Después de Grecia

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“Después de Grecia, España”, proclamó un político español en el mitin final de Syriza. Extraño anhelo, el de ir por detrás de Grecia. Tiene su mérito, eso de proclamarse émulo de la sociedad que ha generado la mayor corrupción difusa y el mayor desbarajuste económico del continente. “Después de Grecia, España…” Hay gente para todo. Y el masoquismo es tan respetable como cualquier otra pulsión humana. Pero mejor, en privado. Los suicidios colectivos son de lo más hortera.

Incorporar Grecia a la UE fue un capricho estético. Si se prefiere: una coartada culturalista. Manifiestamente mentirosa. La referencia de prestigio que se asocia a la lengua de Homero, a la estética de Fidias, al equilibrio de Pericles, es tramposa aplicada a esta Grecia. Que con aquel mundo, comparte dos cosas: territorio y lengua. Pero la sociedad que los habita es una escisión del imperio turco con apenas un siglo de existencia. A todos los efectos, sociales como económicos y políticos, la Grecia de hoy es Turquía barnizada. Algo que la UE sabía cuando aceptó incorporarla. No importó. Eran tiempos de esplendor económico. Y Bruselas pensó que se podría seguir haciendo con la improductiva Grecia lo que había hecho Estados Unidos durante medio siglo: subvencionarla. Con cargo a la “Europa del gran capital”, que dice Tsipras. La cosa funcionó, hasta que la recesión puso a la UE al borde del abismo. Y el dinero desfalcado por Grecia empezó a ser reclamado por sus legítimos propietarios.

Quedó claro, desde el inicio mismo de esa crisis, que Grecia no pensaba hacer jamás honor a sus deudas. Nadie estaba autorizado a llamarse a engaño: Grecia no pagaría; no es nuevo; Grecia, en rigor, no ha pagado nunca nada. En dinero, al menos. No había más que una respuesta lógica: el divorcio. Europa renunciaría a recobrar el dinero estúpidamente prestado a un deudor sin garantía. Grecia renunciaría a vivir por encima de sus posibilidades a costa de la UE. Y se avendría a ajustarse a sus condiciones reales: las de un país del tercer mundo avanzado.


Todo hubiera sido entonces mejor para todos. En lo económico –pero también en los hábitos ciudadanos–, Grecia es tan Europa como pueda serlo Turquía, o Túnez, o Libia, o Argelia, o Marruecos… Nada. Pero no ser Europa tampoco es ningún drama. Tiene incluso sus ventajas: uno no paga impuestos. O casi. Tiene también, claro está, sus inconvenientes: uno no puede esperar las contrapartidas de bienestar social que los impuestos pagan. Al cabo, vivir por encima de las propias posibilidades es algo que acaba siempre mal. Para el que consuma esa ficción en beneficio propio. Y para el que la financia.

Se abre una segunda oportunidad ahora. Para ambos: deudor y acreedores. Syriza ha anunciado ya que no va a pagar la deuda. Y la UE, por respeto a las urnas, debe proceder ya a un divorcio civilizado. No es que Grecia deje de ser UE. No lo ha sido nunca. Grecia deja de beneficiarse de la UE. Es todo. “Después de Grecia…” ¿Alguien dijo “España”?

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