Hace ya un año que comenzó la turbulenta situación en el mundo árabe que ha cambiado gobiernos y generado transformaciones en algunos regímenes así como en la balanza geoestratégica regional, con consecuencias que van más allá de la zona. Entrando 2012 queda claro que el cambio que empezó con la caída de regímenes autocráticos en algunos de los países árabes, continuará modificando las “reglas del juego”.
Mucho se ha escrito sobre las causas y los orígenes de la ola de movimientos de protesta, insurrecciones populares y revoluciones civiles en dichos países y del rol central que en ellas han jugado las generaciones jóvenes y las mujeres como promotores de las manifestaciones en masa que han llevado a cambios tan drásticos como a resultados diversos. Es cierto que las revoluciones triunfaron en erradicar a dictadores y en traer elecciones libres por primera vez. Pero después de varias vueltas de las elecciones en Túnez y Egipto y las posibles próximas elecciones en otros países, es claro que los parlamentos emergentes reflejan una mayoría islámica que no necesariamente contiene la misma agenda política de los manifestantes. De hecho los indignados originales no lograron traducir su molestia de una manera tangible en la política interna.
Somos testigos de un proceso en el cual los regímenes de transición buscarán en el futuro próximo una nueva balanza entre diferentes fuerzas y tendencias potencialmente divergentes: el islamismo que ha ganado la mayoría parlamentaria; una gobernabilidad viable y legítima que encuentre el equilibrio entre las expectativas populares que expresa la opinión pública y los intereses y demandas de las fuerzas existentes, como por ejemplo el ejército; y la reubicación política y estratégica regional en una zona en constante cambio.
Esta diversidad de fuerzas y tendencias constituyen nuevos factores que imponen en última instancia la redefinición de las bases y normas de legitimación del Estado Nación árabe.
Los desafíos que enfrentan estos regímenes siguen siendo enormes. Entre los que cabe destacar: economías en declive, problemas demográficos y la disminución del peso político regional. A su vez, los nuevos gobiernos tienen que satisfacer a la opinión pública recién fortalecida, buscando políticas populares que no necesariamente convergen con los intereses nacionales. El modelo turco de una democracia islámica surge como una posibilidad pero permanece como una pregunta abierta en relación a las posibilidades y viabilidad de ser adoptada por los regímenes árabes. ¿Será acaso que el Islam político del mundo árabe se moldee de una forma pragmática o lo haga de una manera ideológica rígida, similar al modelo iraní?
El Oriente Medio se encuentra hoy por hoy muy lejos de ser estable. Los acontecimientos en países como Siria, Yemen e incluso Libia, muestran el peligro de una inminente guerra civil mientras que otras naciones pueden llegar a convertirse en Estados fracasados o desintegrados. La atmósfera de crisis económica mundial que atrae la atención de la comunidad internacional es un factor más que impide a países fuera de la región involucrarse cabalmente con esta situación. La oleada de movimiento de cambio en sus variadas formas y expresiones puede, sin lugar a dudas, continuar en los meses venideros. La probabilidad de que el Oriente Medio reemerja democrático como resultado de dichos procesos, de manera similar a los países de Europa del Este tras la caída de la Unión Soviética, es muy incierta.
* Artículo publicado en la columna “Ideas mediterráneas” en Excelsior el 12 de enero, 2012. Rodica Radian-Gordon es Embajadora del Estado de Israel en México.
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