El régimen islamista de Irán se encuentra acosado por las reforzadas sanciones internacionales en su contra y por la ola creciente de disidencia interna desatada a partir de las fraudulentas elecciones del año pasado y la consecuente represión violenta de los descontentos. Programar un viaje a Líbano, donde los medios de comunicación transmitan al mundo cómo masas de chiítas eufóricos lo vitorean en una cálida bienvenida, es así, un buen método para disimular y opacar el cúmulo de problemas domésticos derivados de que probablemente la mitad de la población iraní es de facto, opositora al gobierno del presidente Ahmadinejad.
Pero la visita del gobernante iraní a Líbano tiene además otros objetivos claramente perceptibles para cualquier observador atento. La apoteótica recepción que le brindaron las fuerzas del Hezbolá libanés, marcada por discursos en los que a coro con el Jeque Nasrallah, llamó a la continuación de la “lucha de resistencia” contra el enemigo sionista, reiteró que Teherán y Hezbolá conforman un bloque unido en el que el dinero y las armas fluyen a manos llenas desde Irán hacia Líbano con el propósito de que Hezbolá lleve a cabo la “sagrada misión de desaparecer a los judíos” al sur de la frontera libanesa.
El desparpajo con el que Ahmadinejad se paseó por Líbano presumiendo de su alianza militar con Hezbolá, presenta adicionalmente otras aristas. Al parecer, fue poco o nada lo que el Bloque 14 de marzo, representante de las fuerzas antiiraníes y antisirias en el País de los Cedros, pudo hacer para evitar tal desplante de injerencia iraní en la vida nacional libanesa. El propio primer ministro, Saad Hariri, conocedor sin duda de que la investigación por el asesinato de su padre muy posiblemente señale dentro de poco a Hezbolá como la principal parte responsable del homicidio, no tuvo manera de evitar la visita, e incluso se vio obligado a recibir personalmente y saludar al hombre que promueve el arrinconamiento creciente de quienes como él, aspiran a sacudirse del nefasto tutelaje iraní. Tal como Fares Soueid, miembro también del Bloque 14 de marzo lo expresó: “El mensaje es que Irán se ha posicionado en la frontera de Israel…Ahmadinejad, por medio de esta visita, subraya que Beirut está bajo la influencia iraní y que Líbano es de hecho una base iraní en el Mediterráneo…el presidente iraní está aquí para decir que Líbano es una tierra de resistencia y para reafirmar su proyecto de librar desde ahí una continua guerra con Israel.”
Para nadie es un secreto que Hezbolá ha ido cobrando cada vez más fuerza y presencia en Líbano. No sólo su arsenal es infinitamente mayor y mejor que el del propio ejército nacional libanés, sino que dentro del gobierno y el Parlamento se ha venido incrementando su presencia y su capacidad de imposición a toda la sociedad de los intereses chiítas representados por Hezbolá. Ésta, mediante su toma violenta de distritos sunnitas en Beirut hace poco menos de un año, amedrentó a los cristianos y sunnitas que se le oponían, imponiendo desde entonces las condiciones y las reglas del juego al resto de las corrientes políticas. Esta semana Ahmadinejad se ha apersonado en Líbano para confirmar quién está verdaderamente al frente del país. El despliegue de su arrogancia no fue bien recibido por quienes se oponen al proyecto de Hezbolá e Irán. En la norteña ciudad de Trípoli, mayoritariamente sunnita, proliferaron los carteles con la foto del presidente iraní cruzada por un tache y acompañada de la leyenda “no es bienvenido el yugo de los clérigos”, al tiempo que un grupo de 250 políticos, abogados y activistas libaneses enviaron una carta abierta al visitante criticando su apoyo al Hezbolá.
La situación libanesa se ha tensado así enormemente con la presencia de Ahmadinejad, empujando las cosas hacia una posible confrontación civil una vez que el tribunal sobre el caso Hariri emita su dictamen. Y por otra parte, no cabe duda que las escenas y las declaraciones producidas en el marco de esta visita, abren con mayor claridad las cartas que Teherán desea jugar en su aspiración a adquirir un liderazgo regional que opaque y someta a sus designios no sólo a Líbano, sino también a la mayoría de las entidades nacionales árabe-sunnitas del derredor.
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