El cientificismo nos hace vanidosos

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En famoso y preciso texto don José Ortega y Gasset criticó la “mirada de especialista” que el español usa para cualificar a las mujeres, una mirada táctil, bárbara, que incomoda a quien la recibe, y dicha crítica bien se acomoda a los tristes hechos que hoy quiero meditar, que son la incapacidad de la gente para mantener clavada la mirada en los ojos del prójimo y la impotencia generalizada del mundo para mantener amena e interesante conversación. ¡Ya casi es imposible encontrar interlocutores sensibles!

Se pasea la gente con el afán de ser esquiva, de desairar, y esto se debe a que la ciencia moderna, que lo queramos o no termina haciéndose siempre filosofía, lógica, “sentido común”, no quiere humanos, sino científicos, ni mujeres, sino proletarias barbadas, ni hombres, sino “blandos cortesanos”, usando palabras de nuestro Quijote. La economía lo ha inundado todo y su mentalidad, todos lo saben, quiere sacar el máximo provecho de todas las cosas con el esfuerzo mínimo.

¿Para qué gastar palabras con el vecino si no redundará tal gasto en poderosos dineros? ¿Para qué conocer al desconocido que nos requiere en el parque si su presencia no mejorará nuestro peculio? ¿Por qué detenernos con el filósofo parecido a don Macedonio Fernández, que sólo sabe hablar de metafísica y de inutilidades, si siempre termina contradiciéndonos? Quieren los transeúntes de las grandes urbes, con su “mirada de especialista”, catalogar, medir y juzgar todas las cosas, funesto hábito que trocará, poco a poco, no sólo la psicología, sino también la antropología y hasta la metafísica.


Si nadie conversa ni quiere con calor disputar, y si nadie acepta de buena gana ver desmentidas sus falsedades, no tiene caso seguir cultivando el lenguaje, y bien haríamos, de seguir así las cosas, ciñéndonos al mero uso de las matemáticas y al balbuceo. ¿Nadie ha parado mientes en el rostro de sorpresa, repugnancia y miedo que las personas hacen cuando alguien les sonríe o les pregunta cualquier nimiedad?

Hay un hermoso aforismo del magnífico Valéry que bien encaja en nuestro quejoso discurso, que dice: “No se podría pensar libremente si nuestros ojos no lograran desprenderse de los ojos que los persiguen. En cuanto las miradas se prenden ya no se es absolutamente dos y cuesta gran trabajo ser uno solo”. La riqueza de ser hombres consiste en que podemos ser muchos hombres sin perder nuestra personalidad, sin dejar de ser los que somos, es decir, sin dejar de persistir en nuestro ser, como decía Spinoza. ¿Pero qué es persistir en nuestro ser, el conato? Es, según Unamuno, no querer morir.

¿Y no es un muerto andante aquel que no observa a los hombres y que sólo piensa usando conceptos genéricos sobre la humanidad? ¿Acaso nos conformaremos con el concepto de los colores y nos resignaremos a no volverlos a ver? ¿Queremos vivir en la humanidad y no entre hermanos de carne y hueso?

Traigo a colación unos maravillosos versos del Martín Fierro que bien podrían ser la exégesis de la filosofía del Berkeley y de Spinoza: “Nací como nace el peje/ en el fondo de la mar;/ naides me puede quitar/ aquello que Dios me dio:/ lo que al mundo truje yo/ del mundo lo he de llevar”.  Es penoso que ya no queramos ofrecer a los demás lo que Dios nos dio. ¿Y qué nos dio? Para empezar, y no es cosa pequeña, una visión única del mundo, y además un tono y un acento, diría Unamuno.

Naides, hablando como gauchos, como el pueblo, puede ver el mundo como lo veo yo y dicha perspectiva sólo es comunicable a través del lenguaje, y sobre todo a través del tono que le doy y que sólo vale algo cuando conversamos, o por mejor decir, cuando podemos clavar nuestros ojos en el prójimo, cuando pasamos de ser noúmenos, meros conceptos, a ser fenómenos, entes contradictorios, recordando al clásico Kant.

La “mirada de especialista” no es una visión única, original, sino la visión de la ciencia, una que cualquier chabacano puede tener. ¡Nada vale la visión de la ciencia si no hay con quien compartirla! ¡La física no se inventó para destruir a la metafísica, sino para darnos tiempo para pensar en ella, para poetizar con los demás! Y es que la ciencia enferma, la hecha cientificismo, no quiere personas, sino bípedos archivos, y tampoco cabezas críticas, sino solamente analíticas, siendo el análisis un pueril juego de niños. ¡Muchos son los que derrumban y pocos los que levantan!

Las grandes síntesis de la filosofía, de la historia, de la política, que son las que dan pie a la revoluciones de la ciencia, no han sido hechas por mentes aisladas o desinteresadas por lo humano, sino al contrario, han sido elaboradas por almas que no han temido extenderse sobre los otros porque han sabido que los otros, buenos o malos, asesinos o altruistas, valen más que cualquier concepto, teoría o idea.

Acabo mi meditación con palabras de Ortega: “No es dudoso que las nuevas tendencias, todavía germinantes y débiles, serán percibidas primero por los temperamentos contemplativos que por los activos. La urgencia del momento impide al hombre de acción sentir las vagas brisas iniciales que, por el pronto, no pueden henchir su práctico velamen”. Evitaremos que la “mirada de especialista” enferme nuestra psicología si dejamos de ver hombres que sólo son hombres cuando coinciden con nuestros pobres conceptos antropológicos, que sostienen que nacimos para trabajar, crear y heredar, cuando lo hicimos para “consumir vanidades de la vida” y no para “consumir la vida en vanidades”, recordando a la buena de Sor Juana.

Acerca de Edvard Zeind Palafox

Edvard Zeind Palafox   es Redactor Publicitario – Planner, Licenciado en Mercadotecnia y Publicidad (UNIMEX), con una Maestría en Mercadotecnia (con Mención Honorífica en UPAEP). Es Catedrático de tiempo completo, ha participado en congresos como expositor a nivel nacional.

1 comentario en «El cientificismo nos hace vanidosos»
  1. ACERCA DEL CIENTIFISISMO.
    EL MAL LLAMADO HOLOCAUSTO, PODRIA EXPLICARSE SI ENTENDEMOS QUE LOS ALEMANES,SON UN PUEBLO EXCESIVAMENTE RACIONAL, QUE RECHAZA EL SENTIMIENTO Y LA INTUICION.
    SOLO ASI PUDO CONCEBIR LA INIGUALABLE MAQUINARIA DE ASESINATOS SIN PARANGON EN LA HISTORIA DE LA HUMANIDAD.

    JOSE CUKIER

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