Fue una águila que por azares de la vida busco refugio en una prisión en Siberia…
Llego herida sin apenas poderse valer por si misma…
Llamó la atención de los forzados; malherida, maltrecha, tratando de sobrevivir.
Tenía rota una pata y el ala derecha…
Miraba con expresión feroz y curvo el pico abierto a la curiosa multitud, dispuesta a vender cara su vida…
El tiempo pasó por espacio de tres meses.
*Una tarde, cuando redobló el tambor para reanudar los trabajos, cogieron al águila, le ataron el pico por si intentaba defenderse y la llevaron fuera del penal a la explanada.
Los doce forzados que componían la cuadrilla estaban deseosos de ver lo que haría el ave y adonde se dirigiría.
¡Cosa curiosa! Estaban tan contentos como si fueran ellos mismos los que recobraban su libertad…
La echaron a la estepa, por encima de la muralla.
Era un día frío y agrisado de últimos de otoño…
El viento silbaba en la llanura desnuda y gemía entre la yerba amarillenta y seca.
El águila escapó en línea recta, arrastrando su ala quebrada, como si tuviera prisa por ocultarse de nuestras miradas
– ¿La ven?- dijo un forzado con acento pesaroso.
– ¡Ni una vez siquiera ha mirado hacia atrás! observo otro.
– ¿Creías que iba a volver para darnos las gracias?
– Es ya libre y goza de su libertad.
– No la volveremos a ver, compañeros
– ¿Qué hacen ahí? ¡En marcha! gritaron los soldados de la escolta y todos echaron a andar lentamente…
*Tomado del libro Memorias de la Casa Muerta.
De Fedor Dostoievski.
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