¿Y el Centro Histórico?

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Del Centro Histórico ni una palabra. En ninguno de los dos proyectos de gobierno presentados la semana pasada, el federal y el capitalino, se habló del jirón de tierra más rico en historia, leyenda y tradiciones del mundo con el que tropezó Cristóbal Colón.

Podía haber sido objeto de una mención en el plan de 13 puntos del señor Enrique Peña Nieto, habida cuenta de que el jefe del Poder Ejecutivo tiene su casa chica en un lugar llamado Los Pinos, pero en el Palacio Nacional, centro del Centro Histórico, está desde hace siete siglos el trono del tlatoani y sucesores, llamados hoy presidentes, pasando por virreyes, obispos, emperadores y la infinita variedad de sacrificados, mártires y caudillos. ¡Poca cosa! No se hubiera tomado como inoportuno un llamado a la conservación del sitio, aunque, claro, sea más asunto del jefe de Gobierno del Distrito Federal. El caso es que el doctor Miguel Ángel Mancera tampoco tocó tal tema y este arriba firmante, oriundo, vecino y nostálgico vitalicio de esos callejones, eleva su respetuosa y enérgica protesta.


Y el Centro Histórico eleva la suya. Como si quisiera demostrar que las ciudades son seres vivos y, por tanto, sujetas a reacciones propias de los individuos, nuestro centro reaccionó al ninguneo en forma inesperada, aplastante, sorpresiva y dramática. Devino una vez más en escenario de la historia, por encima de cualquier otro de los acontecimientos propios del debut de nuevos funcionarios públicos. Hoy se cumplen 10 días de una desafortunada sucesión de errores e imprevisiones que hacen de ésta la segunda decena trágica del Zócalo, primera de la cibernética.

Diez días previos al cambio del Poder Ejecutivo se convirtió al Centro Histórico en lugar sitiado. Se corrigió a medias el abuso de poder reduciendo el perímetro de rejas, sin reparar el daño que esta armadura paranoica causa a los empobrecidos pequeños comerciantes y modestos profesionistas de Corregidora, Correo Mayor, Soledad, Moneda, Jesús María, Alhóndiga, Talavera, Roldán y decenas de calles nunca pisadas por los políticos: Louis Vuiton no ha puesto ahí sucursales. Les partieron la madre, pero se desquitaron mentándoles la suya a los rich and famous invitados a las inauguraciones.

Los astutos manifestantes sorprendieron al equipo policiaco como al Tigre de Santa Julia, en el embrollado cambio de guardia de quienes se iban y quienes se quedaban. Lo primero que falló es lo que hoy llaman inteligencia y que en épocas del blanco y negro era espionaje. Los vigilantes ignoraban por donde llegarían los protestantes y cuando se dieron cuenta los tenían, por un lado, a la sombra del Palacio Legislativo y, por el otro, grafiteando la avenida Juárez y demostrando que el respeto al derecho ajeno se lo pasan por el monumento a la Revolución. Fue cuando el jefe de los policías dijo “ah, chingaos”, y fue todo lo que dijo.

Acto seguido, los guardias cercaron a quien pudieron y agarraron parejo hombres y mujeres, niños y ancianos, prietos y rubios, los metieron a las julias y a la voz de enciérrenlos en caliente jalaron con rumbo no tan desconocido, porque todo mundo sabe dónde están los reclusorios. El desaseo de la autoridad desvirtuó la defensa de ciudadanos inermes y no evitó el destrozo de tiendas y bancos. En un exceso lamentable se puso en la cárcel a posibles culpables junto a personas cuya inocencia, según cualquier código penal señala, debe presumirse mientras no se demuestre su culpa. La mayoría permaneció en los calabozos hasta ayer, domingo por la tarde, día y hora en que un proceso indagatorio lento y burocrático, perdone la redundancia, desesperante para detenidos y sus familiares, decidiría el futuro de los levantados.

Este tipo de fenómenos sociales, provocados o no, justificables o no, como el de los indignados en los países árabes, los ocupas en España, Argentina o Wall Street, se sabe cómo empiezan, nunca como terminan. Lamentable para la imagen de los dos gobiernos que la mayoría de los ciudadanos hemos recibido con esperanza, con la confianza de quien aspira a un México en que la justicia y los beneficios del progreso material alcancen no sólo a los privilegiados.

La investigación de esta segunda decena trágica no debe detenerse en la superficie, sino en la búsqueda de las causas profundas del descontento que agobia no sólo a participantes de la violenta manifestación callejera, síntoma merecedor de un diagnóstico sereno, sino a un porcentaje importante de los mexicanos.

Ambos gobernantes despachan en este Centro Histórico que una vez más es el ágora nacional, plaza pública donde se debe poder hablar en libertad, donde impere la razón, el orden y el respeto a la ley.

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