“La caza de los cenadores”

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Así se llamaba, pero me lo cambiaron.”La caza de los cenadores” es el título que algún piadoso protector de mi reputación decidió pasteurizar y dejarlo en “La casa de los senadores”, más propio del mínimo y dulce Francisco de Asís que de un rudo y torvo animal que pretende ser bestia temerosa de sangre y de robo. Es un decir.

Pasadas algunas semanas de tribulaciones decidí probarle al corrector de ortografías ajenas que tal vez me gana en lo erudito pero no en lo terco. Y aquí van ya, delante, dos de los párrafos que la inagotable cantera de nuestros políticos inspira a esos columnistas atentos a ver a quién friegan, según es el caso de su seguro servidor el arriba firmante.

Estamos a un año de las elecciones que nos permitirán renovar los poderes Legislativo, tan concurrido que se antoja recortarlo, y Ejecutivo, tan solitario que parece pedir a gritos algún apoyo útil. Los cenadores, o sean los gozosos de los tres poderes en todos sus niveles y circunscripciones, cumplirán sus periodos de servirse con cuchara grande en mesas de manteles largos y deben cuidarse, si son medianamente aguzados, de los cazadores, cuando se abra la temporada en la que serán inevitable presa.


Los políticos que disfrutan el lujo de ser senadores y cenadores al mismo tiempo, completarán seis años lamentables en cuanto a los resultados efectivos de su gestión, frustrada en sus iniciativas fundamentales, las indispensables para adecuar las leyes al México actual y al de nuestros hijos. Y cargarán sobre sus espaldas el peso de uno de los negocios inmobiliarios más sospechosos y polémicos en la historia senatorial: la compra de predios y construcción del mazacote de Insurgentes y Reforma. Si dedicaran sus últimos meses de gestión a limpiar ese desmán lograrían hacer apenas lo justo. Si no, que la Patria se los demande. La Historia, sin duda, se los demandará.

Con su otra mitad constitucional, los diputados, compartirán la culpa de ignorar demandas elementales cuya lista no cabría en esta columna. Mencionemos, a un año de nuestro derecho y obligación de ir a las urnas, el reservarse para ellos, durante otro sexenio, el monopolio de las candidaturas para puestos de elección popular. Otro año de vigencia de una ley que traiciona la esencia de la democracia, la libertad de votar por el ciudadano con méritos, según la convicción íntima de cada votante, sin el embudo chapucero de los partidos políticos que turnan a los suyos en los cargos públicos.

La caza de los cenadores se practica hoy con una escopeta llamada internet, probada en países árabes, en la Puerta del Sol madrileña y en forma incipiente, pero eficaz, en ciudades de América Latina. La computación es la pólvora de los miserables de Víctor Hugo y los adoquines del 68 en París. Se ha desatado en México la descomunal competencia de campañas presidenciales engañosas, de un costo enorme pagado por todos los mexicanos y de efectos desoladores para la limpieza de los comicios. Los medios no deben imponer en beneficio propio a quien incondicionalmente los sirven, no deben premiar complicidades con apoyo propagandístico ilícito. Su función es proteger los intereses sociales, principalmente respetar leyes que, aún deficientes, regulan el proceso de las votaciones. Se las pasan por el arco del triunfo.

A un año de día del voto, los ciudadanos sin partido, que somos los más, debemos expresar nuestra opinión en los pocos medios independientes con que contamos y en Facebook y Twitter, denunciando a quienes confían en seguir impunes, exigiendo los derechos que nos niegan y regatean, como el de proponer candidatos independientes con acceso a los instrumentos masivos de difusión y a su registro en las boletas del voto.

Las armas electrónicas gratuitas y las poquísimas (dos o tres) voces libres en los sistemas tradicionales de comunicación serán los cotos donde la cacería se desatará al terminar esta docena presidencial. La única manera que el PAN tiene de evitarla sería renovar por otros seis años el alquiler de Los Pinos. Su permanencia en el Poder Ejecutivo será la sola coraza para evitar lo que se ve venir: un llamado a cuentas por agravios conocidos: los niños quemados en la guardería, las violaciones a la Constitución, los manejos turbios del dinero público, los negocios a la sombra de las influencias, la impunidad de los delincuentes. Cartuchos no faltan.

Tal vez por eso nos aconsejan cada rato no contribuir a la “demolición del ánimo nacional” con malas noticias. Se desea una atmósfera menos hostil cuando estalle la caza de los cenadores, porque no serán balas de salva.

El procedimiento en marcha es el de mojar la pólvora.

* Artículo publicado en la columna “Bucareli” en El Universal el 5 de julio, 2011.

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