La frase ” cualquier gobierno en Israel sin Netanyahu” tiene hoy ruidosos ecos en Israel. En circunstancias de casi un mutuo empate entre el Likud incluyendo a las agrupaciones que en principio declaran apoyarlo, por un lado, y, por otro, una dispar coalición que sólo coincide en el afán de desvestirlo de todo poder, esta consigna revela de momento flaco sustento.
Ciertamente, Bibi encara hoy espinosas dificultades para gestar una mayoría parlamentaría en la cual neokahanistas y representantes árabes deberían convivir de algún modo. Hasta el momento no ha encontrado la fórmula para acercarlos.
Por otra parte, los principales líderes de la oposición – Lapid, Bennett y Saar, sin excluir a Ganz- están lejos de elaborar una fórmula que les permita sortear distancias ideológicas y personales. Todos ellos ambicionan el inapelable liderazgo de la coalición al menos por un periodo de dos años en la inteligencia de que – tiempo después – llegará el turno al líder que hoy aceptaría el segundo plano. Obviamente, este choque de ambiciones favorece a Netanyahu.
Considero que la figura que hoy cuenta con altas probabilidades de imponerse en este múltiple duelo es Naftali Bennett. Por varias razones.
Una de ellas: en contraste con los otros líderes que en ninguna circunstancia se inclinan a aceptar un entendimiento con Netanyahu, Bennett puede en principio convenir con este último la formación de un nuevo gobierno si recibe por lo menos tres importantes carteras ministeriales – por ejemplo, defensa, economía y educación – y si obtiene un compromiso públicamente firmado que le asegura su intervención en todas las decisiones de central importancia.
Cabe recordar que en la primera década del siglo, Bennett junto con Ayeled Shaked colaboraron estrechamente con Bibi hasta el momento en que su esposa Sara los desalojó por razones que son materia de especulación. Si esta actitud cambia sustancialmente mejorarán las perspectivas del escenario anteriormente dibujado.
Pero si estas condiciones no son satisfechas, Nafatali Bennett (personaje que frisa los 50 años, posee rica experiencia militar y entre los políticos ocupa el segundo lugar en la escala de ingresos y personal fortuna) se inclinará a concertar con Lapid un acuerdo que le conduciría a ejercer como Primer ministro durante un convenido periodo.
Ciertamente, cabe preguntar en qué medida este último aceptará tal entendimiento a pesar de que cuenta con 16 lugares en la Knesset en contraste con los siete de Bennett. Se trata de un escenario y peculiares circunstancias en las que figuras como Saar y- en particular- el experimentado Ganz deberán intervenir a fin de convencer a Lapid a consentir con esta afilada realidad. ¿Acertarán?
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