No es raro que una familia judía prepare el Bar Mitzvah de su hijo. Pero en este Bar Mitzvah algo se salió de control …
La madre pensó en todo: el salón fue contratado muchos meses antes de la ceremonia, la invitación diseñada por el famoso Van Der Kapoires, el “papa” del diseño gráfico. La ropa de las mujeres – la madre del joven y sus dos hermanas – confeccionada por Chez Memorable, con contrato escrito para no repetir los modelos ni siquiera la tela durante 48 meses. La decoración del salón – por supuesto – por Fantastique Fleurs, con tulipanes holandeses y orquídeas en tonos de azul marino a celeste. La orquesta, con 26 músicos, coro y tres solistas contratados para tocar, casi sin interrupción, durante al menos seis horas.
El gerente del salón de baile sabía que nada podía salir mal: organizó dos degustaciones con críticos culinarios antes de presentar el menú a la familia Schepnarkovitch. Madame Lupariewa fue contratada para enseñar los pasos del vals de apertura y ensayó no solo al joven y su madre, sino también al padre con cada una de las dos hermanas y las posibles variaciones: joven con cada hermana, padre con la madre. Nada saldría mal.
Oh, por supuesto, se debe contratar a un maestro de Bar Mitzvah. Aquí viene el primer y único choque: ¡el precio! ¿Cómo puede costar tanto? Después de todo, son solo algunas lecciones privadas. El profesor de matemáticas cobra mucho menos, el profesor de física ni hablar…
– “Por eso un profesor del Bar Mitzvá tiene coche y no viaja en autobús”, dice el padre.
Pero se acepta a eso también y comienza el guión. Brajot, lectura de Torá, clases de Haftará y se repite el ciclo. Aparece un viaje a las Islas Vírgenes y se suspenden las clases. Aparece un fin de semana estirado en Acapulco y una nueva suspensión de clases. Aparece un crucero por la Antártida y … y, nada. Tenemos una prueba de vestimenta, el crucero que espere otra oportunidad. El padre anota los gastos mientras la madre crea uno nuevo a cada vez. “Sería genial llevar el Quarteto de Rolando para un espectáculo después del vals. ¡A Johny le encanta!” Y los gastos van subiendo …
Pero sucedió lo inesperado. Johny encontró una llave que abrió una caja de nácar que se guardaba junto a la caja fuerte. Todos conocen la curiosidad de un niño de doce años. ¿Qué habría en esta caja cerrada? ¿Joyas? Fotos prohibidas? ¿Dinero? ¿Mapa del tesoro?
Johny se emocionó y decidió que a la primera oportunidad, cuando padre y madre estuvieran ausentes, lo sabría. Y no tardó el día. Exactamente el día que los padres fueron al buffet para la degustación, Johny Schepnarkovitch metió la llave en la caja, casi sudando, y la abrió. ¡Sorpresa! No había mapa del tesoro ni joyas, ni fotos de “no menores”, ni dólares ni euros. Solo había unas pocas hojas amarillentas, escritas a mano, algo que parecería una carta y nada más.
Johny tomó la carta, la metió dentro del libro de oraciones que usaba para las clases de Bar Mitzvah, cerró la caja, puso la llave donde la había encontrado y, como un rayo, salió hacia el club. Hoy tuve una clase de natación antes de la clase de Bar Mitzvah. Se impuso la inmensa curiosidad de la preadolescencia y Johny “mató” a la clase de natación. Prefería subir a la biblioteca y allí, en una mesa individual, tratar de averiguar por qué la caja contenía solo una carta guardada como tesoro.
La sorpresa fue inmensa. La carta, escrita en español llena de errores, estaba dirigida a alguien que Johny nunca hubiera imaginado. La carta estaba dirigida … a él mismo, a Johny. Y decía lo siguiente, con todos sus errores en español pero con todos los aciertos del judaísmo:
“Mi querido Yerajmiel:
Estoy volviendo de su Brith Milá. Te pusieron el nombre de mi querido padre, Yerajmiel, que fué asesinado por los nazis. Desafortunadamente tus padres decidieron que Yerachmiel sólo se usará cuando asciendas a la Torá o cuando firmes el documento de matrimonio. Prefieren a Johny. Nu, zol zayn azoy. Pero dentro de mi corazón, siempre serás Yerachmiel.
Rezo para que D’os te dé un gran futuro. Le pido que te dé salud y te haga feliz. Tú, Rajmu (así llamaban a mi padre), eres el futuro de nuestra gente y eres la mejor prueba de que los nazis no lograron acabar con nosotros.
No creo que veas nunca esta carta. Pero puede ser, quizás algún día aparezca frente a ti y quiero contarte algunas cosas importantes para mí y que – quizás – sea menos importante para tus padres.
Rajmu querido, tenemos una historia. Tenemos una tradicción que debemos mantener. Un día, querido, vas a hacer Bar Mitzve. En este país todo el mundo está muy preocupado por la fiesta, con la ropa, con la comida, con la decoración y con la música. Todo esto es importante, pero no es el principal, querido Rajmu.
Espero que, cuando tengas 13 años, entiendas que la continuatzión del pueblo judío no está en estas cosas, sino en el mantenimiento de las traditziones, en la comprensión de lo que realmente es ser judío, del conocimiento de nuestras fuentes, de nuestra historia, de nuestra familia y nuestra gentes repartidos por todo el mundo.
Rajmu, mi ángel: han pasado muchos años desde que tu Zeyde ya non fue a un Bar Mitzve. No quiero ir a la fiesta de despedida del judaísmo. Bar Mitzve tiene que marcar la entrada en el judaísmo, el comienzo de la pertenencia, de la participatzión. Pero muchos tienen una fiesta de interrupción, de rompimiento que solo vuelve a existir en la boda.
No sé si estaré vivo cuando cumplas los 13, así que escribe esta carta que quizás nunca leas. Pero tengo un poco de esperanza de que si la veas.
De tu Zeyde que te ama,
Scholem Zalman ”
La carta conmovió profundamente a Johny. Quería correr de inmediato al Hogar Eishel, donde vive hoy su abuelo, pero ¿cómo podría hacerlo un niño de 12 años? Surgió una idea. Llamó a su madre pidiéndole que lo recogiera. Tenía un dolor de estómago tremendo.
Tan pronto como llegó la madre, Johny dijo que no tenía ningún dolor de estómago, pero que necesitaba ver a Zeyde ahora, y lo dejó claro: “sin hacer preguntas”. La madre trató de saber algo, pero Johny solo quería Zeyde, Eishel, rápido.
Cuando se encontraron, Johny no pudo hablar. Abrazava y llorava, llorava y abrazava. Madre y Zeyde, enfermeras y otros ancianos observaban y no entendían. Johny pidió para subir con su abuelo a su habitación, sin nadie más.
Al llegar allí, se echó a llorar nuevamente y solo logró decir:
– “Zeyde, vas a venir a una fiesta de entrada en el judaísmo – y será hermoso”. Sacó la carta amarillenta de su bolso, se la entregó a su abuelo y juntos, abrazados, derramaron algunas lágrimas más …
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