El Jardín del Google

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Por permitir a millones de usuarios en el mundo tener acceso al universo de conocimiento e información, de una manera rápida y bien estructurada, la empresa Google acaba de recibir el prestigiado premio en Comunicación y Humanidades de la Fundación Príncipe de Asturias.

Treinta años atrás, como investigador de Ralston Purina, participé como usuario en Research 900, firma recién adquirida que incorporaba las “últimas” tecnologías de computación en búsqueda de información. Anteriormente, si por ejemplo necesitaba conocer sobre leche de soya -entonces fuera del radar occidental- leía en revistas especializadas los títulos hasta encontrar alguna pista, y la seguía a través de publicaciones precedentes. Con frecuencia, la referencia estaba en otro idioma o en divulgaciones que no eran parte de mi biblioteca y tenía que enviar una carta solicitando una copia, proceso que podía tardar meses. Research 900 fue seguido por el fax y el Internet que disminuyeron tiempo en el envío de información.


Hoy, la cereza en búsqueda del “grial de la información” se llama Google. Larry Page y Sergei Brin, fundadores de la compañía, encontraron una manera sencilla de obtener la información que se encuentra en la Red y exponerla para uso del indagador. En lo técnico, Google y otros “Motores de Búsqueda” registran la densidad (palabras/espacio) de la palabra que se les solicita, y los resultados son enlistados en orden descendente de mayores citas del tema; la primer referencia es la que ha sido mas “visitada” o leída por otros usuarios del Internet. La herramienta que se aplica para este concepto es matemática booliana.

La exploración de Google tiene un símil biológico en las hormigas. Al salir del hormiguero, buscan comida y al encontrarla regresan con el alimento, lo que da la pista para que otras sigan el ácido fórmico desprendido en el camino. Más hormigas es más ácido fórmico que invita a más hormigas. Al buscar información con Google o Yahoo, somos como hormigas siguiendo el aroma que otros dejaron en ese camino. ¿Sencillo? ¡Genial!

No obstante, Google no ha escapado a las críticas, por su posición hegemónica o por haber cedido a las demandas del gobierno de China de permitir censurar los contenidos. También se le ha criticado que nos ha convertido en consumidores de “chatarra informática”, alejándonos de la lectura concienzuda y de la reflexión profunda. Google nos ayuda a escribir sobre cualquier tema, sólo tengo que buscar suficientes referencias en el Internet y mezclarlas para perder rastros de origen. Copiar un artículo es un plagio, copiar tres es editar y copiar diez es un “nuevo artículo”.

En la última edición de Atlantic Monthly, el artículo de Nicolas Carr “¿Nos está estupidizando Google?” nos mueve a reflexionar acerca del efecto de Google sobre nuestro cerebro, que según el autor no es del todo positivo. Carr invita a no confundir su queja con la que Sócrates expresa en Fedra contra la palabra escrita, que nos hará olvidadizos e inducirá a creer que “sabemos” por poseer información. Tampoco ignora las preocupaciones que se tuvieron al inventarse la imprenta, que propagó los textos. Carr no duda de los beneficios de Google para encontrar la información, servirse de ella para construir nuestra “memoria de silicón”. Lo que le preocupa es que la Red está carcomiendo la capacidad de concentración y contemplación, ya que ha modificado nuestro proceso de pensamiento, haciéndolo ligero, superficial, vacuo.

Opino que el efecto que Carr sugiere es aparente. Tememos a Google porque Prometeo permanece encadenado en nuestra conciencia interior ante desarrollos que nos ofrecen posibilidades desconocidas de liberación, como siempre ha sido con el conocimiento y la tecnología. En el pasado, al transitar del relato en la cueva a la lectura de textos hubo cambios en el proceso del pensamiento; con la radio regresamos a la cueva y con la televisión a la instrucción con imágenes. Nuestro maleable cerebro es “amistoso” a Windows o Linux, sobrevivirá la influencia de la Red.

Adán y Eva empezaron a navegar en la Red cuando no habría precedentes, construyendo su propio camino. Sus descendientes continuamos probando de la fruta del conocimiento del Bien y del Mal, el Google que nos ofrece la sediciosa computadora.

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