero, fue una sorpresa enorme. Yo conocía los orígenes de la familia porque me lo habían contado a los 18 años, pero me he educado como católica en la España franquista, mis padres tuvieron que convertirse.
A medida que iba leyendo archivos y carpetas en alemán todo era tan irreal, como si estuviera viendo una película pero me tocaba mucho. Vi que aquello era muy serio y que podía tener muchísima repercusión personal. Intenté darle una visión rápida de las cajas hasta sumergirme por completo, algo que hice en 2010.
T: ¿Qué fue lo más sorprendente para usted?
DS: Sobre todo las cartas escritas por mi abuela materna, Lina. En casa nunca se hablaba de ellos, cuando preguntaba decían que habían muerto en la guerra y desviaban la conversación. Son cartas del Holocausto vividas en primera persona donde cuenta el ascenso de Hitler al poder y la discriminación de la gente próxima que no eran judíos.
Se veían el cambio en las cartas hasta que llega la deportación a Francia donde estuvieron dos años, podían escribir y se leía el drama que se iba gestando y la esperanza de poder salir.
Esto me obligó a estudiar historia del nacional socialismo, los decretos y cuando contextualizaba las cartas, leía entre líneas entre líneas lo que iba sucediendo, hasta que se enteran que van a ser deportados al este y escriben: ”los que van no vuelve”. Sabían que era el final.
T: ¿Cómo cambió su vida tras estos hallazgos?
DS: Fue un shock. Conocía por encima la historia de la Segunda Guerra Mundial, en casa decían que había sido una época tremenda y nada más, en las escuelas franquistas jamás se habló del Holocausto, Franco había sido un aliado, él ganó la guerra civil gracias a Hitler y a Mussolini, con lo cual le debía los favores.
Pude conocer quién era quien, ubicarlos, ver dónde vivieron mis padres de niños en Alemania. En la vereda de la casa donde nació mi madre en Friburgo había en unas placas metálicas con los nombres de mis abuelos y mis bisabuelos, en aquel momento entendí que la historia era real y tangible. Fui armando el árbol e intenté reencontrarme con cada uno de mis primos después de 70 años.
T: Su libro también es una denuncia a la complicidad europea frente a los horrores del nazismo…
DS: Cuando analizas lo que fueron esos años desde 1933 con Hitler en el poder y desde 1939 cuando estalló la guerra, te das cuenta que toda Europa abandonó a la comunidad judía y se pusieron anteojeras como a los caballos.
La España franquista fue declaradamente nazi y, si bien últimamente, se está intentando demostrar lo que pasó, aún cuesta que se entreguen documentos. A Francia le ha costado asumir su participación con los nazis y le ha costado mucho sacar a la luz lo que sucedió.
A veces intento situarme en la época, pero la deshumanización y discriminación fue tan brutal. Que haya habido unos cuantos paranoicos que piensen en algo, bueno, pero que una sociedad civil haya aceptado mansamente, me cuesta entender.
Siempre me pregunto: ¿qué pensó la sociedad civil alemana después de la Segunda Guerra Mundial? Luego vino la guerra fría, el Muro, el comunismo, todo tapó el tema de la Shoá. Recién ahora se está hablando. A Europa le ha costado asumir el genocidio en manos de una sociedad culta como era la alemana.
T: ¿No cree que algo de ese ninguneo aún no cambió en el mundo?
DS: Bueno, por eso son importantes los testimonios para despertar la consciencia de la sociedad civil. Es mi ilusión pensar que por lo menos sirva para concientizar.
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