La identidad dual de Irene Nemirovsky

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“Olvidarás al otro que dejaste. Olvidarás quién fuiste en las tierras que te dieron sus tardes y sus mañanas y a las que no darás tu nostalgia. Olvidarás la lengua de tus padres y aprenderás la lengua del Paraíso”.

Jorge Luis Borges

A lo largo de la historia, la cuestión judía atrae una revisión constante hacia los asuntos de intolerancia y al personaje apátrida, al meteco (nombre que se le daba al extranjero en Atenas), el hombre sin derechos, en tierra ajena. El judío de la Diáspora, (término que surge desde el primer exilio en el año 586 A.E.C., cuando el rey de los babilonios, conquistó el Reino de Judea, destruyendo el Primer Templo y no a partir de la creación de un Estado nacional para el Pueblo Judío), mantuvo siempre hacia los ojos del otro, la disyuntiva entre los términos de nacionalidad y religión, con esta casi obligada equivocación semántica con la que se lavan una serie de prejuicios por el extrañamiento hacia el otro, el diferente.


Nacionalidad es la condición de pertenencia a una nación con la cual un individuo comparte un origen (nacimiento) o por lo menos historia y tradiciones comunes, mientras que religión es el culto que se tributa a la Divinidad, creencia y devoción. Ninguno de estos dos conceptos tiene semejanza en el significado y entonces, nos preguntamos, de dónde surge tanta confusión, cuando se trata de hablar de los judíos en relación a nacionalidad y religión.

Irene Nemirovsky es una escritora judía poco conocida, quien nace en Kiev en 1903 y llega a Francia con su familia huyendo de la revolución bolchevique, como lo hicieron muchos rusos que no estaban de acuerdo con el régimen totalitario, tal cual lo describe claramente la escritora y creadora del Objetivismo, Ayn Rand en su libro Los que vivimos, o como Nina Berberova, quien decía: “…a los emigrados rusos se les da asombrosamente bien lo de salir a flote. Son muy listos, y saben sacar el máximo partido de las situaciones delicadas. Son, sin lugar a dudas, una gente con suerte.”

¿Cuál es el motivo para usar a un personaje como Irene en nuestra reflexión? Nemirovsky obtiene, ya en Francia, la licenciatura en Letras en la Sorbona, e inicia en 1929, una brillante carrera literaria que la consagraría como una de las escritoras de mayor prestigio en el idioma francés, dejando una docena de libros escritos en su corta vida, entre ellos, la novela en la que el personaje central, Asfar, que en árabe significa viajero, pero que también parece remitir a la figura de un personaje “errante”, que si los prejuicios dominantes o relativamente generales tienen por lo común un núcleo estereotipado, podríamos pensar ipso facto en la figura del judío, aunque Irene, sin ser tan clara sobre a quién retrata, se refiere a la invasión de extranjeros sobre París por cientos de miles. Habla Asfar: ” Usted es rusa, sabe lo que es vivir al margen. Tengo un título de médico francés, me he integrado en este país, he adquirido la nacionalidad francesa, pero me tratan como a un extranjero”.

Como lo explican Olivier Philipponnat y Patrick Lienhardt, analistas de la obra de Nemirovsky, Asfar es el “abortista por necesidad, parásito por obligación pero también por naturaleza, Asfar, nacido como un ‘lobo hambriento’, morirá como un ‘animal salvaje’. Definido desde las primeras líneas por el ‘tipo levantino’ y rasgos ‘diferentes de los de allí’, heredero de ‘toda una raza de muertos de hambre’, se halla marcado por el atavismo, el brazo que mantiene agarrado al extranjero en su hez: ‘Creo que estaba condenado a ser un sinvergüenza, un charlatán, y que no escaparé. Nadie escapa a su destino. El opio del extranjero’. Desengañado respecto a la corrupción del mundo, Asfar se resigna a seguir siendo un desaprensivo, un ‘vagabundo miserable’ en una palabra, a seguir sus inclinaciones y convertirse de ‘presa’ en ‘cazador’: lógica implacable de la novela nemirovskiana, reducción del naturalismo de Zola a su expresión más feroz. El hombre es un lobo para el hombre, y la rapacidad y el engaño prevalecen tanto en los guetos de Ucrania como en las villas de la Riviera” (1).

Llegada de tan lejos, Irene Nemirovsky parece convertirse en un camaleón afrancesado que rechaza a los extraños, el síndrome de Zelig como una afección extraordinariamente rara, con síntomas que se deben a una pérdida de la inhibición del lóbulo frontal, cuya función es el control de la identidad del sujeto, y a consecuencia de ello se produce una atracción hacia el rol social que propone el ambiente. En este sentido, mimetiza la personalidad de los que lo rodean. Pero por supuesto, ella no tenía eso.

En su novela, David Golder, presenta el personaje de un banquero ruso-judío que vive en París, que a pesar de su enfermedad, sigue haciendo negocios; en El baile, novela muy breve en que vuelve sobre el universo de los ricos: el millonario débil, la esposa insaciable, la hija sensible. También, en Los perros y los lobos, aparece Ada, una judía millonaria que se asombra de la esclavitud de los ghettos, a donde ella nunca llegaría porque “esas cosas nunca le pasarán”. Era natural que Irene Nemirovsky fuera recibida con los brazos abiertos en el semanario francés más importante y no carecía de admiradores en la prensa antibolchevique y antisemita. “No obstante, ese mismo día Le Réveil Juif emitía un veredicto totalmente distinto, irritado porque los tópicos sobre los grandes plateros judíos que aparecen en David Golder ‘agradan a los numerosos antisemitas’.” (2) ¿Se trata pues de una negación de sus raíces?

Alguien como Moses Mendelssohn (1729-1786) un judío de Dessau, quien no captó la lógica de su rechazo de la cultura de la Torá. “Más aún, si los judíos, al aceptar la Ilustración, debían renunciar a las pretensiones particulares del judaísmo, de ningún modo alcanzarían la certeza de que a cambio se les otorgaría una vida tranquila”. (3)

Asimismo, el poeta Heinrich Heine, para quien “el judaísmo no es una religión sino una desgracia”. Las ambigüedades de Heine respecto de su judaísmo podrían ocupar, y en efecto han ocupado muchos libros. No aprendió a leer con fluidez el hebreo. Detestaba ser judío. Escribió acerca de las “tres enfermedades malignas: “la pobreza, el dolor y la condición judía”. El escritor judío Moritz Saphir fue más lejos: “el judaísmo es una deformidad de nacimiento, corregible por cirugía bautismal”.

Durante la Emancipación en Alemania, los judíos fueron nuevamente confrontados con un odio sistemático, que no les permitía en modo alguno liberarse de la carga de su judeidad, aún así apareció un fenómeno muy singular: el auto-odio judío.

“El más flagrante ejemplo de auto desprecio es Marx”, plantea el historiador Paul Johnson, “quien lo orientó hacia su colega socialista Ferdinand Lassalle (1825-1864), un judío de Breslau. Marx lo llamaba el ‘Negro judío’. Lasal, como era conocido, fue fundador del socialismo alemán como movimiento de masas. Sus resultados prácticos a favor de la causa fueron mucho más considerables que los del propio Marx. Quizás por eso se convirtió en blanco de una extraordinaria serie de vituperios en la correspondencia de Marx con Engels. Engels escribió a Marx en 1856: “Lasalle es un auténtico judío de la frontera eslava. Es un judío grasiento disfrazado de brillantina y joyas relucientes. Marx no tuvo escrúpulos en utilizar la más antigua de todas las calumnias antisemitas”. (4)

Uno de los casos que estudió Theodor Lessing, en 1930, fue el del periodista vienés Arthur Trebitsch, quien se convirtió al cristianismo, escribió un libro judeófobo y ofreció sus servicios a los nazis de Austria. Cuando sintió que todo era insuficiente, escribió: “Me fuerzo a no pensarlo, pero no lo logro. Se piensa dentro de mí… está allí todo el tiempo, doloroso, feo, mortal: el conocimiento de mi ascendencia. Tanto como un leproso lleva su repulsiva enfermedad escondida bajo su ropa y, sin embargo, sabe de ella en cada momento, así cargo yo la vergüenza y la desgracia, la culpa metafísica de ser judío. ¿Qué son todos los sufrimientos e inhibiciones que vienen de afuera en comparación con el infierno que llevo dentro?”.(5)

Otro ejemplo lo tenemos en Wilheim Reich, de origen judío, nacido el 24 de marzo de 1897 en Dobrzynica, en la región de Galizia, pasó su infancia en una granja de Jujinetz, en Bucovinia, regiones del Imperio Austro-Húngaro, él nunca tuvo la posibilidad de aprender yidish, ya que su padre, un germanófilo, se lo impidió a su familia. Funda la Sociedad Socialista de Información y de Investigaciones Sexuales, y en 1930 participa en la creación de la Asociación Alemana para una Política Sexual Proletaria (SEX-POL). Los estudios en los que se empeñaba Reich son tan reveladores de las dinámicas de poder en que se mueven las instituciones, así como del carácter destructivo de las relaciones humanas en el marco de sociedades represivas, que rápidamente su labor es vista como una amenaza por las distintas élites de “la verdad, del poder y del saber”. Esto le provoca consecuencias inmediatas cuando en 1933 es expulsado del Partido Comunista, luego de haber publicado en Dinamarca su Psicología de masas del fascismo. Al año siguiente, es expulsado de la Asociación Internacional de Psicoanálisis, tras la publicación de su obra Análisis del carácter. Si bien Reich se refirió en muchos de sus escritos a su relación con Sigmund Freud y al conflicto que surgió más tarde, ante los redoblados esfuerzos de Reich por eliminar la teoría de la libido, con su firme convicción de considerar a la libido como el centro de la teoría freudiana.

Su antagonismo era tal que incluso como judío se refiere a Freud en esta forma: “Esto es lo que Freud significa para mí: una especie de Colón que desembarcó en una playa y descubrió un continente. Pues bien, Freud tuvo un serio conflicto con el judaísmo. También se sentía encadenado a él. Por un lado, lejos de lamentarse por la persecución de que era objeto, mantuvo singular bravura y coraje con su condición de judío, aun cuando no lo era. Freud no era judío ¿Sabe usted lo que quiero decir? En mi opinión de caracterólogo, es judío quien se comporta como judío, tanto nacional como religiosamente, quien está atado a sus costumbres, habla la lengua judía, vive y se desenvuelve como tal, etcétera. Esto es definitivo y según nuestro análisis caracterológico desempeña un importante papel. Freud fue un verdadero alemán. Su estilo, su pensamiento, sus intereses, todo era alemán. Pero se sentía desgarrado. Por un lado era sionista. Por otro alemán. Le gustaba Goethe, el Fausto. Su lengua era alemana. Y luego estaba su interés por Moisés, que en opinión de Freud tampoco era judío. Para mí, esto indica que en realidad Freud no quería ser judío. Pero no podía soltar amarras. Y cuando los nazis iniciaron las persecuciones sufrió muchísimo. Creo que murió por esto. No sólo fue el cáncer, es que estaba acabado”. (6)

Esta opinión de Reich, refleja justamente la confusión de los términos, se puede ser alemán y judío, mexicano judío, israelí judío, como señalo al principio de esta reflexión.

¿Será acaso que los prejuicios tienen un filo agudo que impacta incluso a la víctima? ¿Será que los humanos tenemos una fijación afectiva con el prejuicio? ¿Resulta tan poderosa su inevitable infiltración mental? Como explica Agnes Heller: “Todo hombre es al mismo tiempo ente particular y ente específico o genérico, una singularidad, pues y, al mismo tiempo, parte orgánica de la humanidad, de la historia humana. Con diferencias de grado, todo hombre tiene motivos que se refieren sólo a él mismo, fines que pacifican sólo sus propias urgencias; pero, además, se inserta necesariamente en el desarrollo global de la humanidad mediante actividades objetivas (como el trabajo) y puede tener motivos que tiendan a encarnar lo específico, objetivos dirigidos ‘hacia fuera’ (tales motivos son, por ejemplo, los éticos, y fines tales son los considerados conscientemente en los valores de una amplia integración, ya sea ésta la polis, el estamento, la clase o la patria). Lo particular no suele ser aquello en lo que cree el hombre, sino su relación con los objetos de la fe y la necesidad satisfecha por la fe. Esto se pone particularmente de manifiesto en los prejuicios: los objetos y los contenidos de nuestros prejuicios”.(7)

“Nunca se me ha ocurrido ocultar mis orígenes”, protesta Irene Nemirovsky, “siempre que he tenido ocasión, he proclamado que soy judía”. Sin embargo, quizás en forma inocente se olvidó de la ola antisemita y xenófoba que existía para entonces en Europa, una víctima más de no imaginar que la historia podría ser capaz de un hecho que estaba por llegar. -Pero usted lleva en Francia mucho tiempo… ¡Casi es uno de nosotros!- Asfar, El maestro de las almas.

“¿Qué me está haciendo este país, Dios mío?”, escribía la autora en junio de 1941. El 13 de julio de 1942, Irene fue arrestada por la policía francesa e internada en el campo de Pithiviers; muy pronto fue deportada a Auschwitz, donde murió de tifus el 17 de agosto de 1942.

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1 Nemirovsky, Irene, Epílogo La Condenación del doctor Asfar. El maestro de las almas. Publicaciones y ediciones Salamandra, S.A. España, 2005, pág. 210.

2 Ibidem. P. 212.

3 Jonson, Paul, La historia de los judíos, Editorial Bergara, Barcelona, España, 2003. pág. 363.

4 Ibidem. pág. 419.

5 Perednik, Gustavo D., La naturaleza de la judeofobia. http://www.masuah.org/judeofobia.htm

6 Reich habla de Freud, Entrevista a Reich de Mary Higgins Chester, en Nueva York, 1967, Editorial Anagrama, Barcelona, España. 1970.

7 Heller, Agnes, Historia y vida cotidiana, Editorial Grijalbo, España, 1972. págs. 76,77.

Acerca de Susy Anderman

Es escritora, periodista, estudió Ciencias de la Comunicación en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM: Tiene una larga trayectoria como editora de distintos medios dentro y fuera de la Comunidad Judía de México. Recibió en 2003, el Premio al Periodismo Comunitario por el Instituto Cultural México Israel, A.C., así como en 2005, el Premio APEIM otorgado por la Asociación de Periodistas y Escritores Israelitas de México, A.C. y el Premio Nacional de Artes Gráficas UILM, por la edición del libro Cincuenta Años del Centro Deportivo Israelita diseñado por ella. Actualmente y desde hace muchos años dirige el Comité de Comunicación del CDI.

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