A medida que comienza el año 2018, el caos continúa en Venezuela. Esto no es el resultado de una protesta organizada, ya que la oposición se está desmoronando cada vez más. Esta vez es la acción espontánea de personas desesperadas que saquearon tiendas de comestibles, incluso apedrearon vacas hasta la muerte para poder comer. Esta angustiosa situación ha sido naturalmente aprovechada por criminales también lo cual agrega a este desbarajuste.
Los disturbios han destruido negocios, dejando a sus dueños en las calles y sus trabajadores desempleados. El hambre generalizada ha exacerbado la violencia y la anarquía, originalmente producto de los muchos años de impunidad y estimulo que el régimen venezolano otorgaba a estos inescrupulosos malhechores. En los últimos dos años, el venezolano medio perdió 19 libras. Los niños mueren de desnutrición. Hay escasez de medicamentos básicos. Enfermedades erradicadas ya hace muchos años, como la difteria, la malaria y el sarampión, han regresado. Como ha señalado un politólogo venezolano, la oposición ha sido aplastada y la gente está “demasiado hambrienta o descorazonada como para protestar”.
Nadie puede reprochar a la sociedad venezolana por no protestar o no poner en riesgo sus vidas. De hecho, los venezolanos han realizado numerosas protestas. Ciento treinta y cinco (135) personas han muerto solo en la última ola de manifestaciones. El gobierno aplastó a la oposición, eliminándola y prohibiendo sus actividades. Más recientemente, el régimen de Maduro decidió que solo aquellos partidos que participaron en las elecciones para la alcaldía del 10 de diciembre podrán nominar candidatos para la presidencia. Así descalificaba a los principales partidos venezolanos quienes boicotearon las elecciones municipales tras sospechas de fraude en las elecciones para gobernador de octubre pasado. En aquellas elecciones el régimen de Maduro ganó la abrumadora mayoría de los estados en un momento en que su régimen había perdido total legitimidad dado el colapso económico del país.
Cerca de 900 personas han sido encarceladas por razones políticas y más de 5,000 han sido arrestados. El régimen sigue imponiendo la dominación totalitaria, más recientemente demostrada por la masacre ordenada por el gobierno de Nicolás Maduro contra Oscar Pérez y seis de sus asociados. Pérez, un valiente piloto que se rebeló contra el régimen, ofreció su rendición a las autoridades. Aun así, Maduro ordenó a sus represores “no dejar a nadie con vida”.
El episodio Pérez representa la tragedia de Venezuela. Pérez fue un rebelde que luchó heroicamente como los millones de venezolanos que tomaron las calles.
Las estrategias utilizadas contra el régimen de Maduro fueron bien intencionadas, pero no suficientes. Aunque la oposición actuó cohesivamente durante las elecciones, las rivalidades internas socavaron la oposición y le impidieron alcanzar su objetivo de asegurar una transición. Los egos e intereses personales llevaron a divisiones y debilidades en la unidad opositora.
Episodios como la decisión de sectores de la oposición de participar en las elecciones para gobernador también jugaron en manos del Sr. Maduro. La idea de Maduro de crear una Asamblea Constituyente por referéndum tuvo como propósito debilitar la Asamblea Nacional existente, que estaba controlada por la oposición. Es verdad que la oposición gano algunas gobernaciones, pero esta no era más que parte del fraude destinado a legitimar el atropello del régimen. Sin embargo, Henry Ramos Allup, ex presidente de la Asamblea Nacional, instó a los gobernadores electos de la oposición a prestar juramento en la Asamblea Constituyente, considerada ilegítima por toda la oposición. Peor aún, parece que Ramos Allup todavía tenía la esperanza ser candidato en las elecciones presidenciales, pese a que es claro que Maduro nunca le hubiera permitido convertirse en presidente.
Estas tácticas de negociar con el gobierno o tratar de jugar según sus reglas fueron inútiles y permitieron a Maduro manipular la oposición.
Aunque los defectos de la oposición han tenido un efecto desmoralizador, esto tuvo poco que ver con la capacidad de Maduro para mantener su posición segura. Maduro está en el poder porque él ha establecido los cimientos de su régimen en el ejército; él controla los medios de violencia. Desde el ascenso de Hugo Chávez al poder, el régimen ha establecido una alianza con las fuerzas armadas, que han sido utilizadas para proporcionar poder coercitivo a la revolución. De hecho, a través de las riquezas de Venezuela, el ejército fue cooptado con éxito. El régimen purgó a los oficiales considerados desleales a la revolución y los reemplazó por otros nuevos. Como resultado las leales Fuerzas Armadas venezolanas ahora controlan no solo las armas de la nación, sino también partes de Petróleos de Venezuela, S.A. (PDVSA), la petrolera estatal venezolana, la industria minera y el negocio de distribución de alimentos. Los militares también tienen el control de partes de los sectores de banca, transporte y agua potable. Por supuesto, los oficiales militares y de seguridad de alto rango están también involucrados en el tráfico de drogas con la aprobación y la complicidad del gobierno.
Es por esta razón que más voces de intelectuales y activistas, hoy consideran la posibilidad de una intervención militar extranjera para deponer al régimen. Un ejemplo es el profesor de economía venezolano de Harvard, Ricardo Hausmann, quien sugirió este tipo de solución, citando la imposibilidad de resolver el problema a través de negociaciones o elecciones. Hausmann tiene toda la razón al creer que el gobierno venezolano nunca aceptará renunciar al poder. Sin embargo, esa propuesta también tiene algunas deficiencias. Hausmann propone una intervención militar basada en una coalición de latinoamericanos, norteamericanos y europeos con la aprobación del Consejo de Seguridad de los Naciones Unidas. Militarmente hablando, Hausmann se inspira en la relativamente tranquila incursión de los Estados Unidos en Panamá que llevo a la deposición de su gobernante Manuel Noriega tres décadas atrás. Sin embargo, no hay punto de comparación entre los dos. En Panamá, la operación fue rápida y ofreció una resistencia mínima. En Venezuela, una intervención militar generaría resistencia por parte del bien armado ejército venezolano. Tal confrontación causaría bajas en ambos lados, cosa que reviviría al fantasma de Irak y muy probablemente genere protestas masivas en los Estados Unidos. Por lo tanto, yo sugeriría una alternativa.
La comunidad internacional en general ha dudado en imponer fuertes sanciones a Venezuela. Hasta el momento, se han impuesto sanciones internacionales a un puñado de oficiales militares individuales por iniciativa de la Administración Trump, seguidas más recientemente por los europeos. Sin embargo, esto no es suficiente. Es crucial que las sanciones se refuercen e impongan sobre todo el aparato militar y de seguridad, independientemente del rango o la medida de la responsabilidad individual. Además, tal embargo también debería imponerse a toda la industria petrolera venezolana y a todo lo que es de propiedad estatal que en este momento es un instrumento del aparato represor.
A medida que el hambre se extiende en Venezuela, lo más probable es que comience a afectar a los sectores más bajos del ejército o a miembros de sus familias. De hecho, a pesar de los aumentos salariales que reciben los militares, soldados fueron recientemente fotografiados excavando en la basura en busca de comida. Una unidad militar ubicada en Caracas se quejó de hambre a través de las redes sociales.
Es por eso que sanciones económicas exhaustivas deben estar destinadas a alentar la rebelión y el disenso entre las fuerzas armadas. Si esta opción no funciona, sería posible recurrir a una operación semi-militar. En ese caso, las fuerzas internacionales impondrían un asedio a Venezuela a través de un bloqueo naval. Tal bloqueo evitaría que Venezuela venda su petróleo a otros países. Lo que se debe evitar es un desembarco terrestre y un baño de sangre. En cambio, se deberían proporcionar incentivos a las fuerzas armadas venezolanas para que se distancien del régimen de Maduro y se rebelen contra él.
La operación propuesta requeriría el apoyo de los presidentes latinoamericanos, que hasta ahora han sido reacios a tomar medidas serias contra el régimen venezolano. El secretario de la Organización de los Estados Americanos (OEA), Luis Almagro se erige como la única voz moral en la región, mientras que los líderes latinoamericanos se esconden detrás de palabras vacías y llamados a fútiles negociaciones entre oposición y gobierno, como las que se llevan a cabo actualmente en la República Dominicana. La eliminación definitiva del régimen de Maduro no es solo un deber humanitario; es cuestión de seguridad regional.
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