Entrevista de Antonio Escudero Ríos al filósofo Emmanuel Taub sobre el camino judío

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1) ¿Le parece contradictorio que un pueblo tan definido como el judío se haya constituido sobre unos caminos hechos al andar?

No creo que exista una contradicción en ello porque el sentido propio de la construcción del pueblo desde el punto de vista de la tradición y el texto bíblico está dado por su sentido exílico, desde el “lej lejá” a Abraham, desde la salida de Egipto hasta la pérdida de la tierra prometida, desde la destrucción de los Templos a la diáspora. Y entre la tradición, la historia y la centralidad del Libro, este sentido exílico, de errancia, se constituyó como una característica del ser judío en el mundo, de la misma manera que la interacción con aquel lugar a donde llegar. Es por ello que creo que el judaísmo (o los judaísmos) puede leerse como una línea de fuerza entre dos paradigmas: el Desierto y la Ley. El Desierto es el paradigma de la errancia y de la historia que hace a la tradición judía y en donde la tradición judía se hace; mientras que la Ley es la fuerza teológica y legislativa que deviene de la Torá.

2) Teniendo en cuenta que no hay pueblo como el judío que se haya constituido sobre las Escrituras como ley y mandato divino, ¿serían los profetas los primeros constructores de la historia –tal como la entendemos– no solo empujada desde atrás, sino reclamada desde delante, desde el futuro?


En primer lugar, habría que aclarar que así como el pueblo judío se ha constituido desde la centralidad de las Escrituras, el pueblo cristiano y musulmán también lo han hecho, cada uno con sus particularidades y sus riquezas. En segundo lugar, en cuanto al sentido de la historia, adhiero a las palabras del gran filósofo judeo-alemán de principios del siglo XX, Hermann Cohen, quien ha escrito que son los profetas quienes han creado la idea de historia al colocar, no sólo un punto de partida, sino especialmente una idea futura de llegada, bajo el ideal mesiánico. El futuro, o “el Ser del futuro”, es representado así como el ideal de la historia.

3) Parece que el pueblo judío, más que la reivindicación de un espacio, ha estado buscando el tiempo, su tiempo, su historia, ¿es también ese su parecer?

El pueblo judío mantiene una relación particular y propia con el tiempo y con el espacio. No podemos decir que la noción judía de tiempo es lineal, sino que sobre la línea del tiempo, que parte de un punto y se dirige hacia ese futuro de redención, se extiende una circularidad dada por la lectura del texto bíblico y por la celebración de las festividades que marcan el ritmo temporal. En este sentido, el tiempo se vuelve rememoración, una acción sobre el pasado que se dirige al futuro y que transforma lo transcurrido como contemporaneidad. Al mismo tiempo, se encuentra el eje dado por la cuestión del espacio y la Tierra prometida, en las Escrituras, e Israel como Estado-nación moderno en nuestros tiempos. Y la cuestión territorial se vuelve también un pilar de la vida judía ya sea como ideal a alcanzar o como ideal alcanzado. Es por ello que tenemos, como judíos, una responsabilidad ante nuestra relación con el tiempo y con el espacio.

4) ¿No cree que la historia, en el caso de los judíos, más que una historia basada en el progreso es una historia sagrada, es una historia ucrónica de la divinidad en los hombres, de la palabra de Dios hecha escritura, una y otra vez?

Lo sagrado y lo no sagrado son parte de lo judío y esto vuelve más compleja su relación con la historia, con el texto, con el propio pueblo y con el mundo no judío. Creo que la pregunta que debemos hacernos es ¿cuál sería la tarea del judío en el mundo? Podríamos decir que un elemento fundamental de esta tarea es la divinización del mundo. Este es, por ejemplo, uno de los fundamentos de la celebración del Shabat, en donde divinizamos el tiempo y el espacio; lo mismo con la bendición, la tzedaká o hasta la ceremonia de matrimonio.

5) ¿Cómo se combina según usted la depurada individualidad judía con el sentimiento de colectividad de este pueblo?

Una buena forma de entender la relación entre individualidad y comunidad es retomando la conceptualización que Joseph Soloveitchik dio de la comunidad judía, explicando que ésta no es funcional ni utilitaria, sino ontológica. Y esto es posible porque no es simplemente la reunión de gente que trabaja de manera conjunta para su beneficio mutuo, sino una entidad metafísica, como una integridad viviente, en donde cada uno es uno y único pero no puede serlo completamente sin la presencia del otro. Otro ejemplo interesante, desde la perspectiva que queramos analizarla, es pensando en el sentido del minián por el cual todo evento que marca la vida judía debe comenzar en presencia de otros, no en soledad, sino ante por lo menos diez personas para que, podríamos decir, todos los egoísmos estén neutralizados ante un equilibrio, para que los pedidos de cada uno representen los de toda la humanidad.

6) Hay una ambivalencia contradictoria entre las gentes respecto al judío. Por una parte es un pueblo respetado y temido, por otra parte hay una actitud de rechazo hacia él, que se manifiesta en expresiones populares y despectivas, por ejemplo «perro judío», «hacer una judiada», «ser un fariseo», etcétera. ¿Qué opina de ello?

La historia del antisemitismo es larga como la historia misma del pueblo judío. Una de las maneras de vincular los mundos judíos con los mundos no judíos, y viceversa, es a través de la educación, más aún en este estadio del mundo tan avanzado en tecnologías y comunicación. La ignorancia hace al prejuicio infundado y al miedo, para romper las barreras es necesario dar un primer paso y cruzarlas, y una manera de hacerlo es a través de la formación.

7) Existe una penetración de lo judío en lo sagrado –incluso en el pensamiento de sus prohombres más modernos y racionalistas– como temor de Dios, como acatamiento del mandato divino, como escritura sagrada. Es curiosa, ¿no cree? Esa mezcla entre racionalismo científico y acatamiento de la divinidad.

Creo que no son necesariamente contradictorias. Científicos y pensadores judíos, más o menos practicantes, han podido desarrollar (y desarrollan) sus profesiones al igual que su vida confesional. La Torá dada por Dios es para los hombres y el camino que se abre ante nuestro horizonte debe ser recorrido por nosotros, tomando del texto los valores fundamentales que hacen a la manera de comportarnos con el otro y con nosotros mismos, ya sea hacia adentro de la comunidad o hacia fuera. Si recorremos nuestros caminos con respeto a nuestra tradición y responsabilidad ante el otro y ante el mundo, ya sea por el camino de la ciencia o de la práctica confesional, estaremos llevando adelante y contribuyendo a nuestra tarea aquí.

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