El odio

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Uno de los elementos que permite identificar el grado de descomposición de una sociedad es la tendencia de determinado grupo a señalar como el o los culpables de una mala situación a individuos ajenos al conglomerado nacional dominante, y por ello naturalmente traidores a los que hay que acosar y eventualmente destruir. Me permito esta vez hablar en primera persona, pues esta situación se ha venido produciendo a partir del conflicto derivado del despido de Carmen Aristegui de MVS Radio, empresa en la que colaboro.

A raíz de este evento, que generó una protesta social en un segmento de la sociedad, apareció en redes sociales y otros medios la demanda de que la salida de Carmen debería de ser acompañada de la renuncia del resto de los conductores de noticias de la estación. Hay que aclarar que cada uno de nosotros tenemos un contrato diferente con la empresa, y que las líneas editoriales eran sustancialmente distintas en función de la libertad informativa respetada por sus dueños. Como lo dije al aire, yo no compro agendas políticas de nadie, ni me subordino a proyectos a los cuales no pertenezco.

A partir de esta realidad, la descalificación a mi persona en función de mi trabajo profesional y mi pertenencia judía culminó en agresiones verbales y escritas que alcanzaron incluso a miembros de familia. La combinación de “periodista chayotero” atribuida a mí en forma gratuita y sin prueba alguna, se combinó con la de “judío asqueroso” y otras diatribas peores en relación al Holocausto y Auschwitz. Con esta actitud que originalmente parecía ser de unos cuantos locos, pero que adquirió dimensiones alarmantes con el transcurrir de los días, el tema dejó de ser personal para convertirse en una señal de alarma para aquellos interesados en conciliar el derecho a disentir y protestar, con el indispensable respeto al diferente y a quien no está de acuerdo a sumarse en automático a una u otra causa.


Haciendo a un lado cualquier intento de presentarme como una víctima de este fenómeno —lo que jamás he hecho en mi vida profesional— sí considero indispensable poner un alto a aquellos que en nombre de causa determinada, están dispuestos a incendiar al país en su totalidad, cancelando elecciones, golpeando a quienes no se unen a su proyecto, y finalmente sembrando la semilla de un modelo autoritario y eventualmente totalitario, en donde la razón, el diálogo y el respeto al diferente sean anulados por esa causa justa e inmaculada.

El discurso del odio es fácilmente vendible en aquellos sectores sociales marginados ancestralmente, y cuya propensión a encontrar enemigos en función de teorías de la conspiración que aluden a “fuerzas oscuras provenientes del exterior y que quieren apoderarse de nuestra patria”, los convierte en el mejor caldo de cultivo para estos profesionales del odio. La democracia no puede darse el lujo de ver pasar a estos promotores de la irracionalidad, pensando que son parte del mobiliario nacional, a menos que estemos dispuestos a despertar un día en manos de algún loco iluminado.

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