Mientras se peinaba, notó que su mollera nunca cerró. Con el índice de su mano derecha presionó suavemente la frágil piel que cubría el agujero en la coronilla e introduciéndolo comprobó que no había nada. Luego metió el pulgar y el medio, hurgó en todas direcciones y seguía sin encontrar.
Continuó haciendo presión hacia los lados y logró también insertar el anular y el meñique. Con ansias perseveró en la búsqueda. Nada.
Fue el turno de la mano izquierda. Sin hallar obstáculos dentro se encontraron los diez dedos que ya se conocían.
Sus brazos se hicieron flexibles como hule y logró que ambas manos continuaran su camino hacia abajo. Donde deberían estar los pulmones, el corazón, el hígado y todas las demás vísceras de cualquier humano común y corriente, no había más que vacío. En la bifurcación donde se ubicaría el aparato genital, todo era lisura.
Ambas manos descendieron con inquietud, girando, palpando, investigando. Pero nada.
Al llegar a los pies comprobó que estaba equivocado.
Ahí estaban. Las ideas.
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