Es una guerra por el recurso más preciado, el petróleo. Mientras que Estados Unidos alega que combate al terrorismo en Medio Oriente, se aplican métodos más minuciosos, para hacerse con la posesión de un bien situado fuera de las fronteras de aquel que lo persigue. La crisis que sufrimos en el mundo desarrollado, se basa en el agotamiento de la fuente energética natural y no viceversa. Las reservas de crudo están hoy en niveles mucho más bajos que hace un año, ya que el consumo es seis veces mayor que la producción. El principal consumidor por volumen es Estados Unidos, seguido de la Unión Europea y China. Ninguno tiene recursos suficientes, en el caso de hallarlo, para continuar con el desarrollo sin preocuparse por el problema que se les avecina. El crecimiento de la población mundial así como la necesidad creciente de energía de la India y China para apoyar su desarrollo pesan cada vez más pesados en la demanda mundial de petróleo.
La crisis del petróleo de los ´70 realmente no existió, sin embargo ahora nos enfrentamos a un crecimiento de población mundial y demanda petrolífera que llega en el peor de los momentos, cuando el mundo se enfrenta a la dificultad de aumentar su capacidad de producción por falta de nuevas fuentes descubiertas. Los países que tienen una producción mínima, no muestran intención alguna de exportar el preciado bien al carecer de un horizonte cierto donde se garantiza el propio abastecimiento y reservas de un recurso que muestra la característica de no ser renovable. La crisis en Medio Oriente se puede definir como un drama humanitario que cada vez abarca más territorio.
Proceder al ataque de un país, sin razón justificada llevaría a las Naciones Unidas a boicotear dicho acto. Por ello justifica sus acciones con el abatimiento y erradicación del terrorismo islámico en la zona. Es vergonzosa la ambigüedad retórica empleada por Estados Unidos sobre las virtudes de “la democracia y los derechos humanos” que la malévola China, Egipto, Yemen, etc., deben de adoptar, sin embargo se le exime de esa obligación a países como Arabia Saudita, Kuwait, Qatar, los Emiratos Árabes y otro numerosos aliados dóciles de Estados Unidos.
La cara verdadera de la globalización económica, muestra un apetito implacable de recursos naturales que supera los límites de la sostenibilidad y la justicia. No importa en que medida la apariencia de culturas aparezca vinculada a las guerras que se debaten en Medio Oriente, donde exista hoy en día petróleo siempre habrá conflictos. “La guerra es la manera que tiene Dios de enseñarles geografía a los norteamericanos.” Es una frase que, más que nunca, ayuda a comprender la política exterior de Estados Unidos.
Si damos otro paso mas, la guerra entre israelíes y palestinos es en cierta medida una guerra por el agua. El motivo de contienda es el río Jordán, usado por Israel, Jordania, Siria, Líbano y Cisjordania. La agricultura a escala industrial de Israel demanda de una cantidad de agua, así como de las aguas subterráneas de Cisjordania. En un informe publicado por Amnistía Internacional, se le acusa a Israel de no dar acceso a la población de los Territorios Palestinos Ocupados al suministro de agua. La desigualdad en el abastecimiento es más pronunciada entre las comunidades palestinas y los asentamientos israelíes ilegales establecidos en los Territorios Palestinos Ocupados.
El impacto de la escasez de agua y los malos servicios de saneamiento de los TPO hacen mella en las comunidades más vulnerables, que son aquellas que viven en zonas rurales aisladas y en campos de refugiados superpoblados. Las comunidades rurales que se ven aislada del abastecimiento necesario, dependen del almacenamiento de agua de lluvia para cubrir sus necesidades domésticas y agrícolas. La propia ONU ha reconocido el potencial conflictivo del líquido elemento. El Jordán aparece como uno de esos “puntos calientes”. Israel se establece como el país más conflictivo: desde 1948 ha protagonizado 30 incidentes violentos en relación con el “oro azul”.
La cuenca petrolera del Golfo Pérsico abarca Bahrain, Irán, Irak, Kuwait, Qatar, Arabia Saudita y los Emiratos Árabes. Estos países producen casi un 25% del petróleo mundial y poseen cerca del 66% de las reservas mundiales de crudo y un 36% de las reservas mundiales comprobadas de gas natural. Para que Estados Unidos no perdiera la influencia sobre Arabia Saudita, tuvo que invadir Irak, con el pretexto de las armas de destrucción masivas. Una invasión del aliado árabe, sin justificación coherente era implanteable y no hubiera supuesto mucho más control sobre el terreno, que derrocando el régimen de Irak. La invasión de Irak ha asegurado a Estados Unidos y aliados, el aseguramiento la provisión de petróleo y la posibilidad de ejercer una presión mucho más efectiva sobre Arabia Saudita.
Los ejercicios militares conjuntos con países centroasiáticos ricos en recursos energéticos no sólo fortalecen a las fuerzas armadas de esos países, estimulando su independencia de sus vecinos más poderosos como son Rusia, China e Irán, sino también son una maniobra definida, para plantar el poderío militar de Estados Unidos en una región que alberga 270 millones de barriles de petróleo o un quinto de las reservas mundiales probadas, según estimaciones.
Washington ha reforzado sus vínculos militares con otras regiones ricas en recursos energéticos, en particular el golfo de Guinea, donde la nueva tecnología de perforación offshore permite a las compañías petroleras explotar reservas de gas y petróleo con las que sólo se podía soñar hace una década. Pero también está realizando una diversidad de actos diplomáticos, con los países europeos económicamente “más estables” para obtener los diversos recursos necesarios para ejecutar su proyecto.
Pero el problema de fondo de los recursos naturales se podría reducir al libre comercio y la globalización. El problema no está en la explosión demográfica, sino más bien en la codicia de las corporaciones empresariales y las asociaciones entre éstas y los estados con el fin de usurpar los recursos del pueblo y violar sus derechos fundamentales. Si la globalización embiste implacablemente para adueñarse de esos recursos, se acrecentarán las guerras, y la globalización se hará más pausada llegando hasta a detenerse, causado por las catástrofes ecológicas y de los conflictos por los recursos naturales.
En los años ochenta Gaddafi inició un proyecto a gran escala de aprovisionamiento de agua que cubriría Libia, Egipto, Sudán y Chad, encarnando un factor clave en la política mundial y de mayor interés que el propio petróleo o gas. El río artificial de Libia provee a la zona de agua del desierto del Sáhara desde los acuíferos fósiles aptos para el consumo humano. Un Oasis en medio del desierto, que se convierte en un deleite muy preciado para cualquiera. Los expertos resaltan el precio del agua desalada ofrecida por las empresas israelíes, europeas y estadounidenses a los estados africanos, siendo este de 3,75 – 4 dólares por metro cúbico. Y las reservas de solo tres de los cuatro depósitos de Libia ascienden a 35.000 kilómetros cúbicos. Tomando esta cifra y multiplicándola por cuatro dólares disponemos de una cifra astronómica que alcanza los 140 billones de dólares. Si a ello le agregamos las reservas petroleras probadas, obtenemos un resultado (dependiendo del precio del mercado) de 4,7 billones de dólares.
Las continuas guerras árabes – israelíes no han surgido a raíz de la escasez de recursos hidrográficos aunque uno de los objetivos militares de los contendientes consista en lograr el dominio sobre ello, constituyendo una prioridad política. La ONU ya advirtió de la práctica política israelí de fundar colonias judías en los territorios ocupados, ya que suponían un serio obstáculo para alcanzar la paz duradera. Desde 1967 se le ha permitido a Israel imponer una política de gestión y explotación de los recursos hídricos en la cuenca del rio Jordán y los acuíferos de Gaza y Cisjordania.
El interés por obtener los recursos que se consideran “vitales”, ha ido concretándose en las últimas décadas con claridad en la política internacional de las principales potencias, alcanzando un papel adecuadamente consistente como para no ser amortiguado ni postergado por pugnas ideológicas, culturales ni del mercado. Los recursos naturales son esenciales para sostener la actividad económica y un estatus de poder, ya que sin estos, la supervivencia seria en su práctica imposible. La presencia militar ha comenzado a ser comprobada con gran frecuencia en las mismas fuentes donde emergen esas materias primas, al igual que por las rutas de paso obligado por donde ellas circulan. Es el caso, que en la actualidad se experimenta en Oriente Medio en su conjunto. En el siglo XXI se anuncia, que el clima de conflictos habrá crecido tanto, hasta llegar a desenlaces detonante, donde el poder será aplicado para dominar las fuentes de recursos críticos y las rutas por donde deben ser trasladados. El libro “Resource Wars: The New Landscape of Global Conflict” (Guerras por los recursos: El nuevo paisaje de conflictos mundiales) explica, que no sólo Estados Unidos se prepara para esos conflictos, sino que todas las potencias regionales se esfuerzan por proteger o aumentar su acceso a recursos vitales para la próxima generación. El resultado será una nueva geografía estratégica, definida por la concentración de recursos y no por las fronteras políticas.
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