Orgullosamente chilango

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Difícil escribir algo después del sismo ocurrido el 19 de septiembre, exactamente el mismo día cuando hace 32 años un terremoto devastara esta ciudad, México, mi ciudad, en la que nací, crecí, estudié y me casé. Aquí sigo viviendo después de tantos años. La naturaleza nos sorprendió por partida doble: una misma fecha para otro sismo que marcará nuestras vidas.

Es cierto: vimos escenas muy parecidas a las de 1985. Edificios colapsados. La sociedad civil organizándose para rescatar a los muertos y heridos. La famosa solidaridad de la que tanto hablamos en los años ochenta y que fue fundamental en el cambio político de México. Una vez más los chilangos dejamos a un lado nuestra chocante arrogancia, el individualismo que nos caracteriza, para ir a ayudar al prójimo. Orgullo chilango.

Somos gente acostumbrada a que la tierra se mueva, y fuerte. Y es que nuestros antecesores decidieron asentarse en un lago que luego se secó. Tenemos, por tanto, un subsuelo gelatinoso que se agita terriblemente cuando se desplazan las placas tectónicas de las múltiples fallas que hay en nuestro país. Los chilangos estamos acostumbrados a los temblores. Sí, nos siguen asustando, pero no nos amedrentan. Aquí seguimos viviendo porque, quiérase o no, a pesar de todo, nos encanta vivir en esta gran ciudad, una de las mejores del mundo, la capital de nuestro país.


Hoy, frente a otro sismo más, me declaro orgullosamente chilango. Más que en 1985 cuando mi ciudad casi colapsó. Presumamos las diferencias 32 años después de aquel trágico episodio. Menos edificios colapsados y, por tanto, menos muertos y heridos. Autoridades gubernamentales que reaccionaron más rápido. Sistemas de comunicación que funcionaron con mayor eficacia.

Pero lo increíble es la fina semejanza de esa solidaridad chilanga que aflora en los momentos aciagos. No quiero caer en la cursilería. Tan sólo me gustaría notar que, en la normalidad, los chilangos somos muy individualistas. Los demás nos importan un conmino. Es un asunto de sobrevivencia en una ciudad sobrepoblada con escasos bienes públicos. No somos, en este sentido, diferentes de los chocantes parisinos, londinenses, bonaerenses o neoyorkinos. Somos gente de una gran ciudad donde la competencia es implacable. Pero, a la hora de la emergencia, sacamos los mejor de nosotros mismos. Por eso, da gusto ver las escenas de ayer con tantos chilangos organizándose para sacar de los escombros a sus paisanos. A la gente tratando de ordenar el tráfico o repartiendo comida y medicinas. Orgullo chilango.

Pero hoy será un nuevo día. Tendremos que comenzar, de nuevo, con la limpieza y reconstrucción de las zonas dañadas. Habrá que apoyar aún más a nuestra ciudad. Debemos demostrar que nuestra solidaridad no es cuestión de un solo día. Vienen jornadas muy difíciles en las que tendremos que sacar, otra vez, cierto espíritu de Ave Fénix.

Recuerdo muy bien el terremoto de 19 de septiembre de 1985 en mi ciudad. Recuerdo muy bien que, meses después, se inauguró la Copa Mundial de Futbol en mi ciudad donde todavía había muchas ruinas. Después del trauma del terremoto, que dejó miles de muertos (nunca se supo cuántos), pudimos salir a las calles a divertirnos en un acto catártico. La Ciudad de México estaba más viva que nunca. Borrachos, le mentamos la madre al Presidente, al gobierno, a la Selección Nacional y a Hugo Sánchez por fallar un penalti. “Estamos vivos, cabrón”, le dije a un buen amigo en medio de aquella euforia. “Nadie nos para”, me contestó gritando en el Ángel de la Independencia. Ayer por la noche le escribí un mensaje por WhatsApp: “Nadie nos para…” Efectivamente, nadie va a pararnos porque esta ciudad es más grande que los sismos que, a menudo, nos ponen a prueba.

                Twitter: @leozuckermann

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