Al cumplirse este domingo 40 años del estallido de la guerra del Día del Perdón (Yom Kipur en hebreo) – o la guerra de octubre, como la recuerdan los árabes– vuelve a confirmarse lo traumática que fue para el estado de Israel. Todo se debe a los casi 3 mil muertos, pero más que nada a la sorpresa que Egipto y Siria lograron al atacar a Israel en el día más sagrado del calendario judío cuando gran parte de la población estaba en las sinagogas.
Lo profundo del trauma es lo único que puede explicar el hecho que a pesar de la gran victoria militar con que terminó la guerra para Israel, en Egipto la guerra sea recordada como motivo de celebración y en Israel como una herida que no termina de cerrar.
La victoria en el campo de batalla consistió en el hecho de que Israel logró revertir la compleja dinámica de los tres primeros días de grandes pérdidas. La guerra finalizó después de pasar los combates al lado enemigo, al llegar al kilómetro 101 en el camino a El Cairo, y de derribar 370 aviones enemigos, por dar algunos ejemplos.
Pero en el sentir nacional mientras Egipto sintió que con sus victorias iniciales borró “la vergüenza” de su derrota en la guerra de los Seis Días, que ocurrió en 1967, Israel quedó con la sensación de que los árabes lograron engañarlo y de que mostraron ser mucho más inteligentes que lo que el israelí promedio pensaba debido a enfrentamientos anteriores.
La guerra de Iom Kipur fue un quiebre en la conciencia nacional israelí. Ante todo, creó una crisis de confianza con el liderazgo en el ejército pero también entre la ciudadanía y el pueblo. Aunque la comisión Agranat, que investigó la guerra y el por qué de la falla, acusó solamente al comando militar por la evaluación según la cual la guerra era “poco probable” y no responsabilizó de nada al Gobierno de la Primera Ministra Golda Meir.
Los movimientos de tropas en Egipto no eran vistos por el entonces jefe del Servicio de Inteligencia militar israelí, General Eli Zeira, como una gran maniobra del ejército egipcio, por lo cual hasta último momento no fueron reclutados reservistas y los pocos que sí fueron llamados deberían haber recibido órdenes de presentarse mucho antes. La demora fue fatal.
El problema de fondo era “la concepción”, la convicción que se había desarrollado desde el 67, según la cual los árabes no estaban listos para atacar a Israel. El tener una línea de pensamiento clara, no habría sido pecaminoso. Pero sí el cerrarse a pensar en alternativas cuando la situación en el terreno lo hacía imperioso.
El general retirado Shlomo Gazit, que en aquella guerra estaba a cargo del esclarecimiento y la información y luego fue Jefe de Inteligencia, dijo en diálogo con el EL TIEMPO que se trató de un error en la parte política. Afirma que después de la guerra de los Seis Días en el 67 hubo una iniciativa política egipcia a la que Israel no dio crédito. “En Israel no se creía en absoluto que podía existir la posibilidad que un país árabe aceptara nuestra existencia en la región y estuviera dispuesto a llegar a un acuerdo”, recuerda. “Y yo creo que Egipto nos atacó no para tomar el Sinaí, sino para destrancar lo que no se movía políticamente desde 1967”.
Pero Shlomo Hillel, ministro en el gobierno israelí de entonces, sostiene que desde la guerra de los Seis Días, Israel sí había estado a favor de negociar, y que las propuestas que habían llegado de Egipto eran dictámenes que exigían que Israel aceptara retirarse a cambio de nada.
De todos modos lo clave para el futuro fue que la percepción de victoria en el 73 hizo posible que luego, en noviembre de 1977, el mismo presidente Anwar el Sadat -que había lanzado la guerra- realizara su histórico viaje a Jerusalén.
D’S protege a su pueblo de los enemigos