El calvario de los descendientes de la “tribu perdida” de Israel en India

Los “bnei menashe” son víctimas de la violencia interétnica que azota al estado de Manipur. Muertes, aldeas “arrasadas” y sinagogas incendiadas son moneda corriente para esta comunidad que afirma descender de los manasés Por:
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Descendientes de la “tribu perdida” de Israel pagan un alto precio en la violencia interétnica que golpea desde mayo al estado indio de Manipur (noreste), con aldeas “arrasadas”, dos sinagogas incendiadas, cientos de desplazados y al menos un muerto.

“De los 5.000 bnei menashe, diría que al menos la mitad de ellos están gravemente afectados”, detalla a la AFP Lalam Hangshing, presidente del consejo de los bnei menashe, comunidad que afirma descender de los manasés, una de las “tribus perdidas” de Israel, exiliados en 720 a. C. por los asirios, pueblo del norte de la Mesopotamia (norte de Irak).

Asimilados a la minoría kuki, esencialmente cristiana, se encuentran atrapados en el engranaje de violencia con la etnia mayoritaria meitei, principalmente hindú, que causó al menos 120 muertos y que ni el gobierno de Manipur ni las autoridades federales consiguen contener.


Los kukis representan aproximadamente 16% de los 2,8 millones de habitantes de Manipur, según el último censo de 2011. Proporcionalmente, los bnei menashe están más afectados.

Según Hangshing, al menos un miembro de la comunidad “atrapado en los disturbios” falleció. Otros resultaron heridos, pero también podrían haber muerto otras personas.

“Cuando un kuki muere, no se dice si pertenece a la comunidad judía”, subraya Hangshing, de 65 años, exfuncionario de la ciudad de Bengaluru, en el sur de India, cuya casa en Manipur quedó destruida.

“Muchos se pusieron a salvo pero no tienen futuro”, subraya.


En Israel, la organización de ayuda Degel Menashe aseguró que intenta prestar asistencia a casi 700 víctimas de la violencia en Manipur.

“Son desplazados que no tienen adónde ir. Perdieron sus empleos, y sus casas quedaron destruidas”, explica su director de proyectos, Isaac Thangjom.

Las causas de la violencia entre los kuki y los meitei son varias, entre ellas el acceso a la tierra y al empleo público.

Regresar a Israel
Para Hangshing, también secretario general de la Alianza del Pueblo Kuki, un partido político de Manipur, los bnei menashe son víctimas de este conflicto étnico, no de ataques antisemitas.

“La mayoría de la gente ni siquiera sabe que existimos, somos considerados parte de la comunidad kuki. Un ‘daño colateral’”, advierte.

Sin embargo señala que algunos gritaban consignas dirigidas específicamente a su comunidad, afirmando que “no tenemos un lugar aquí, que somos judíos perdidos y que deberíamos volver a Israel”.

La comunidad kuki celebró el jueves un homenaje a las víctimas de la violencia antes de un entierro colectivo que desea organizar próximamente, con un representante de la “tribu perdida” de Israel y sacerdotes cristianos.

Los meitei se opusieron a la ceremonia, lo que resultó en un tenso enfrentamiento entre sus representantes y las fuerzas de seguridad cerca de la capital del estado, Imfal.

Miembro de la comunidad bnei menashe, Asaf Renthlei, de 31 años, trabaja como voluntario en el vecino estado de Mizoram para ayudar a los desplazados.

“La gente huyó con poco más que la ropa que llevaba puesta”, dice este estudiante de doctorado en Sociología.

Al principio dio vino, pan y velas para que la gente pudiera celebrar el “shabbat”. Tras el envío de los fondos recaudados en Israel, también pudo distribuir arroz y aceite de cocina.

Según la tradición oral, el éxodo de los bnei menashe duró siglos a través de Persia, Afganistán, Tíbet y China, manteniendo ciertos ritos judíos como la circuncisión.

En India fueron convertidos al cristianismo en el siglo XIX por misioneros.

A partir de la década de 1990, grupos de bnei menashe fueron llevados a Israel, donde se convirtieron oficialmente y se establecieron.

Asaf no es optimista. Piensa que para su comunidad el futuro es sombrío y que muchos de ellos tratarán, como él, de ir a Israel.

“El odio está demasiado arraigado. La paz está lejos y la mayoría de estas 5.000 personas tienen familia en Israel. Así que es natural que la gente quiera estar a salvo”, resume.

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