Asistí, por primera vez en mi vida, a una “Mikvah”. Nunca lo había hecho, dada mi poca inclinación a los ritos y a mi reticencia para madrugar. Esta ceremonia, la hacen las novias judías antes de su matrimonio. En esta ocasión se trataba de una joven muy querida para mí y un poco hija de mi espíritu.
Ha sido una especie de revelación, en muchos sentidos: Es, un acto de y para mujeres, son muy pocos los que en la religión judía efectuamos las mujeres, a saber: hacer la Jala, encender las velas de Shabat y la Mikvah. Asistieron varias señoras: la madre de la novia, la del novio, tías, primas y amigas. Era una mañana muy fría, sin embargo, el ambiente era cálido, se sentía la buena voluntad y la emoción de las personas ahí reunidas. Dudo que alguien asistiera por cumplir. Se me había dicho que es una bella ceremonia, e indudablemente, así es. Revistió para mí un carácter especial por tratarse de una niña que mecí en mis brazos a quien vi crecer y convertirse en mujer, sincera, espontánea, inteligente y bella, siempre fresca y con la sonrisa en el rostro. La tenacidad es su sello.
Todas las ahí reunidas, estábamos presenciando su deseo de purificarse, en vísperas de su matrimonio.
La novia estaba preparada para iniciar el ancestral rito, nada de pintura en el rostro, ni en las uñas. Tenía que entrar al agua (que se me dijo es de lluvia), tal como vino al mundo, desnuda, sin ningún afeite, desprendida de la vanidad mundana. Una vez que estuvo inmersa en la piscina (que me explicaron está ceñida a ciertas dimensiones) nos invitaron a pasar. La joven, en su radiante y pura desnudez, parecía la primera mujer después de su creación. Se sumergió tres veces, la señora que iba guiando el ritual le hizo repetir una bendición. Le preguntó si tenía alguna sensación especial y la novia dijo que sí, que el agua le parecía densa y que le era difícil sumergirse. Después todas las presentes, una a una, vertimos, con un jarro, agua sobre su cabeza y le expresamos lo que deseábamos para ella.
Nos retiramos a una pequeña sala a esperar a la joven. Al entrar ella, le lanzamos una lluvia de pétalos de rosa, encendimos las velas que nos dieron, con la vela que ella portaba. Esas velas le fueron entregadas posteriormente, para ser encendidas en su primer Shabat y para los nacimientos de su primogénito y de su segundo hijo. Posteriormente, las madres de los novios rompieron una rosca en forma de estrella sobre la cabeza de la novia. Todos estos rituales me parecieron mágicos, el agua, la luz, el alimento. La mujer que conducía la ceremonia, nos dijo que este baño, es, en efecto la posibilidad que se nos da, de purificarnos y volver a escribir sobre la hoja en blanco, de nuestra vida. Me parece maravilloso que el judaísmo contenga estas fórmulas que nos brindan la posibilidad de un cambio positivo, de una purificación psicológica tan llena de significado. Como en la víspera de Yom Kipur, que por el solo hecho de recitar el Kol Nidrei, volvemos al seno del judaísmo y quedamos libres de cualquier promesa que nos aleje de nuestra congregación. La señora le dijo a la novia que la sensación rara que tuvo en el baño, significaba que sintió el abrazo de Dios, que estuvo con ella. Al final de la ceremonia, nos pidió que pasáramos, esta vez a volcar agua en los pies de la novia, quien nos dio sus bendiciones.
Fue hermoso, lo que le da esa prístina belleza, es el deseo de la novia de purificarse para su amado. Podría decirse que es un ritual primitivo y hasta un poco pagano. ¡Qué importantes son el agua y la luz! En realidad me pareció un ritual de amor, al menos me gusta pensarlo así. Finalmente, son unas reflexiones un poco paganas de mi cosecha, ya que no soy muy experta en religión, pero me agrada mucho.
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