Las dudas de la memoria polaca

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Desde hace algunos años los historiadores polacos han empezado una reflexión sobre el pasado judío de su país, pasado ignorado durante mucho tiempo. La primera reacción se produjo en 1987, con el articulo de Jan Blonski Los pobres polacos están mirando hacia el ghetto, publicado en el periódico Tygodnik, que abría una brecha en la imagen de los polacos durante la guerra, rememorando que una gran mayoría habían sido testigo indiferente de la suerte de sus vecinos judíos.

Después de la caída del régimen comunista y la apertura de los archivos, los historiadores de la joven generación han podido trabajar libremente. Desde los años 1990 se han hecho estudios sobre el pogrom de Kielce, perpetrado por la población en 1946, durante el cual 40 judíos, sobrevivientes de la Shoá, fueron asesinados. En 2001 un profesor de origen polaco en la universidad de Princeton publicó Los vecinos, que cuenta s la masacre de 1600 judíos en Jedwabne por polacos, con la incitación de los ocupantes alemanes. Este libro provocó unos debates muy violentos en todo el país.

En su libro sobre el pogrom de Kielce, El Miedo, publicado en 2006 en los USA y en 2008 en Polonia, Jan T. Gross defiende la tesis de una complicidad objetiva entre el Partido Comunista y la Iglesia Católica, para ahogar la memoria judía después de 1945.No se puede negar que una fracción de la Iglesia polaca estaba atravesada, igual que antes de la guerra, por una tendencia antisemita que los horrores de la Shoá no había templado. Frente a las violencias antijudías después de la guerra, en Kielce pero también en Rzeszow o en Cracovia, que se tradujeron por centenares de muertos, la jerarquía católica se quedó muda, salvo raras excepciones. En cuanto al Partido Comunista, éste no tenía ningún interés en alentar la memoria judía en una sociedad poco filosemita, muy anticomunista, impregnada todavía por el mito del complot judeo-comunista.


Después de un periodo de silencio en los años 1960 el “problema judío” renace a raíz de la guerra de los 6 días, en 1967. Estalla entonces una campaña mediática oficialmente antisionista pero antisemita en realidad, que se alinea con la diplomacia soviética, y se concreta con la ruptura de las relaciones con Israel- hecho compartido por el conjunto de los países del bloque oriental. Se trata para el régimen de reaccionar a la expresión popular de simpatía, frente a la victoria israelí. En 1968, Gomulka pronuncia un discurso violento en el cual menciona la existencia de una quinta columna actuando en Polonia y conmina a los judíos a escoger: o hacen prueba de lealtad o se van. De hecho, más de 13,000 judíos dejan Polonia en unos meses, entre ellos una élite de médicos, abogados, profesores, científicos, y muchos miembros de la nomenklatura.

En este contexto, la historia de la Segunda Guerra Mundial ha sido, durante mucho tiempo, igual que en los países occidentales, la del combate victorioso contra el nazismo, llevado, según los periodos, a veces por la clase obrera, otras veces por el pueblo polaco. El martirio de los judíos estaba instrumentalizado en el marco de estas celebraciones. Si, en 1943, la insurrección del ghetto de Varsovia, daba lugar a ceremonias, se celebraba a los judíos como héroes del pueblo. En Auschwitz, en estos años, se hacía referencia a los muertos judíos, únicamente como una categoría de victimas, no la principal. El museo se desarrollaba sobre todo, en el sitio de Auschwitz donde estaban internados los prisioneros políticos y no en Birkenau, el lugar de exterminio de los judíos.

Los estudios publicados desde hace unos veinte años y la reescritura de los manuales escolares para integrar la presencia judía en la historia de Polonia antes, durante y después de la Segunda Guerra Mundial, son la prueba que el país ya no teme la mirada retrospectiva. Además de las iniciativas culturales en las ciudades, por ejemplo el Festival de la cultura judía que se desarrolla en Cracovia desde hace más de 15 años, se han rehabilitado, en paralelo, los cementerios y las sinagogas.

En 2012, se inaugurará en Varsovia, en el sitio del antiguo ghetto, el Museo de Historia de los Judíos de Polonia, que recuerda mil años de presencia judía, iniciándose en la Edad Media. El proyecto, nacido en los años 90, fue fundado por polacos. israelíes y norteaméricanos de origen judío. Han sido movilizados fondos privados, pero el municipio y el Estado polacos son los patrocinadores más importantes.

Existen también iniciativas locales. En Lublín, que contaba unos 35% de judíos antes de la guerra, dos polacos no judíos han fundado un pequeño museo, que incluye los planos del antiguo barrio judío y fotos de las calles. El material escrito del museo es redactado en polaco y no en inglés, lo que significa que se destina a los habitantes de la ciudad, no a los turistas.

Sin embargo, cuando gobernaron los hermanos Kaczynski, se votó una ley castigando hasta con tres años de cárcel, por difamación contra la nación, a cualquiera que sostenía que los polacos participaron en los crímenes nazis y comunistas. El propósito de esta ley, votada bajo la presión de la extrema derecha, era vigilar de cerca el trabajo de los historiadores. Una petición circuló en el país para protestar contra dicha ley y, en septiembre 2008, ésta fue finalmente declarada anticonstitucional, no por su contenido, sino por un error de procedimiento.

Sin embargo, no habrá que fijarse demasiado en estas reacciones. A pesar de haber sido criticado, Lech Kaczynski ha manifestado un comportamiento irreprochable en cuanto al antisemitismo. En 2001, su predecesor, Aleksander Kwanieski, visitó Jedwabne, donde presentó unas disculpas oficiales del pueblo polaco al pueblo judío.

Es incontestable: Polonia ha normalizado su historia con los judíos.

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