En los inicios del siglo XX, Vladimir Lenin escribió unas páginas intituladas ” Qué Hacer?”. En ellas indicaba su inquietud por el devenir de Rusia entonces abrumada por el despotismo de los zares que anticipaban el fin del poder que habían preservado durante siglos. Pregunta que hoy, en un contexto desigual pero con análoga inquietud, se plantea la ciudadanía israelí.
El primero: las distancias ciudadanas e ideológicas entre la ultraortodoxa religiosa y el resto de la ciudadanía hoy abruman. Ciertamente, ya existían antes de la irrupción del covid cuando sus miembros gozaban y gozan de servicios de salud y adelantos tecnológicos – incluyendo desde luego la defensa militar contra enemigos que persiguen la destrucción del país – sin tomar parte alguna en ellos. Fracción que no pocos consideraban parasitaria, dependiente del apoyo económico gubernamental obligado por la masiva participación electoral de esta fracción y su decisivo lugar en las coaliciones gubernamentales.
Fenómeno y tensiones que en estos días abruman al país gestando distancias acaso irreparables entre la ultraortodoxia y los segmentos moderadamente religiosos sumados a los seculares de Israel.
De aquí las preguntas: ¿adónde llevan estas brechas? ¿Son reparables? ¿nos aproximan a una contienda civil? ¿O al cabo la sabiduría rabínica atinará a encontrar fórmulas de vida que consolidarán la igualdad en el país?
El segundo: la propagación desordenada del virus obliga a la ciudadanía a convivir dentro de los hogares. Una experiencia entre marido y mujer, entre padres e hijos, que puede ser muy grata y estimulante. Sin embargo, para no pocos se trata de un hecho penoso, irritante, que induce la violencia. Así, veinte mujeres – judías y árabes – han sido asesinadas en el curso de este año. Aparentemente, la vivencia obligada y sin intervalos es una experiencia intolerable para no pocos, sin distinción de origen, edad o cultura. Diferentes instituciones en el país – no sólo la Policía – procuran en estos días frenar actos de violencia doméstica. Lamentablemente, no cabe asegurar que tendrán éxito.
El tercero: el resultado electoral de la puja norteamericana en las próximas semanas inquieta a Israel, especialmente a su gobierno actual. Si Trump se impone gracias a los resultados en estados que decidirán el final del pugilato presidencial habrá lugar a nuevos y calmados horizontes tanto en cuestiones económicas como en la política regional. Pero otra será la perspectiva si Biden se impone. En tal caso el liderazgo israelí deberá revisar con lucidez sus aspiraciones y ajustarlas a nuevas constelaciones internacionales y regionales.
En suma: tres dilemas que me conducen a reiterar la pregunta inicial: ¿Qué hacer?
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