El Rabino Yosef Soloveitchik, durante muchos años el máximo representante de la ortodoxia moderna en el judaísmo, sostenía en uno de sus ensayos que a diferencia de lo que ocurre con cualquier otra civilización, en el judaísmo tenemos la posibilidad de retoceder al pasado y cambiarlo.
Para la mayoría de las culturas, decía Soloveitchik, el tiempo fluye desde ayer a hoy y desde hoy a mañana. El pasado modela al presente y el presente determina el futuro. Causa y efecto. Algo ocurrió ayer, o el año pasado, o hace diez años, y por causa de ello algo va a ocurrir hoy; y lo que ocurra hoy va a causar que algo ocurra en el futuro. Es el pasado quien determina el futuro.
Pero en el judaísmo, insistía Soloveitchik, es el futuro quien determina el presente y define el significado del pasado. Si algo grave le ocurre a una persona, ¿implicará esto que se termine su fe, o bien una oportunidad para madurar y aumentar la fe que tenía? ¿Un error que alguien cometió, será sólo un error o también una posibilidad de aprender? No podemos responder sólo tomando en cuenta lo que pasó. Este pasado sólo tendrá sentido a la luz de lo que elijamos hacer con él hoy y mañana.
Si Freud enseñó que los seres humanos estamos determinados por nuestras experiencias de la infancia, Soloveitchik enseñó que los estamos por nuestra visión de futuro. Y si podemos elegir el futuro que deseamos tener, entonces podremos retroceder en el tiempo y cambiar nuestro pasado.
Por supuesto que no se trata de una máquina del tiempo o de uno de esos agujeros negros que aparecen en los modelos de los físicos y que plantean la posibilidad de viajar en el tiempo. Si así fuera ya habríamos viajado al pasado y, por lo menos, habríamos impedido la Shoá.
Pero sí hay cosas que podemos hacer en el presente y en el futuro. Tomar decisiones basadas en nuestra visión de qué clase de pueblo queremos ser y en qué clase de mundo queremos vivir; y esas decisiones podrían cambiar, claramente, el sentido de la Shoá. No podremos revivir a seis millones de mártires, pero sí podemos determinar el sentido último que se le dará a sus vidas y a sus muertes.
Pero volvamos a lo personal. Todos tenemos de qué arrepentirnos, lo que hicimos mal o lo que no hicimos. Según Soloveitchik, los seres humanos vivimos no tanto de las memorias del pasado sino de la manera en que nuestra visión del futuro viene para ayudarnos.
Es la visión del futuro, y no la memoria del pasado, la que determina lo que hacemos en la vida. Y si logramos entender este mensaje, habremos también entendido el significado más importante de Yom Kipur: el poder que tiene la teshuvá.
Teshuvá es algo así como “Lo lamento. Me veo a mi mismo y no me gusta la persona que era cuando hice eso. No me gusta ser capaz de haber hecho eso y no quiero ser esa persona nunca más”. Se trata no sólo de asumir responsabilidad por el pasado; implica, además, mirar hacia el futuro y plantear un cambio en quienes somos, no solamente en lo que hicimos.
Durante los Iamim Noraim, el judaísmo nos enseña que cambiar es posible, que podemos no seguir siendo lo que fuimos cuando hicimos algo de lo que tanto nos arrepentimos. Podemos liberarnos del pasado sólo si comenzamos a pensar en el futuro.
Las máquinas del tiempo no existen, aunque nos guste fantasear con la posibilidad de vivir nuestra vida otra vez. Lo que sí tenemos, y es real, es la posibilidad de cumplir con todo lo que nos propusimos pero nunca pudimos concretar; modificar todo aquéllo de lo que nos arrepentimos.
¡Jatimá Tová!
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