Con “gefilte” a la veracruzana

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Maty Finkelman de Sommer nació en México, pero sus padres llegaron de Polonia en 1938, en uno de los últimos barcos con refugiados judíos provenientes de Alemania que pudieron entrar a México. Alicia Gojman Backal, de padres judíos provenientes de Bielorrusia, también es mexicana.


Sinagoga en la Colonia Roma.
Recinto ashkenazí Nidjei Israel, en la ciudad de México.
(Foto: Ariel Ojeda El Universal,
Cortesía Instituto Cultural México-Israel y CDICA)

Especialistas en Historia por la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) y catedráticas en esa misma casa de estudios, a la que consideran su alma mater, Maty y Alicia forman parte de la primera generación judía ashkenazí en México que, desde ayer, como todos los judíos en el mundo, conmemoran el Rosh Hashaná o Año Nuevo que, de acuerdo con el calendario hebreo, corresponde al 5772 desde la creación del mundo.


Maty y Alicia conmemoran desde ayer esta fecha que supone el inicio de una serie de días, los Yamim Noraim o 10 “jornadas terribles”, que son las que transcurren entre el Año Nuevo y el Yom Kipur, el más solemne del calendario hebreo, que se festejará el próximo siete y ocho de octubre.

A diferencia de Israel, donde el Rosh Hashaná se celebra un sólo día; en las comunidades judías de la diáspora, como en México, se lleva a cabo durante dos: el primero y segundo días del mes de Tishrei, el principio del año religioso judío, que en realidad se trata del séptimo mes del año.

Como toda la comunidad judío mexicana, que a su vez se divide en diversos grupos, como el azhkenazita (judíos de Alemania y del norte de Francia, quienes a causa de persecuciones emigraron hacia Europa oriental asentándose principalmente en Polonia y Rusia) y el sefaradita (judío de origen español y/o emigrados a Medio Oriente), Maty y Alicia asistieron ayer a la sinagoga a escuchar los rezos y el sonido del shofar, instrumento musical fabricado de cuerno de carnero que se hace sonar únicamente en estas festividades.

En la cena ritual del Rosh Hashaná, que cada hogar judío mexicano festejó ayer, destacan el vino, la miel, la granada, las manzanas y el jalá (pan redondo que refiere al ciclo de la vida). Estos son elementos que no pueden faltar en la mesa de todo hogar judío, que además tiene que decorarse con un mantel blanco y una vajilla especial.

Pero, además de todos estos alimentos tradicionales, la comida del banquete estará marcado por el lugar de origen de la familia.

En la mesa de cada familia ashkenazí será básico el gefilte fish (pescado relleno). “La comida ashkenazí es típica de lugares fríos. Se basa más en el pescado, en un consomé y en unas bolitas de masa”, comenta Alicia, también directora del Centro de Documentación e Investigación de la Comunidad Ashkenazí de México (CDICA), quien asegura que en su variedad mexicana el gefilte fish se hace “a la veracruzana”, con jitomantes, chile y cebolla.

“Un judío sefaradita comerá lo que sus antepasados comían, por ejemplo el kipe, que son bolitas de carne de cordero molida con especias. Aunque en México se prepara hasta en salsa verde o en mole”, añade Maty Finkelman.

Estas variaciones gastronómicas son sólo un ejemplo de la asimilación cultural en México de está comunidad.

“En México se tuvieron que ir cambiando y adaptando cosas, en especial la comida. Ya hay una sexta y hasta séptima generación de judíos que les gusta la comida mexicana y es su comida, sobre todo las tortillas”, comenta Alicia.

“Incluso en casa de los judíos mexicanos que viven en Israel es común encontrar mole y tortillas congeladas en el refrigerador y que sólo consumirán en las grandes fiestas”, añade Maty.

Asimilación de tradiciones

Pero las transformaciones van más allá de la comida. Algunas prácticas rituales también se han tenido que adaptar. Por ejemplo, la tradición de acudir hoy, como parte del Rosh Hashaná, a fuentes de agua como mares, ríos o manantiales para leer versículos y oraciones con las que “arrojan” trozos de pan para deshacerse simbólicamente de las faltas del año que termina.

“En algún momento, cuando la colonia Hipódromo Condesa era toda una colonia judía, íbamos al Parque México a tirar nuestras migajas de pan al agua y la gente nos veía un poco raros al ver a un grupo de gente, mayores y niños, tirar migajas de pan al agua”, cuenta Maty Finkelman.

La bendición que los padres hacen a los hijos durante estas festividades es otra de las prácticas rituales que ha sido modificada. “Originalmente, el padre o jefe de familia rodeaba la cabeza de sus hijos con una gallina o un gallo, que después era sacrificado”, cuenta Maty.

Actualmente, dice, a falta de gallos y gallinas, se hace con unas monedas envueltas en un pañuelo.

“El padre envuelve en un pañuelo dinero y ese dinero se va a una institución de beneficencia o para la gente que más lo necesita”, dice.

En esta festividad, que suele venir acompañada por largas horas de rezos en las sinagogas, en las que los fieles más ortodoxos buscan la expiación de sus pecados ante Dios, es importante además estrenar algo, coinciden tanto Maty como Alicia.

“Es para sentir que se está empezando una nueva etapa en la vida”, asegura Alicia Gojman.

Más que una festividad

Pero esta festividad, que según Dinorah Isaak, directora del Instituto Cultural México-Israel, es una de las más importantes en el calendario judío, va más allá de sólo un festejo colorido.

“El sonido del shofar dentro de la sinagoga es como si escucharas la voz de Dios, es una cosa impactante, al grado de que sientes que te ligas con Él”, comenta Dinorah Isaak.

“Lo más importante es que se celebra un nuevo ciclo, en el que estamos en contacto con Dios y pedimos reverencia para estar en paz con uno mismo”, comenta al respecto Maty Finkelman.

Es también una etapa para hacer conciencia y pedir perdón a aquellos amigos o familiares que creen haber dañado durante el año anterior.

“Es una conmemoración de un año más de vida, en el cual cada persona y grupo tiene que hacer una introversión y pensar todo lo que pasó durante el año. Para que después tenga 10 días de reflexión que cerrará con Yom Kipur o el día del perdón”, comenta Alicia.

“Son días para reflexionar sobre algún malentendido y esperar que el año que viene sea un año bueno de éxitos, de salud y felicidad, por eso se procura no comer nada amargo, para tener un año dulce y sin problemas”, añade.

Así, durante esta semana de reflexión espiritual, entre la comunidad judía mexicana, que asciende a casi 60 mil integrantes, será común saludarse con la bendición “Gmar hatimá tová”, con la que se desea una buena inscripción en el libro divino.

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