No ha sido una sorpresa. Desde hace tiempo era del dominio público que Hezbolá, el movimiento y partido político libanés chiita comandado por el jeque Nasrallah, haría todo lo posible para que el gobierno de Beirut, del que Hezbolá mismo formaba parte, desconociera el dictamen sobre el asesinato de Rafik Hariri. Y así fue. Dicho dictamen se espera para los próximos días y Hezbolá ha reaccionado mediante la renuncia de los once ministros que tenía en el gobierno y el consecuente derrumbe de éste. Como es sabido, el primer ministro libanés Saad Hariri, hijo del asesinado, recibió la noticia del retiro de Hezbolá mientras se hallaba de visita en Estados Unidos entrevistándose con el presidente Obama. La extraña alianza entre las dos fuerzas políticas contrapuestas —Hezbolá y el Movimiento 14 de Marzo encabezado por Saad Hariri— ha llegado así a su fin luego de algunos meses de haber integrado ambos un gobierno de unidad nacional.
La tormenta se veía venir. Si como se presume, el Tribunal Hariri instaurado por la ONU estaba a punto de revelar que Hezbolá o algunos de sus miembros estuvieron implicados en el asesinato en 2005 de Hariri padre y de dos decenas de personas más, se volvía altamente improbable la continuación de la alianza gubernamental entre estos dos bandos, uno integrado por los herederos políticos de la víctima asesinada, y el otro por los homicidas. Las amenazas previas de Hezbolá, lo mismo que su salida hace pocos días del gobierno han llevado así el mismo mensaje a Saad Hariri: “o desconoces el veredicto del Tribunal y te marginas de él cuestionando su credibilidad, o en caso contrario, arrastramos al país al caos al tirar el gobierno y crear las condiciones para una posible guerra civil.” Esta última opción es la que por lo visto ha elegido ya Hezbolá.
La explosiva situación que hoy prevalece tiene en vilo a la fragmentada sociedad libanesa que ve renacer los fantasmas de la guerra civil que la asoló entre 1975 y 1990. No menos alarmada está la comunidad internacional, incluidos por supuesto, los países árabes. De hecho, Arabia Saudita fue el mediador tenaz que a lo largo de los últimos meses trató de conciliar intereses para evitar lo que actualmente está sucediendo. Y es que Líbano, a pesar de su pequeñez, tiene el potencial de provocar incendios más allá de sus fronteras tal como lo muestra con claridad lo que ocurrió durante los 15 años de guerra civil que vivió.
Algunas de las filtraciones difundidas en los momentos de escribir este artículo por el sitio web Newsmax de Estados Unidos, hablan del inminente anuncio del Tribunal de que el máximo líder espiritual de Irán, el ayatola Alí Khamenei, ordenó el asesinato de Rafik Hariri a ser ejecutado en un operativo conjunto de los Guardias Revolucionarios de Irán y el Hezbolá. Todo ello, con la complicidad, según los reportes, del presidente sirio Bashar Assad y el jefe de los servicios de inteligencia sirios, Assef Shawkat, cuñado del propio Assad.
Así las cosas, el incendio parece ser difícil de contener. Saad Hariri ha regresado al país de su viaje por Estados Unidos y Francia, al tiempo que Nasrallah reitera sus acusaciones a él de estar coludido con fuerzas occidentales. La posible reacción de Irán, el gran padrino de Hezbolá, representa sin duda combustible adicional para el incendio en gestación, mientras que, por otra parte, Israel eleva su nivel de alerta ante el posible calentamiento de su frontera norte. Se habla en algunos círculos de una posible mediación de Qatar o de Francia para atenuar las tensiones, pero tal como pinta el panorama, parece difícil que Líbano se libre de convertirse de nuevo en el “ring” donde una multiplicidad de fuerzas y pasiones contrapuestas entren en sangrienta colisión.
Fuente: Excélsior
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