La creación artística que subsiste bajo la guerra

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Corría la noche del 11 de septiembre de 1940. Henry Moore y su mujer, Irina, venían de una comida en el West End de Londres. Acordaron tomar el Tube (el tren subterráneo británico) para regresar a su casa. Hacía solo unos días que habían empezado los temidos bombardeos aéreos alemanes contra Londres. La pareja Moore descendió las escaleras del metro, tomó un carro, y se encontraron con que las estaciones de tren hacia Belsize Park estaban atiborradas de refugiados, que se agolpaban unos a otros cubiertos con mantas.

Esos refugios improvisados remecieron a Moore. El gran artista británico da origen a una de sus creaciones más conmovedoras: los “Dibujos de refugio”, que también marcan su arte.

Los refugiados de Moore


Moore descenderá a las galerías del metro casi diariamente y permanece largas horas observando la dramática situación. Intenta guardarla en su retina, casi sin tomar apuntes, para no intimidar a los refugiados. Después en su taller plasma esas impresiones en cuadernos.

El artista siempre había proclamado el dibujo como la base de su escultura y de toda su formación. Así, ese año de 1940 -cuando la guerra había llevado a cerrar la Escuela de Arte de Chelsea, donde hacía clases, y también le clausuraron su taller de esculturas en Kent, por su ubicación estratégica-, el dibujo pasa a transformarse en su principal forma de expresión.

Esos bocetos de 1940 y 1941 los realiza con maestría, dando origen a envolventes y crudas escenas, como “Dos madres con sus hijos”; “Mujeres y niños”, “Tres figuras sentadas”, y esas largas filas con decenas de personas tendidas y pegadas entre sí. Esta faceta marca no solo un cambio de género expresivo, sino que también representa una transformación en la filosofía del autor británico al acercarse más profundamente al hombre. Reconoce que al abandonar cinceles y gubias, “la guerra resaltó, y fomentó el lado más humanista de mi obra”.

Dibuja con lápiz de cera, lo que le permite trabajar las texturas. Esos bocetos, que se conservan en museos británicos, los pasa también a un formato mayor, empleando técnica mixta que combina lápiz, acuarela y tinta china. La National Gallery conserva varios de ellos. Y fue prácticamente el único museo británico que luego de esconder sus obras en un búnker en Gales continuó apoyando a los artistas. Su director, el connotado historiador del arte Kenneth Clark, instituyó incluso una fundación para apoyar a los británicos que seguían creando durante la guerra. De hecho, el museo abría sus salas con muestras temporales una vez al mes a los artistas. También ofrecía, una vez a la semana, conciertos de piano en medio de sus galerías vacías.

Beckmann y Nolde en la clandestinidad

En Francia, el estallido de la Segunda Guerra Mundial afecta profundamente a Picasso. Pero el artista decide quedarse en su estudio ubicado en el sur del país, como lo hicieron otros grandes, como Matisse y Bonnard. El artista malagueño había pintado, en 1937, su famoso “Guernica”, inspirado en la guerra civil española, y en 1939 el Museo de Arte Moderno de Nueva York exhibe su primera gran antología.

Las pinturas de Picasso durante la guerra toman un carácter sombrío: se dedica esencialmente a hacer naturalezas muertas incorporando calaveras. Asimismo, bajo la “etiqueta Picasso” participa en muestras y actos de apoyo a sus amigos en París, durante la ocupación nazi. En marzo de 1944 se afilia al partido comunista francés y da a conocer 77 nuevas obras en el Salón de Otoño. Luego se entusiasma por la litografía.

En tanto, el gran expresionista alemán Max Beckmann, el llamado “Picasso del norte”, es hostigado por los nazis. Ya antes de la guerra sus pinturas fueron descolgadas de los museos alemanes, y varias pasaron a integrar la muestra “Arte Degenerado” (en 1938), promovida por Hitler, la que se burlaba y combatía el arte moderno.

Beckmann había sido enfermero durante la Primera Guerra, lo que le produjo una severa crisis nerviosa. La Segunda Guerra lo llevó a huir a Holanda, y se refugia en el barrio Rokin, en Amsterdam. Pinta muchísimo. El Museo Van Gogh demostró en una gran exposición, en 2007, que estos habrían sido los años más productivos de su carrera.

Hizo más de 100 monumentales, expresivas y coloridas pinturas y trabajos sobre papel. Sobresalen sus trípticos con connotaciones mitológicas que conviven en medio de sus escenas más realistas. Una de sus pinturas significativas de la época es “Despedida”, de 1942. Representa a una pareja con la mujer de frente y el hombre de perfil, junto a una franja en negro y un animal que surge en ese color que, como reseña el escritor Stephan Lackner, “hace también referencia al mito de Ulises, al viaje permanente, a la obligación del exilio”.

Beckmann se autorretrató también mucho. Y es autor de emblemáticas escenas, como las celebradas “Carnaval” y “Sueño de Montecarlo” (1940-43).

En otro extremo ideológico se encuentra el pionero del expresionismo alemán Emil Nolde, quien apoyó y se inscribió en el partido nazi. Pero su estilo pictórico que roza lo abstracto, con el uso de la mancha y de colores fuertes -influido por Van Gogh y Gauguin-, contrastaba con sus ideas nietzscheanas y fascistas. La estética del nazismo despreciaba la vanguardia, exaltando, en cambio, el realismo, lo propio alemán, el seguimiento del arte clásico y la monumentalidad que se expresó muy bien en la arquitectura.

Nolde intenta presentar su estilo modernista -que revolucionó el tratamiento de la pintura en su país- como algo puramente alemán. Pero su obra es ridiculizada, y lo incluyen en la muestra de arte degenerado. Poco después, en 1941, el régimen nazi le prohíbe seguir pintando, incluso en privado.

Se refugia en su casa de Seebüll y se vuelca a trabajar sus “cuadros no pintados”: una notable serie integrada por composiciones sin “pintura” en las que recurre a la acuarela. Recoge ahí todas las sombras que podría haber proyectado en el óleo, reconoce. Sus extraordinarias masas de color se funden turbulentas.

Auschwitz: la joven Charlotte

Pero no todos pudieron permanecer libres y con vida. Algunos fueron confinados a campos de concentración y los menos pudieron expresar allí en dibujos o pequeñas esculturas sus sueños de libertad y los horrores del exterminio. Hacían arte con lo que encontraban a mano: papeles, cartones, latas, y hasta huesos.

Un caso notable es el de la talentosa artista judío-alemana Charlotte Salomon, quien murió en Auschwitz a los 24 años y con 4 meses de embarazo, en 1943. Logró hacer durante 1941 y 1942 más de 1.300 acuarelas sobre hojas de papel usando solo colores primarios: un conjunto de composiciones de un singular expresionismo que incluyen, además, escritos suyos en las mismas hojas sobre el hecho o sueño que recrea.

Las acuarelas y dibujos dan cuenta de esos pasajes de “sobrevida”, de sus aficiones musicales, de su familia, de sus sentimientos, y hasta de sus cambios físicos. Ese trabajo iluminador, emotivo y “muy modernista” creado en un espacio de terror protagonizó el último encuentro mundial de arte de la Documenta de Kassel, en 2011.

Nueva York, centro mundial

La Segunda Guerra llevó también a que la mayoría de los surrealistas huyeran a Nueva York. El eximio grabador británico William Hayter instala allí su famoso taller 17, lugar que se convierte en el centro donde llegan a trabajar y conviven artistas como Miró, Dalí, Chagall, Max Ernst, Matta, Enrique Zañartu (hermano mayor de Nemesio Antúnez). Se acercan Pollock, De Kooning, Rothko…

Matta empieza en 1939 lo mejor de su arte y comienza a desarrollar la noción de los grandes transparentes en la pintura. El chileno y otros surrealistas se transforman en el impulso e influencia esencial de lo que será muy luego el primer movimiento vanguardista de artes visuales estadounidense: el expresionismo abstracto.

De Kooning es el primero en tomar del automatismo: realiza sus chorreos de pintura, sus primeros drippings , en 1940. Pero es con la llegada de Peggy Gugenheim -directora de la galería Art of this century- cuando los jóvenes artistas americanos encuentran su principal apoyo: ese sitio se transforma en el eje de la vanguardia neoyorquina. Rothko y Pollock exhiben ahí. De Kooning hace sus famosos murales que le encarga la coleccionista. Las bases de la action painting -que toma del surrealismo y de la abstracción- ya están instaladas.

En tanto, otros creadores europeos también realizan trabajos emblemáticos en Nueva York. Es el caso del holandés Piet Mondrian, quien da vida a una pintura clave de la abstracción geométrica, “Victory Boogie Woogie”, en 1944, la que no solo representa el lenguaje riguroso de ese estilo, sino que además la visión utópica del mundo, apuntan algunos historiadores, como María Luisa Borras: “Es como una euforia que se relaciona con que esa ciudad parece plasmar los ideales más utópicos del neoplasticismo”.

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