Contó Rab Sarna una historia increíble:
En una ocasión, cuando salí al mundo para juntar dinero para la Yeshibá, se hizo una reunión de todos los fundadores de la Yeshibá.
Entre esos fundadores se encontraba un hombre que donó mucho dinero para mudar la Yeshibá de Slabodka a Israel; con el paso del tiempo ese hombre se volvió muy pobre hasta necesitar pedir pan para comer.
Rab Sarna tenía la duda si debía invitar a ese hombre a la reunión de “los ricos” o no. Ese hombre ya no es rico y si lo llaman se sentirá mal porque no podrá donar, y si no lo llaman, también se sentirá mal pues sentirá que solo lo querían por su dinero. Al final se tomó la decisión de no llamarlo.
A la mitad de la reunión llegó ese hombre sin invitación y la gente, sorprendida, le dio la bienvenida.
El hombre tomó la palabra sin que nadie lo invitara y dijo: Queridos hermanos, hemos visto que en este mundo la gente sube y baja; yo era un hombre muy rico y mi vida cambió repentinamente. Hoy soy un hombre que pide pan para comer. Lo único que me quedó fue el dinero que pude donar a esa Yeshibá. El mérito que tuve al donar ese dinero es lo único que tengo ahora. Les digo a todos ustedes: ¡Todo lo que puedan donar ahora, proporciónenlo, ya que el día de mañana nadie sabe qué pueda suceder, y lo que den es lo único que les quedará para la eternidad!
La gente se quedó impresionada de sus palabras, y donaron mucho dinero.
Como dijo Shlomó Hamelej: “Todo lo que puedas hacer, hazlo ahora; ya que no sabes qué pueda pasar mañana”.
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