Expectativas sauditas con Trump en la Casa Blanca

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El triunfo de Donald Trump en las elecciones de noviembre pasado en Estados Unidos fue recibido con gran preocupación en numerosos países del mundo —México incluido— por las razones que todos conocemos y no es necesario reiterar aquí. Sin embargo, en ciertas naciones, al igual que en sectores políticos y de opinión de derecha extrema, Trump generó entusiasmo al proyectar una imagen que exaltaba los nacionalismos excluyentes, el proteccionismo comercial, la desconfianza ante la globalización, una mal disimulada xenofobia y las promesas de devolverle a su electorado todo lo que se le había arrebatado mediante el “abuso” del que ha sido objeto Estados Unidos de parte de actores externos.

Arabia Saudita fue uno de los que recibió el cambio encarnado por Trump con más beneplácito. A fin de cuentas, aunque el saliente presidente Obama hubiera viajado a Riad más que a cualquier otra capital árabe y le hubiera vendido a la monarquía saudita la cifra récord de 110 mil millones de dólares en armamento, impulsó acciones y políticas no convenientes para los intereses del Reino. En primer lugar, el gran reclamo saudita hacia Obama fue su activismo y disposición a concretar el acuerdo del G5+1 con Irán, acuerdo mediante el cual Teherán se comprometió a detener su desarrollo nuclear bélico a cambio de la anulación de las sanciones que pesaban en su contra. Ello sacó a Irán del aislamiento internacional al que estuvo sometido por años, reincorporándolo así a la competencia por la hegemonía regional. Y nada más peligroso para el liderazgo sunita de Arabia en el mundo musulmán, que ver a su más serio rival cobrando fuerza y protagonismo de nuevo.

En segundo término, la conservadora Casa de Saud resintió las presiones de la administración Obama para efectuar reformas modernizadoras que contemplaran con más seriedad el respeto a los derechos humanos y la igualdad de género dentro de su sociedad. Y en tercer lugar, Riad nunca le perdonó a Obama el haber aprobado los despuntes de la Primavera Árabe, movimiento que al extenderse significaría un serio dolor de cabeza para el liderazgo político saudita. Así las cosas, la retórica de Trump de anular el compromiso de Washington con Irán y retomar de algún modo el régimen de sanciones es música para los oídos de los sauditas, quienes intuyen además que no habrá gran interferencia de la nueva presidencia en los asuntos domésticos del Reino, léase presión para realizar reformas democratizadoras con todo lo que el concepto implica.


Hace pocos días, el ministro saudita de Defensa, el príncipe Mohamed Bin Salman, estuvo de visita en la Casa Blanca, visita que fue saludada por las autoridades árabes y sus medios de comunicación como el preludio de la ansiada restauración de la relación privilegiada que tuvo Washington con Riad antes de la administración de Obama. Las expectativas generadas apuntan a que Trumpcontendrá a Irán, al tiempo que redoblará el apoyo a las huestes sauditas que intervienen en la guerra civil en Yemen para doblegar a la insurgencia huthi respaldada por Teherán. De igual manera, han sido muy bien recibidas las promesas estadunidenses de escalar su lucha contra el Daesh o Estado Islámico y contra las bandas de Al-Qaeda que operan en la Península Arábiga. La certeza de que todas estas expectativas se cumplan es, no obstante, limitada, en virtud de que aún restan obstáculos que superar. Uno de ellos es la creciente oposición en el Congreso de EU a la manera en que se desarrolla la guerra en Yemen, donde los sauditas mantienen sitiada la parte norte del país en manos de los huthis a fin de vencerlos por hambre. Otro es la recientemente aprobada Acta contra los Patrocinadores del Terrorismo, la cual permite a ciudadanos norteamericanos demandar al Reino por su presunto papel en los atentados del 11 de septiembre de 2001. El tiempo dirá si estos factores irritantes tienen o no el peso suficiente como para afectar seriamente el reforzamiento de la alianza Washington-Riad que acaba de registrarse.

Acerca de Esther Shabot Askenazi

Licenciada en Sociología egresada de la UNAM (1980), con estudios de maestría en Sociología en la UNAM y con especialización en Estudios Judaicos en la Universidad Iberoamericana. (1982-1985) Fue docente en la ENEP Acatlán, UNAM durante 10 años (1984-1994). Actualmente es profesora en diversas instituciones educativas privadas, judías y no judías.De 1983 a 1986 fue colaboradora semanal del periódico "El Nacional" tratando asuntos del Oriente Medio.Desde 1986 hasta la fecha es editorialista semanal en el periódico Excélsior donde trata asuntos internacionales.Es comentarista sobre asuntos del Medio Oriente en medios de comunicación electrónica.Publicaciones:"Los orígenes del sindicalismo ferrocarrilero". Ediciones El Caballito S.A., México, 1982.En coautoría con Golde Cukier, "Panorama del Medio Oriente Contemporáneo". Editorial Nugali, México, 1988.Formó parte del equipo de investigación y redacción del libro documental "Imágenes de un encuentro. La presencia judía en México en la primera mitad del siglo XX" publicado por la UNAM, Tribuna Israelita y Multibanco Mercantil, México, 1992.Coautora de "Humanismo y cultura judía". Editado por UNAM y Tribuna Israelita. José Gordon, coordinador. México, 1999.Coordinadora editorial de El rostro de la verdad. Testimonios de sobrevivientes del Holocausto en México. Ed. Memoria y Tolerancia, México, 2002.Redactora de la entrada sobre "Antisemitismo en México" en Antisemitism: A Historical Encyclopedia of Prejudice and Persecution". Ed. ABC CLIO, Chicago University, 2005."Presencia judía en Iberoamérica", en El judaísmo en Iberoamérica. Edición de Reyes Mate y Ricardo Forster. EIR 06 Enciclopedia Iberoamericana de Religiones. Editorial Trotta. , Madrid, 2007.Artículos diversos en revistas de circulación nacional e internacional.

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