El presidente Joe Biden se ha anotado puntos a su favor al haber conseguido la eliminación del heredero de Bin Laden en la conducción de Al Qaeda, un hombre de barba blanca y mirada extraviada llamado Ayman al Zawahiri, quien seguía activando en las filas del islam radical. Sin necesidad de arriesgar a sus hombres y mediante un puntual ataque desde el aire, cumplió con el objetivo de acabar con la vida de uno de los artífices intelectuales de los atentados del 11 de septiembre de 2001 contra EU.
El hecho, registrado el domingo pasado en Afganistán, sorprendió por inesperado, ya que es evidente que el gobierno de Washington tiene por ahora muchas otras preocupaciones que son prioritarias. Los desafíos encarnados en las confrontaciones con Rusia y China, el control de la inflación, el abasto mundial de energéticos y alimentos, la pandemia y los efectos del cambio climático, constituyen temas de urgencia que se suman a los retos domésticos en la política norteamericana ante la cercanía de las elecciones intermedias de noviembre en las que las perspectivas para el partido demócrata no son optimistas.
En ese contexto, no era esperable un operativo dirigido contra una figura como la de Zawahiri, quien realmente había casi desaparecido del escenario internacional después del asesinato de Bin Laden en 2011, y de la desmovilización en 2017 de la otra gran organización islamista radical, el Estado Islámico. Si de 2001 a 2017 el combate al terrorismo emanado de esas dos instancias —Al Qaeda y el Estado Islámico— constituía uno de los objetivos más centrales de EU y sus aliados occidentales, en los últimos cinco años, al reducirse su amenaza, el tema se desplazó a los márgenes.
Sin embargo, así como para Obama constituyó un logro político acabar con Bin Laden, y para Trump lo fue el eliminar al general Soleimani, jefe de las Guardias Revolucionarias de Irán, Biden consigue con el asesinato de Zawahiri recuperar cara tras el fiasco de la salida de sus tropas de Afganistán, cuando las escenas de caos y pánico de los últimos días de la presencia militar norteamericana en ese país se convirtieron en uno de los argumentos más fuertes para criticar y condenar la política exterior de Biden. Además, con el operativo del domingo pasado, Biden lanza un mensaje tácito a los talibanes en el sentido de que EU posee la capacidad de neutralizar a larga distancia cualquier intención suya de hospedar y proteger a individuos o grupos interesados en atentar contra sus intereses y su seguridad.
Ahora bien, Ayman al Zawahiri fue un personaje mucho menos conocido que Bin Laden. Tras septiembre de 2001 éste se convirtió en la figura emblemática del combate del islam radical contra Occidente, sus valores e instituciones y poco se habló de Zawahiri. Pero, tal como lo describe el analista George Packer en el sitio web de The Atlantic, “Zawahiri fue el Himmler de Bin Laden, porque cada organización dedicada a ejecutar asesinatos masivos requiere de un jefe de operaciones sin encanto, con espejuelos y mirada en blanco que no inspira a nadie, pero capaz de mantener las aspas de los asesinatos girando”.
Sin embargo, es un hecho que Al Qaeda es hoy una sombra de lo que fue y por tanto, al haber decrecido su activismo de manera tan pronunciada, el asesinato de Zawahiri puede calificarse más como una represalia largamente preparada para acabar de saldar cuentas pendientes por el acto terrorista mayúsculo de septiembre 11 de 2001, que como una operación destinada a desactivar una amenaza inminente y grave. Se dice que quien sustituirá al líder ultimado será probablemente Saif al Adl, un hombre que encabezó en su momento al equipo de seguridad de Bin Laden. Bajo su liderazgo y en la coyuntura internacional actual es cuestionable que pueda reconstruirse el poder que Al Qaeda tuvo hace un cuarto de siglo.
Aun cuando la amenaza del islam radical no figura ya entre las máximas preocupaciones del público estadunidense, es indudable que el operativo del domingo pasado, aunado a recientes cambios positivos en EU, como la disminución del precio de las gasolinas y los buenos datos en cuanto a la generación de nuevos empleos, están configurando, en conjunto, una plataforma más positiva para la gestión del presidente Biden. Algo que le es sumamente necesario ante el desafío de las próximas elecciones de noviembre en las que se jugará el rumbo que tomará la potencia norteamericana en el futuro próximo.
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