Imaginemos una fiesta en un gran jardín. Una pista de baile en una pequeña isla dentro de una gran alberca y a lo lejos vemos y escuchamos el mar. La música estruendosa, al fondo una gran cantina con surtido de bebidas alcohólicas y comida sabrosa. Brincamos, saltamos, nos reímos con aquellas carcajadas semi histéricas que nos hacen pensar que estamos muy contentos. A lo mejor si lo estamos, a lo mejor fingimos estarlo para estar acorde con el medio ambiente.
Volteamos al cielo y contemplamos esas grandes luces y nos percatamos de nuestra insignificancia aunque no la vivimos totalmente. Algunos, los menos, se dan cuenta que se han entregado a un mundo de ídolos y falsas imágenes. Tocamos ese gran vacío del cual queremos huir. A veces es nuestro y otras es heredado por nuestros ancestros.
Hay quién desea congelar esa euforia, no se puede. Hay que dejar paso a las inquietudes que traemos dentro y es bueno conocer; es la única forma de trabajar aquellos sentimientos y sensaciones abrumadoras que nos aplastan y actúan. No siempre nos damos cuenta de ello.
Conforme la fiesta va avanzando, surge una negrura que se contagia y abre rendijas por donde la soledad, la tristeza van acomodándose en el alma de los alegres, la aceleración va cediendo y quedamos con los nuestro, aquello que queríamos tapar con fuerza.
Ese tono grisáceo va creciendo opacando el brillo obtenido artificialmente. Sentimientos como la necesidad de cercanía y ternura, el miedo a la soledad, problemas y sucesos familiares del pasado, inseguridades económicas, de salud y trabajo; demonios que nos asaltan y rompen la armonía que pensábamos haber obtenido en la fiesta loca. Armonía falsa que se nos escurre como el agua a través de las manos.
Todo va quedando vacío y surge un gran silencio; hay quien lo quiere matar con más alcohol y otros estimulantes. Los más sensatos se permiten sentir y juntar la euforia, la alegría con esas tristezas que yacen en cada alma humana. Así somos nosotros, cada quien en su propio estilo.
No debemos olvidar que la vida tiene sabores y sinsabores. La sensatez convive con la insensatez. La fuerza con la debilidad. Lo solemne con lo banal. Ni todo el tiempo podemos vivir con fuerza, con solemnidad, ser sensatos ni convertirnos en lo contrario. Tenemos ambas emociones en el alma que se columpian dentro de nosotros mostrando su existencia.
En medio de su vida agitada a Luisa se le abrió una rendija en la memoria, aguda como un cuchillo. Recordó a sus padres, siempre enojados y taciturnos, que se convirtieron en estatuas de hielo por no dejar pasar su tristeza y nostalgia. Dejaron mucho atrás cuando tuvieron que huir de su país de origen. Nunca quisieron hablar de ello, eran muertos caminando. El enfado es una de las armas que utilizan las personas para combatir el sufrimiento, pero acaba por traer problemas si dura demasiado. Ni siquiera tuvieron la energía para acudir a la fiesta loca.
Luisa creció en ese ambiente sombrío, sus padres le arrebataron la alegría infantil y su corazón se cerró lleno de miedo, secretos, silencios y temores; buscaba la fiesta para sentirse mejor, sin lograrlo. Sólo cuando investigó esos sentimientos heredados, lloró por lo que su familia perdió, y al final se consoló a sí misma. Las lágrimas enjuagaron su alma. Pudo emprender un camino propio que llenó con alegrías y tristezas.
Julián se pasa el tiempo haciendo chistes y diciendo tonterías para esconderse de sus profundos sentimientos de tristeza. ¡Mejor no pensar en eso! Con el paso del tiempo aprendió que tocar esos sentimientos, a tomar conciencia del remolino que traía dentro y no le permitía estar en paz.
Ahora sigue siendo gracioso al tiempo que puede caminar por la vida y sabe que hay momentos para llorar y otros para reír. El cambio me llevó a madurar; fue duro pero me siento mejor que antes y la gente se relaciona mejor conmigo. Me he transformado en una persona que entiende un poco más al otro. Tocar mi tristeza no me mató.
Tenemos a hombres y mujeres que pasan de una pareja a otra, de una amistad a otra, buscando lo que no existe, sin darse cuenta que ese afán es para esconder su propio vacío. Creen tener la habilidad de un sabio y la verdad es que no notan nada de lo que les sucede. Cambian los hechos y han logrado construir una pantalla hermética que esconde la verdad, su propia verdad.
Con frecuencia hemos encontrado a algunas personas que en todo momento quiere hacernos notar la dureza de la vida. Se sienten con el derecho de hurgar en las heridas de los otros sin darse cuenta que hacen el ridículo ya que nadie le está pidiendo su opinión.
En vez de usar un espejito traen en la mano una gran lupa para ver los defectos de los otros y hacérselos notar. Se creen autosuficientes y la verdad es que carecen de humildad. Por no poder ver hacia dentro, se vuelven hacia fuera, hacia los asuntos de los otros y se sienten con el derecho de enderezarlos, castigarlos y mostrar a cada uno sus partes que esconden. Se creen dueños de la verdad y no saben porque la gente se aleja de ellos. Creen que la gente tiene que ser como ellos, su rigidez no les permite aceptar las diferencias.
Por mucho que te disfrazas de alguien diferente hay cosas internas ocultas que no podemos esconder y saltan al primer rasguño. Es bueno estar en la fiesta, disfrutarla sin enajenarse y poder comprender lo que nos pasa aunque no sea tan festivo. La vida no nos fue dada para pasarlo bien todo el tiempo.
Qué es lo que perdió la juventud Y los adultos? Se vive en el mundo de que si no tienes no vales y persigues la posesión como el éxito de la vida. Recuerda a la liebre y la tortuga, ese es el verdadero éxito. Ser tortugas; habrá que retroceder para crecer, recuerda que dar un paso es avanzar, si estas en el precipicio. Saludos