La increíble odisea del barco Struma, conocido como el “Titanic judío”

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El año 1941 fue uno de los años más fatídicos en la historia de los judíos de Rumania. El gobierno del mariscal Ion Antonescu se había convertido en uno de los más fanáticos aliados de Hitler y compartía la oscura visión nazi con respecto al “problema judío”, es decir, que promovía la eliminación física de todos los judíos que vivieran en suelo rumano y también en aquellos territorios conquistados en aquella absurda guerra en la que se acababa de embarcar Rumania.

Para ilustrarnos acerca de cómo estaban las cosas con respecto a la cuestión judía, conviene recordar que en junio de 1941 ocurrió el pogromo de Iasi, en el que entre 12.000 y 15.000 judíos fueron asesinados por fuerzas rumanas de extrema derecha auxiliadas por militares y policías locales que, a su vez, contaban con la colaboración de los servicios secretos alemanes y sus militares. Este trágico episodio fue el preludio del Holocausto en Rumania y los territorios ocupados por Antonescu en Moldavia y Transnistria. Franklin Gunther, el embajador de Estados Unidos en Bucarest, denunció la “carnicería y la privación brutal de los derechos humanos”, y declaró que 1941 fue un año negro para los judíos de Rumania. En total, la mitad de la población judía de Rumania, unas 400.000 personas, fue asesinada durante el Holocausto.

Deportación de población judía por parte de tropas rumanas en julio de 1941. – Foto: Wikipedia – CC BY-SA 3.0 de

En este contexto tan adverso y en un clima de abierta persecución a los judíos, miles de miembros de estas comunidades perseguidas trataban de huir de Rumania. El 12 de diciembre de 1941, tras haber sido anunciado en diversos periódicos de la época, partió del puerto rumano de Constanza el barco Struma, un antiguo balandro griego construido en 1867 y remozado en 1937. Su tripulación estaba compuesta por diez marineros búlgaros y fue habilitado para llevar unos centenares de refugiados que pagaron unos 100 dólares de la época para viajar en sus estrechos camarotes, algunos con hasta diez pisos de literas, y también en su bodega. Las condiciones eran insalubres e incomodas, pero los 769 judíos que se encontraban en su interior sabían que era la única posibilidad de escapar a una muerte segura. El sueño de llegar a Palestina, en plena efervescencia de las ideas sionistas en toda Europa, les embargaba y les infundía ánimos.


Sin embargo, el deseo chocaría con la realidad. El Struma, con bandera panameña, estaba en unas condiciones pésimas de mantenimiento, corroído por el tiempo, oxidado, maloliente -había sido un barco utilizado para el transporte de ganado- y contaba tan solo con un baño y una cocina. La primera escala fue Estambul, a donde llegaron tres días después de su salida para un viaje que regularmente se hacía en catorce horas. El destino final era Palestina, pero muy pronto empezarían los problemas con las autoridades turcas y también con las inglesas, que no les habían expedido los permisos correspondientes para viajar hacia un territorio que todavía estaba bajo mandato británico. Solamente les quedaba tratar de entrar ilegalmente en Palestina para salvar sus vidas.

En lo que respecta a las autoridades turcas, el comportamiento fue deplorable. Al Struma se le negó la estancia en el puerto y fue trasladado fuera de las instalaciones. Durante diez semanas los refugiados del barco estuvieron completamente aislados, sin agua, sin medicamentos básicos y sin comida, en una situación realmente desesperada; el Struma además tenía problemas mecánicos y tuvo que ser reparado por mecánicos turcos. Turquía amenazaba con devolverlos al mar Negro y no se hacía cargo de los refugiados, a los que negaba su desembarque en territorio turco.

Los rumanos, por su parte, habiendo sido informada su embajada de la situación terrible por la que atravesaban casi ocho centenares de sus ciudadanos, no querían saber nada de nada. El cónsul rumano dijo que ya no consideraba a los pasajeros de “Struma” como súbditos rumanos, salvándolos de una posible deportación a Rumania, pero abandonándolos a su suerte a pesar de que eran ciudadanos nacidos en su país con todos los derechos. Nadie quería saber nada acerca de estos desdichados refugiados que huían de la muerte y la persecución.

Los británicos, en plena Segunda Guerra Mundial, tampoco parecían mostrar una actitud favorable hacia los refugiados, pero, pese a todo, el embajador británico en Estambul envió una propuesta al Ministerio de Relaciones Exteriores “para permitir que los refugiados continúen el camino hacia Palestina, donde ellos, a pesar del estatus ilegal, podrían recibir un trato humano”. Pero la respuesta de Londres fue decepcionante y su canciller, Anthony Eden, expresó su rotunda negativa a ayudar a los refugiados judíos y señaló que “no necesitábamos a esta gente en Palestina”, desautorizando a su embajador en Ankara y mostrando su faz más cruel. El Alto Comisionado de Palestina, Sir Harold McMichael, dijo que muchos de los refugiados del “Struma” no eran los “dueños de las profesiones necesarias” y serían un “elemento contraproducente en la población”, aparte en el interior barco, consideraban los británicos, podía haber espías alemanes que se hacían pasar por refugiados judíos.

La situación era desesperada dentro del barco. Las existencias de provisiones se agotaron y, para llamar la atención, los refugiados elaboraron rudimentarios carteles con sábanas con las palabras “SOS” y “¡Ayúdanos!” que fueron colgadas en los costados del barco. En estas condiciones de hacinamiento e insalubridad en una bodega sin calefacción, comenzaron las infecciones y las enfermedades de todo tipo, que se agravaban considerablemente porque tampoco en el barco había medicinas. La situación por la que estaba pasando el barco fue recogida por la prensa local turca y llegó a oídos de un rico empresario judío radicado en Estambul, Simon Brod, quien les llevó medicinas y alimentos a los judíos abandonados por todos en el barco Struma.

En enero de 1942, cuando ya había pasado más de un mes desde la salida del Struma de suelo rumano, se permitió la salida de cinco pasajeros que tenían visa británica y con ellos, en total, ya habían abandonado el barco unos veinte de sus pasajeros por distintos motivos. Pero el resto, por desgracia para ellos, tendría que seguir confinado en la nave por unas semanas más.

LA EXPULSION, EL ATAQUE Y LA MUERTE

El 23 de febrero de 1942, en medio de una situación desesperada y caótica en el interior del barco, entraron las autoridades turcas en la nave y les anunciaron a los tripulantes que iban a ser remolcados hacia el mar Negro, a pesar de que no habían conseguido ni arreglar el motor ni de aprovisionarse de agua potable y alimentos para los desesperados refugiados. El barco fue desplazado fuera del puerto de Estambul hacia el mar Negro y la incertidumbre se apoderó de todos. Tampoco la radio de la nave funcionaba y no podían pedir ayudar a nadie; estaban abandonados a su suerte en medio del mar Negro y olvidados por un mundo en guerra.  Nadie sabía a ciencia cierta cuál sería su siguiente destino.

Pero muy pronto se conocería el destino fatal del barco y la zozobra de sus navegantes terminaría pronto de una forma muy trágica. En la mañana del 24 de febrero hubo una gran explosión y el barco se hundió como atacado por un submarino. Al parecer, un torpedo lanzado desde el submarino soviético Sch-213 bajo el mando del teniente Dmitry Denezhko, de 27 años, habría sido la causa del ataque contra este barco repleto de civiles, algo que ocurría con bastante frecuencia durante la Segunda Guerra Mundial. Casi todos los refugiados perecieron a causa del impacto del torpedo, pero al menos unos cien sobrevivieron aferrados a los restos del barco sin que las autoridades turcas hicieran nada por salvarlos y auxiliarlos. Uno tras otro, se fueron ahogando a causa de la hipotermia, la desesperación, el cansancio físico y el hastío tras semanas de un calvario interminable que tuvo su corolario en el ataque al barco.

En el momento de encontrar la muerte, se encontraban a bordo 103 niños, 269 mujeres y 417 hombres, incluidos los marineros búlgaros que tripulaban el barco. Solamente hubo un superviviente, David Stolyar, un moldavo de Chisinau de apenas 19 años y que milagrosamente consiguió ser rescatado por los patrulleros turcos, los cuales le encarcelaron durante 71 días y después le dejaron salir. Con la ayuda de un hombre de negocios judíos turco, Simon Brood, pudo emigrar a Palestina, donde ya viviría el resto de su vida, e incluso lucharía en la Guerra de la Independencia de Israel (1948-1949). Stolyar nunca contó la historia del Struma a casi nadie, ni se prodigó en entrevistas, y casi murió en el olvido, como el episodio trágico del barco, en el año 2014.

Para terminar y como epílogo y resumen a esta triste historia, los escritores Douglas Frantz y Catherine Collins, autores de “Death on the Black Sea: The Untold Story of the Struma and World War II’s Holocaust at Sea”, escribieron: “Los pasajeros fueron víctimas de la estrategia geopolítica británica de mantener a los árabes tranquilos, la insistencia turca en mantener la fachada de neutralidad y el pragmatismo despiadado de la política de Stalin y de los soviéticos para matar de hambre la maquinaria de guerra alemana”.

Fuentes citadas y consultadas:

http://jewishmemory.md/en/struma-the-jewish-titanic/
https://aishlatino.com/muerte-en-el-mar-la-tragedia-del-struma/
https://www.lavanguardia.com/hemeroteca/20170224/42252399790/naufragios-segunda-guerra-mundial-refugiados-judios-struma-tragedias-navales.html
https://en.wikipedia.org/wiki/Struma_disaster#:~:text=The%20Struma%20disaster%20was%20the,allied%20Romania%20to%20Mandatory%20Palestine

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