Octavillas en mano, Ruth y Noa, dos judías ultraortodoxas que se presentan a las legislativas israelíes del martes, tratan de persuadir a sus correligionarias, rompiendo un tabú de esta comunidad ultracerrada que rechaza cualquier papel público de las mujeres.
Ruth Colian tiene 33 años y Noa Erez, 31. Son madres de cuatro hijos cada una y cursan estudios de derecho. Ambas lanzaron una pequeña revolución este año en el mundo ultraortodoxo, muy replegado sobre sí mismo, al convertirse en las cabezas de lista de B’Zchutan (“Por ellas mismas”), cuya mayoría de candidatos son mujeres.
Esta iniciativa inédita les ha costado insultos y menosprecios entre las haredim, las ultraortodoxas. Esta tarde, en campaña en Beit Shemesh, a unos treinta kilómetros de Jerusalén y cuya población está formada en un 55% por judíos ultrarreligiosos, han provocado una curiosidad que en ocasiones deriva en agresividad.
“¡Zorras!”, grita una voz en yiddish, antes de que un globo de agua reviente a solo unos metros de ellas. “¡No nos representan! No vengan aquí a crear problemas”, grita una mujer a la que intentan acercarse. “Mi rabino me dirá a quién votar”, zanja.
Los ultraortodoxos representan cerca del 10% de los 8,3 millones de israelíes. Han formado parte de todas las coaliciones gubernamentales desde hace treinta años, excepto en el gobierno saliente de Benjamin Netanyahu.
Sus electores votan masivamente, más que el resto de la población, pero no existen cifras sobre sus electoras. Entre sus candidatos no hay ni una sola mujer. Los principales partidos ultraortodoxos lo prohíben. En cuanto a las consignas de voto, suelen llegar desde los rabinos.
Noa Erez quiere llevar la voz a aquellas oprimidas que no tienen más derecho que a guardar silencio y que se arriesgan a perderlo todo si se ponen a la comunidad en su contra.
“Muchas, muchas mujeres son víctimas de la violencia doméstica, pero callan porque, si hablan, se convierten en parias”, explica Erez a AFP. “Queremos apoyar a esas mujeres que tienen miedo y decirles: estamos aquí por vosotras”.
También hay que realizar tareas de prevención entre las mujeres haredim, dos veces más afectadas por el cáncer de pecho que el resto de la población. “Hablar de cáncer de pecho o de ovarios contraviene las reglas del pudor. No encontraréis nunca esos términos en un periódico haredi”, lamenta.
Las dos mujeres no dudan en desafiar las reglas. En Beit Shemesh callejean por donde los carteles rezan: “Las mujeres deben evitar caminar por esta acera, utilizada por los fieles de la sinagoga”.
“Una mujer debe estar en casa, no deambular por las calles”, grita un hombre cuyo coche coche cruza ante un autobús repleto, con los hombres delante y las mujeres en la parte trasera.
“El mejor lugar para una mujer es su casa”, confirma una electora, cochecito de bebé en mano, a la que intentan acercarse. “Una mujer verdaderamente religiosa tiene un marido y él tiene una lengua: así que le toca a él decirle al mundo lo que ella quiere”, prosigue esta israelí, que dice llamarse Esther.
Para Tamar El Or, profesora de antropología de la Universidad Hebrea de Jerusalén, apunta que B’Zchutan “no obtendrán ningún escaño y si consiguen 300 o 500 votos ya será mucho”, dice. En sí, “es enorme, pero al mismo tiempo no quiere decir gran cosa” porque esos votos no vendrán de mujeres ultraortodoxas, que ignoran la existencia de B’Zchutan.
Pero lo importante, destaca ella, es que B’Zchutan ha dado a conocer a “mujeres valientes”. “Es así como empiezan las revoluciones”.
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