El primer apego de un ser humano es a su cuidador primario y da comienzo de manera refleja. Se puede describir en forma general como una forma de cariño o afecto. Las personas también se apegan a las cosas que los rodean: la casa, la cocina, sus muebles, su auto, una profesión y muchos más.
En la actualidad, los objetos no sólo se producen para satisfacer necesidades primordiales. El deseo de tantas cosas que vemos pretende sanar la frustración y decepción. Este anhelo se renueva constantemente como respuesta a una oferta que se multiplica infinitamente. El consumo excesivo, se fundamenta en una falta, una carencia, es incontenible y crea en el cuerpo y mente un deseo constante de tener más y mejor. Se puede sentir físicamente.
Las personas se expresan a través de los objetos y se confunden con ellos. Confunden los valores simbólicos con los valores de uso. Vivir en el mundo del consumismo nos convierte en seres anhelantes e insatisfechos. Somos proclives a la acumulación de lo que sea y sentir que tenemos mucho. No importa que es, pero que sea en cantidad. Pueden ser libros, discos, zapatos, copias fotostáticas, ropa, accesorios, cubiertos, vajillas y todo tipo de mercancías grandes o pequeñas.
Leonor me comenta: deseche algunos objetos de mi casa, pensé que eran viejos; algunos años después compré algo similar. Esa jarrita de flores me hacía pensar en la que tiré tiempo atrás. Ahora se había vuelto a poner de moda y no podía dejar de tener una igual. Mis amigas la habían adquirido y yo no podía dejar de ser como ellas.
Los objetos son una fuente de satisfacción. Nuestra visión y percepción de lo necesario ha ido cambiando, moldeado por la publicidad del sistema económico. Siempre hay algo grande o pequeño que necesitamos, recuerdo que Herbert Marcuse diferenciaba entre necesidades reales y necesidades creadas.
Una forma de matar el tiempo, el aburrimiento o la depresión, es comprando y el arreglo de las mercancías en los grandes almacenes está hecho con precisión y eficacia, de tal manera que se junta lo bonito que se ven los artículos, (colores, combinaciones, luces, etc) con nuestros vacíos interiores. Esos no se llenan, pero obtenemos una satisfacción momentánea.
Una variable de la búsqueda es cumplir con el grito de la moda. Hay personas que desechan artículos que aún tienen sus etiquetas, que no han sido usados. El estar bien vestidos y arreglados, nos proporciona un placer pero es importante saberlo frenar cuando se convierte en algo más doloroso que satisfactorio.
Cuando hacemos uso de las tarjetas de crédito y pasamos del presupuesto que podemos sufragar nos vemos envueltos en un comprar compulsivo que termina con una gran presión sobre nuestra economía real. No son pocas las personas que llegan a consulta, su nivel de ansiedad es devastador, ha sido producido por el excedente de artículos, de toda índole, comprados a crédito, en efectivo o con tarjetas.
La fuerza de los objetos es tal que los convertimos en parte nuestra y en situaciones de emergencia no podemos separarnos de ellos. Migrantes que viajaron a otros países se han llevado objetos que les daban seguridad pero en el nuevo lugar no tuvieron acomodo. Hubo quién al partir lo hizo llevando consigo enseres y muebles muy queridos. Sin embargo en su nuevo departamento no tenían suficiente espacio. Los dejaron a la intemperie hasta que se pudrieron o en el mejor caso otras personas los recogieron e hicieron uso de ellos. Algún tiempo después ellos pudieron comprobar que su calidad de vida era la misma sin “los tesoros” que arrastraron con un costo económico increíble.
Magdalena relata que cuando emigró, su marido advirtió que no llevara consigo tantas cosas, ella no hizo caso. Estaba acostumbrada desde pequeña a guardarlo todo, había sido educada como buena ama de casa y pensaba que cualquier trapo podía ser alguna vez de utilidad. En los años de prosperidad había comprado muchas cosas con las que había llenado cómodas y roperos. No se resignaba a tirar nada ya que cada objeto tenía un significado particular para su corazón. No quiso separarse de sus muebles que eran piezas caras y talladas. El traslado de todas sus cosas costó un dineral. Ahora nada de ello tenía valor y lo peor es que no tenía donde guardarlo.
El exceso de objetos puede llevar al desorden. En un espacio para 20 cosas, no caben 40. He visitado algunos hogares en donde hay tantas cosas que es difícil caminar por el cuarto, y desde luego los adornos que tratamos de exhibir se ven como un montón y no lucen.
Estaba visitando una feria con unas amigas y una de ellas compró una mesa de adorno muy estilizada. Poco después mostró su preocupación fue notoria, ya que no tenía espacio para ponerla y su familia se iba a molestar con ella. ¡Otra mugre más mamá!
No se puede dejar de valorar los beneficios que procuran algunos objetos, pero nos hemos llegado a convertir en sus esclavos en vez de ser sus dueños. Nos dejamos manejar por ese impulso. En una ocasión un niño de 7 años hacía un berrinche tremendo. ¿Que quieres? Le preguntó la madre. ¡Comprarme algo! ¿Qué? No se contestó el niño, pero quiero algo… He escuchado a padres preocupados cuando un hijo no forma parte del ejército consumista.
Es importante aprender a percibir esa sensación creada con tanta publicidad y habilidad comercial; nos produce un deseo compulsivo, a veces inconsciente, de comprar, es difícil romper con esa sensación. Sólo quiero subrayar la imposibilidad de reaccionar ante tanta motivación. No dejo de lado el hecho de que las compras adecuadas son placenteras. ¡Estrenar cualquier cosa nos hace sentir bien!
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