El idioma mágico

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Había una vez un idioma en el que los malos crecían como las cebollas, con la cabeza plantada en la tierra y los pies en el aire; en el que los problemas te causaban hoyos en la cabeza y la belleza era comparada con la luna.

Un idioma en el que la riqueza verbal, especiada con una pizca de ironía, ½ cucharada de satirismo y 1,000 años de riqueza cultural le daban un sabor “geshmak” a la vida, a pesar de que ella fuera pobre como la noche.

Con este legendario idioma podías mágicamente viajar a otro confín del universo y conversar con tu basherte y entenderte de maravilla a pesar de que hubieran nacido en dos mundos diferentes (como en el caso de mis papás). Y conste que no importaba cuan lejos viajaras de tu shtetl siempre encontrarías, al evocar el idioma mágico algún alma caritativa que te mostraría el camino, te ofreciera cobijo o le echara más agua a su sopa para compartirla contigo.


Este mágico y legendario idioma tenía la capacidad de absorber y enriquecerse de todo lo que le rodeaba y en el moraban strushkafkes polacas, tzitrinen alemanes y lialkes rusas. Y no debemos olvidar que también era muy generoso y le obsequiaba palabras a todos los idiomas que conocía y los otros idiomas apreciaban los regalos y los valoraban como propios y de allí nacieron beigls, daveneadas, shvitzers y shreks y miles otros puntitos de luz que hacían recordar a todos la generosidad y riqueza de nuestro idioma.

Pero claro que como en todo cuento de hadas existieron malvados, que por envidia, ignorancia o falta de visión trataron de matar al mágico idioma. Unos lo intentaron a fuerza de golpes callando a seis millones de bocas que lo hablaban.

Otros lo prohibieron porque representaba el pasado que debía dejarse atrás.

Los terceros simplemente trataron de integrarse al metling-pot y lo dejaron como idioma secreto para que los niños no entendieran. Y lograron su objetivo en tan sólo dos generaciones.

Y finalmente los últimos personajes de nuestro cuento decidieron un día, que la generosidad, la historia y la riqueza del idioma mágico no valía la pena ni dos horas de estudio a la semana; que sus palabras y expresiones podían ser sustituidas por otras de más relevancia y utilidad. Por lo que poco a poco desaparecieron las pocas horas en las que nuestro moribundo idioma trataba de obsequiar una palabra o dos a las mentes jóvenes, ávidas de apretar botones y aprender cosas prácticas.

Aquí parece terminar nuestra historia, con un idioma mágico que ha perdido su magia, que nos sirve para nada, ni para contar historias, ni para cantar canciones, ni para regalar palabras a otros idiomas. Porque cada vez que nuestro idioma quiere respirar alguien invariablemente le pregunta ¿y tú para qué sirves? Y el pobre idioma no puede decir ni una sola palabra en defensa propia, el pobre Idish se ha quedado mudo.

Claro que todos esperamos que un cuento de hadas tenga un final feliz, pero éste por el momento no lo tiene. El idioma morirá y de él quedarán tan solo vestigios en lugares como Faltbush y Meah Shearim, allí lo guardarán como magia propia y cuidarán de él como un tesoro. Allí se seguirán utilizando empolvadas bibliotecas con libros centenarios llenos de I. L. Peretz, de Sholem Aleijem y de Isaac Bashevitz Singer., historias del shtetl, de Tevie der Miljiker y de un mundo que ya no es más.

Pero no hay que perder la esperanza, quizás suceda un milagro y nuestro idioma, en su último aliento se transforme en una lengua clásica como el latín o griego y alguien decida que vale la pena estudiarlo y analizarlo en universidades, guardándolo en un crisol y en una repisa.

Y puede ser, sí, puede ser, que haya mentes y bocas que lo amen con fervor y que traten de contarle a sus hijos la leyenda del idioma mágico, con poca esperanza que lo entiendan o hablen; pero que con su respeto les enseñen a respetarlo. Y quizás entonces alguna chispita, alguna mágica palabra que sobreviva y se transmita de generación en generación permita que en 50 años, cuando la gente que lo hablamos ya no estemos aquí, uno de nuestros bisnietos diga la palabra mágica y se pregunte a sí mismo porque se llama gefilte fish a una bola de pescado.

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